Por un lado, el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) hizo público el informe nacional número 11 sobre desarrollo humano, esta vez centrado en las causas y las consecuencias de la conflictividad social. Por otro, los empresarios realizaron su decimotercer Encuentro Nacional de Empresarios (Enade), dedicado a reflexionar sobre la importancia de desarrollar lo que ellos llaman «ciudades intermedias».
En ambos eventos se constató que en Guatemala, a pesar del crecimiento sostenido y la estabilidad de los indicadores macroeconómicos, la pobreza sigue avanzando y cada vez más se reduce la proporción de población que puede considerarse de clase media. Según los datos trabajados por el PNUD, el 76 % de los guatemaltecos viven en la pobreza, es decir, no obtienen por su trabajo los recursos suficientes para cubrir la canasta básica. ¿Somos acaso un país de vagos y holgazanes? No, para nada. Desde hace siglos el guatemalteco hace gala de esfuerzo, trabajo y dedicación. Las jornadas laborales de hombres y mujeres sobrepasan las ocho horas diarias. Y en las grandes ciudades intermedias, a ello hay que agregar las desesperantes e ineficaces horas que deben dedicarse para movilizarse.
La gente es pobre porque le pagan más que poco por su trabajo, sea en el campo de la formalidad o en el de la informalidad. Los trabajadores chapines bien pueden compararse con las mujeres dedicadas a la elaboración de tortillas: producen y producen en condiciones más que tradicionales, sin mayor avance tecnológico y sin más estímulo que salarios o ingresos de miseria. Producen alimentos para los tres tiempos de comida, pero muchas veces ni ellas ni sus clientes logran ingerirlas tres veces al día.
El parque industrial y toda la maquinaria comercial no son más que una de esas tortillerías donde se venden tortillas para los tres tiempos de comida, cuyos propietarios se conforman con mantener sus ganancias y evitan invertir lo mínimo para mejorar la producción. Los guatemaltecos siguen siendo desnutridos desde su infancia, a pesar de que la economía es fuerte y estable. Si en el año 2000 el índice de desarrollo humano —la combinación de ingreso per cápita, nivel de escolaridad y salud, entre otros indicadores— era de un paupérrimo 2.3 %, cuando otras sociedades con iguales niveles de crecimiento estaban mayoritariamente en el 4 %, en la actualidad, en lugar de avanzar, hemos caído a un espeluznante y vergonzoso 0.3 %.
El país creció económicamente, no ha tenido mayor inflación, y las cuentas nacionales son positivas. Sin embargo, eso no se ha reflejado en un incremento de la escolaridad de la población, mucho menos en la mejora de la salud de los habitantes, sino todo lo contrario: en ambos indicadores vamos para atrás, pues la ya raquítica e ineficaz cobertura se ha reducido en términos absolutos, de modo que la desnutrición de los niños es la bandera insignia del país.
Todo lo anterior significa que, en lo que se refiere a la atrasada industria y el comercio, los beneficios solo han favorecido al propietario, quien no solo no reinvierte sus ganancias, sino que en la mayoría de los casos hace cualquier malabar para evadir legal o ilegalmente el pago de impuestos. La tortillería Los Tres Tiempos aún funciona porque las guatemaltecos aguerridos, en su desesperación por sobrevivir, ponen en juego la vida y se lanzan a buscar trabajo en otras latitudes, donde, si bien les pagan menos que lo justo en esas sociedades, estos salarios resultan siendo mucho más altos que lo que se les paga por el mismo esfuerzo y trabajo en Guatemala. Son ellos, los cientos de miles de migrantes, los que mantienen a flote la economía nacional. Son ellos los que proporcionan recursos a muchas familias que con sus consumos mantienen activas las economías locales, produciendo las ganancias abultadas de una clase empresarial acostumbrada a ganar sin hacer el mayor esfuerzo.
En el país, el gasto social —salud, educación e infraestructura mínima para todos— apenas si consume el 6.2 % del PIB, mientras en la región latinoamericana, en la mayoría de los países, sobrepasa el 15 %. Y hay casos con inversión social de hasta más de la mitad del PIB. La población rural, angustiada y desposeída, ha migrado a centros urbanos, con lo cual ha dado lugar a lo que en el Enade se identificó como ciudades intermedias, donde los problemas de tratamiento de desechos sólidos, agua potable, alcantarillado y transporte comienzan a ser tan complejos e insatisfactorios como los de la capital y los municipios circunvecinos.
Parte del empresariado se ha dado cuenta de que la situación de pobreza del país es inaceptable, que es necesario un giro en las prácticas económicas para hacer avanzar al país. Y aunque no reconozcan que la responsabilidad es mayoritariamente de ellos al no modernizar sus parques industriales e invertir sus ganancias en el país, comienzan a notar que, al ritmo que vamos, dentro de poco muchos de ellos pasarán a la categoría de exempresarios, pues serán eliminados o absorbidos por los monopolios y oligopolios que, asociados a capital extranjero, se llevarán hasta la última gota de sudor de los trabajadores guatemaltecos.
La tortillería Los Tres Tiempos ya no puede seguir funcionando como hasta ahora. No puede seguir produciendo tortillas de tan mala calidad, que no son competitivas en el exterior. No puede seguir dependiendo de mano de obra totalmente descalificada, mucho menos funcionar con equipos y sistemas de producción obsoletos. El sector empresarial debe ser capaz de ofrecer a los trabajadores salarios dignos, que les permitan satisfacer con calidad sus mínimas necesidades. Esto implica un Estado fuerte, ágil y eficiente, capaz de brindar a las nuevas generaciones salud y educación de calidad, y no simplemente imaginadas atenciones según populistas concepciones.
La crisis de gobierno de 2015 nos demostró que la élite económica le ha venido apostando a un Estado raquítico, que le brinde beneficios y exoneraciones y deje de lado la protección y la atención de las grandes mayorías. Eso ya no puede continuar. Y si bien no estamos a las puertas de grandes transformaciones, es urgente que al menos intentemos juntos hacer sobrevivir al país.
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