Un instituto para adaptarse al cambio climático creado por y para la agroindustria
Un instituto para adaptarse al cambio climático creado por y para la agroindustria
En el kilómetro 92.5 de la carretera hacia Mazatenango, a escasos metros del Ingenio Madre Tierra, está el Instituto Privado de Investigación de Cambio Climático (ICC). Una institución creada en 2010 por el sector azucarero. Tras el paso de la tormenta Agatha y la llegada de la Niña a la costa sur, su alternativa para «sobreponerse» y no dejarse sorprender de nuevo era seguir el consejo del exministro de ambiente Luis Ferraté: poner en marcha un centro científico climático para desarrollar proyectos de mitigación y adaptación en las áreas productivas del país.
El azúcar se usa en la industria alimenticia y de bebidas, sirve por ejemplo para el alcohol y el ron, también para el hogar, para alimentar animales y para químicos orgánicos. La industria nacional, que tuvo su boom en la década de los sesenta, cuenta hoy con más de una decena de ingenios.
En los últimos años, el cultivo se ha expandido con la inversión de capital transnacional. Representa alrededor del 3% del PIB nacional y su producción requiere grandes cantidades de agua. El riego sostiene el 18 % del total de las exportaciones, de acuerdo al Sistema Guatemalteco de Ciencias del Cambio Climático.
El futuro próximo comporta dos certezas para los cañeros: que para el 2050 la temperatura habrá aumentado entre 0.5 y 4 grados para el 2050 y para final de siglo las lluvias habrán disminuido en un 20 %.
Es decir, se prolongará la canícula.
Los cañeros, naturalmente, están preocupados.
Las veleidades del clima tienen consecuencias sobre el futuro de su industria: la temperatura y el agua lo afectan de forma directa. Su cultivo necesita 24 grados de temperatura, y entre 1,200 y 1,500 milímetros de agua anuales. En «El Cambio Climático y el cultivo de la caña de azúcar», Álex Guerra, director del ICC, refirió que el verdadero problema son los rápidos cambios en la temperatura y no el calentamiento en sí.
Este desasosiego ha llevado al ICC a recopilar información hidrometeorológica. Es decir, a investigar y manejar datos sobre inundaciones y fuentes de agua, Gases de Efecto Invernadero (GEI), además de cómo proteger y restaurar bosques y suelos como prácticas de adaptación y gestión de riesgo.
Principalmente, el ICC ha realizado estudios para definir el impacto de las operaciones de los cañeros en el agua, el aire, la biodiversidad y los desechos sólidos. En 2015 los bananeros se sumaron como financistas.
Tras dos años de estudio, se creó la Política Gremial de Gestión Ambiental y se aprobó una guía para incorporarla en las prácticas empresariales. Según Guerra, los azucareros abrieron una Unidad de Gestión Ambiental y cada empresa armó un comité ambiental en cada empresa.
«Establece parámetros y estándares de operación que se miden y auditan en materia de agua, emisiones, agroquímicos, entre otros, para que todos los productores y proveedores realicen una gestión ambiental responsable», dice Luis Miguel Paiz, gerente general de la Asociación de Azucareros de (Asazgua).
«Algo básico para poder ordenar el país en cuestión de agua es la información. Quiénes son los usuarios, cuánta agua hay, cómo cambia la disponibilidad según los meses. En todos los países se usa el agua, pero hay un orden. Se respetan caudales ecológicos, pero sin información no se puede», apunta Guerra.
El Instituto Privado comparte en su portal los datos que recolecta sobre las lluvias, principalmente la dirección y la velocidad del viento, humedad y temperatura, desde hace más de un lustro.
César George, encargado del área de Meteorología del Insivumeh, dice que la información que les brindan es cotejada con los datos que las estaciones climatológicas del Insivumeh tiene en la Costa Sur, que son entre 10 y 12, frente a las 30 que tiene el ICC. Pero también se ayudan de los datos generados por las estaciones de Anacafé y otros más.
En 1997, en Guatemala se consumían 12 galones de agua por minuto por tonelada de caña[PA1], de acuerdo a un análisis de sostenibilidad a la industria azucarera realizado por el Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible (CLACDS). Guerra dice que este dato es incorrecto porque las dimensiones están equivocadas. Al consumo del agua se le conoce como «huella hídrica» y la de Guatemala es de 11 millones de metros cúbicos al año. Es decir, 2,700 litros de agua al día per cápita. Según él, el consumo de agua es bajo y el riego representa el 22% del recurso utilizado en la época seca.
