La pobreza no se relaciona con la falta de tierra cultivable o con la ausencia de un elemento tan importante hoy como el petróleo. Está en el escaso desarrollo humano, que tiene que ver con razones políticas. Pobreza y riqueza tienen directa relación con la gente, con la población bien capacitada. La pobreza genera pobreza. Un niño trabajando genera pobreza para el futuro.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señalaba en el 2013 que a nivel mundial laboraban 168 millones de menores de edad, la mitad participando en formas de trabajo infantil que deben erradicarse por ser altamente peligrosas o entrañar explotación. De ellos, al menos 8 millones están prostituidos o con trabajo forzoso. La situación es sumamente compleja, pues ese trabajo infantil es imprescindible para completar el ingreso familiar.
Niños, niñas y adolescentes trabajando constituyen un síntoma social. Hablan no solo del presente de la comunidad a la que pertenecen, sino también del porvenir. Nos dicen por qué un menor que trabaja está indisolublemente ligado a la pobreza. En cualquier país donde se da el fenómeno, siempre hay que entenderlo en la lógica de ayuda al presupuesto familiar. En las áreas urbanas, según estimaciones de la OIT, su trabajo puede aportar un 25 % del ingreso hogareño. Y en áreas rurales, donde su labor no se traduce monetariamente en forma directa, la ayuda es inestimable porque sin ella (tanto en faenas agrícolas como en el ámbito doméstico) no se podrían sostener las familias.
Por tanto, el trabajo infantil llena una acuciante necesidad. Eliminarlo significa privar a una enorme cantidad de población adulta de una ayuda que, de no tenerla, la sumiría irremediablemente en la indigencia total. Estamos, entonces, ante un complejo círculo vicioso: poblaciones pobres (familias pobres), padres con pesadas cargas familiares (niños que deben trabajar), niños que no acceden a la educación formal (futuros adultos sin capacitación), nuevas familias pobres (continuidad de las poblaciones pobres).
Dice la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): «Desactivar los mecanismos de reproducción de la pobreza precisa de políticas de inversión social que amplíen y potencien el capital humano». De no potenciarse el capital humano, de no capacitarse en función de un desarrollo humano integral y sostenible (como sucede con la masa crítica de niños y niñas que a muy corta edad ya están trabajando y no completarán sus estudios, ni siquiera los primarios), no se ven entonces posibilidades reales de poder superar la pobreza.
Un menor trabajando tiene hipotecado su futuro y, por tanto, el de su sociedad. La relación es inversamente proporcional: a mayor cantidad de horas trabajadas, menor cantidad de horas de estudio. Así, el trabajo infantil puede salvar del hambre aquí y ahora, pero cercena el desarrollo en el futuro.
Además, el trabajo infantil es cuestionable por otras razones. Que un niño o una niña a cierta edad desarrolle alguna tarea doméstica o aprenda el oficio de sus padres puede ser un gran aliciente, tanto personal como colectivo. Es una forma de contribuir a la socialización, una manera de generar responsabilidad, solidaridad. Pero el trabajo al que nos referimos no es ese precisamente: se trata de algo realizado en un clima de dependencia, con todas las cargas que sobrelleva un adulto (horarios, exigencias, a veces peligros) en una edad en que ningún ser humano está preparado para ello, aunque la urgencia de la vida fuerce a soportarlo. Es eso lo que se denuncia como cuestionable: un menor que trabaja pierde, además del estudio, la posibilidad de disfrutar su infancia, de jugar. Es decir, sufre. Un niño debe ser niño, y no un adulto en pequeño.
Adicionalmente, el trabajo infantil se desenvuelve siempre en condiciones de gran precariedad. Muchas veces está invisibilizado como tal y, en general, no goza de prestaciones laborales ni de derechos específicos. Y aunque haya normativas al respecto, dado que es un grupo mucho más vulnerable por su misma condición de pequeño, resulta más fácil para el empleador saltarse las legislaciones.
Luchar contra el trabajo infantil es luchar contra una grosera forma de explotación. La pobreza es un círculo vicioso, y desde la pobreza es más urgente encontrar soluciones puntuales, aquí y ahora, que posibiliten comer todos los días y no pensar en términos de largo plazo. Pero ahí está la cuestión: un niño trabajador o puesto en la calle, un niño que mendiga, que se droga, evidencia que todavía falta muchísimo por trabajar en pro de la justicia. Los moldes del capitalismo no permiten encontrarle salida al problema.
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