Fuente: waterfootprint.org
Luis Reyes, director operativo del ICC, admite que los monocultivos (azúcar, banano, café y palma africana) son los que más la utilizan, pero aduce que por su capacidad adquisitiva y tecnología pueden ser más eficientes para distribuirla que un parcelero.
Los pequeños productores y los campesinos son entonces quienes peligran primero.
Guerra sostiene que la alternativa es invertir en sistemas de riego, pero no todos tienen la capacidad económica para hacerlo. «El manejo del agua requiere inversión, conducción, tubos, plantas de tratamiento. Si no invertimos podemos tener la mejor Ley del Agua que no cambiará nada. Eso es lo que sí tienen los grandes, capacidad de inversión, porque el riego es caro».
El Centro guatemalteco de investigación y capacitación para la caña de azúcar (Cengicaña) es el encargado de hacer más eficiente el sistema de riego.
La adaptación
Una de las maneras en las que el sector azucarero se prepara para el Cambio Climático es desarrollando variedades de caña que sean resistentes a las plagas, enfermedades y a la escasez de agua.
Pero los cañeros, dicen, también están reforestando. Desde 2011, los dueños de las grandes extensiones de azúcar, palma africana y banano han sembrado 300 hectáreas, 5.3 millones de árboles, según sus datos, entre ellos manglares. El equivalente a unos 250 campos de futbol. El ICC no ofrece información acerca de cuántas deforestan al año.
Según el Mapa de bosques y uso de la tierra 2012, la caña de azúcar es el cultivo más extensivo. Le siguen la palma africana y el banano. La Asociación de Azucareros (Azasgua) reporta una cifra más baja, con 260,000 hectáreas. Guerra explica que esto se debe a que el Mapa de Bosques contabiliza plantaciones que no producen, que son paisaje.
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Fuente: Mapa de bosques y uso de la tierra
En 2013, el Instituto Nacional de Estadística reportó que la superficie cultivada de palma africana aumentó un 33% en relación a la Encuesta Nacional Agropecuaria: de 115,000 a 153,000 hectáreas. La caña de azúcar creció un 7%, de 261,000 a 279,000 hectáreas. La misma encuesta no contempla a los cultivos de caña como uno de los que contribuye a la deforestación de los bosques.
Guerra asegura que los cañeros han implantado sistemas de predicción del viento para hacer fumigaciones aéreas controladas. Hace 22 años, la aplicación aérea de los madurantes que utilizan los cañeros tenía una efectividad del 1% al 3%. Ahora se desconoce si ha mejorado, en qué porcentaje y si los cañeros independientes de otros departamentos las aplican.
Quizá una de las acciones más publicitada por el ICC es el sistema de monitoreo de ríos. Especialmente del río Madre Vieja que, asegura Guerra, lleva cuatro años sin secarse.
Los caudales del Río Madre Vieja se han mantenido dentro de lo normal, asegura Insivumeh. Fuente: Insivumeh.
El director del ICC afirma que el río no se ha secado después de que se formara una mesa técnica y se identificaran 60 puntos de extracción de agua. Luego se contabilizó el agua utilizada y la cantidad que debería de usarse para que el recurso llegara a la desembocadura. «Hubo un par de empresas que no querían colaborar con la regulación, pero la presión de las autoridades y la amenaza de perder su toma de agua los hizo ceder», indica.
«En ausencia de una Ley General del Agua, en todo el país se hace un uso del recurso que no es sostenible y eso provoca conflictos en muchos lugares. A raíz de la problemática registrada el 2016, se crearon comités de ríos y mesas técnicas, los cuales son el foro de diálogo entre gobierno, comunidades y empresas para un uso sostenible del recurso. Desde entonces, los ingenios participan con el compromiso de hacer un uso coordinado y sostenible del recurso hídrico», escribe Paiz, de Asazgua, a Plaza Pública en un correo electrónico.
También han trabajado protocolos público-privados para atender emergencias «de forma más rápida y efectiva» con el uso de autobuses para evacuaciones y la habilitación de cocinas industriales y alimentos para los albergues.
Deforestación, desecación, enfermedades
Guatemala ha sido un eficaz productor azúcar al punto de ser el cuarto mayor exportador en el mundo y el segundo de Latinoamérica. Se exporta al menos el 70 % de la producción. La zafra de 2018-2019 entregó 2.9 millones de toneladas métricas (64 millones de sacos), según Asazgua. Como contrapartida, la actividad cañera impacta el ciclo hídrico, los cuerpos de agua, los ecosistemas y el ambiente: deforesta, erosiona la tierra, seca humedales, contamina el agua con aceites y desechos orgánicos y químicos industriales, contamina el aire y afecta directamente a las familias cuyas viviendas están cerca de las áreas de fumigación aéreas, según el Tribunal Latinoamericano del Agua, una organización internacional que analiza casos ambientales
Y no son los únicos en afirmarlo. «La caña de azúcar al ser un cultivo anual desgasta y agota los suelos donde se siembra de una manera más acelerada que los cultivos perennes. Este proceso extractivo exige que la pérdida de fertilidad deba ser compensada con fertilizantes ya sean naturales o sintéticos», escribieron José Manuel Pérez y Lawrence Pratt en el estudio Industria azucarera en Guatemala: Análisis de Sostenibilidad.
El desvío de ríos, o cualquier cuerpo de agua superficial, quedó en evidencia en el 2000 a través de una Evaluación de Recursos de Agua de Guatemala realizada por el Cuerpo de Ingenieros de los Estados Unidos: «Muchos dueños de estas plantaciones diversificarán el curso de los ríos para usarlos, dejando a los usuarios aguas abajo sin suficiente suministro de agua». El abuso de agroquímicos afecta la flora y fauna en los campos destinados al cultivo de caña. La fumigación y uso de madurantes disminuye la población de insectos de manera indiscriminada: mamíferos, aves e insectos desaparecen.
Los plaguicidas y otros agroquímicos han enfermado también a trabajadores del campo: hepatitis, malformaciones congénitas, discapacidad mental, órganos dañados y varios tipos de cáncer. También desórdenes reproductivos en los hombres. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) los plaguicidas causan un millón de casos de intoxicación y cerca de 20,000 muertes anualmente, en países en desarrollo.
El Instituto Guatemalteco de Seguro Social (IGSS) refirió en 1994 que el 27 % de las intoxicaciones ocurrieron en el cultivo de caña y el 21 % en el cultivo del café. Los departamentos que reportaron los mayores números de casos fueron Suchitepéquez (23%), Escuintla (20%) y Retalhuleu (18%), casualmente los departamentos donde es más extensivo la actividad cañera.
Rudy Cifuentes, director del Hospital del Seguro Social de Santa Lucía Cotzumalguapa, cuenta que los trabajadores de la zafra padecen enfermedades crónicas como la diabetes y de los riñones, por el consumo excesivo de bebidas dulces y de fácil acceso en la época de corte. También son frecuentes los casos de cáncer en la piel y en los pulmones por el contacto con los químicos y pesticidas que se utilizan en la caña. No faltan los accidentes tanto traumáticos como físicos, aunque en menor medida. Cifuentes no proporciona cifras, pero asegura que la tendencia en estas enfermedades y males se ha mantenido.
Asazgua no aclara cómo evitan estos problemas.
—¿Han estudiado el impacto en salud de las comunidades cercanas o expuestas a sus prácticas?
—Para favorecer la mejoría en la calidad de vida de las comunidades promovimos la creación de Fundazúcar en 1990, que promueve el desarrollo local a través de programas sociales dirigidos a mujeres, jóvenes, maestros, salubristas, líderes comunitarios y autoridades locales, enfocados en el empoderamiento de las personas y fortalecimiento de la institucionalidad pública.
En las oficinas centrales del ICC en Santa Lucía Cotzumalguapa, Guerra responde cuál ha sido el impacto del monocultivo en los suelos de la Costa Sur. «Hemos estudiado la erosión, aquí hay fincas que han tenido caña 170 años y siguen produciendo o produciendo más. En áreas donde hay pendiente y llueve muy fuerte sí se puede erosionar porque se lava la tierra».
La mayoría de las tierras son planas, dice, por lo que no sufren de este problema en gran medida.
Aun así, hay unas 10,000 hectáreas donde los ingenios y finqueros practican la conservación de suelos. Ahí están produciendo 18% más de siembras.
Al año Guatemala pierde entre 149 y 250 toneladas métricas de suelo cultivable por la erosión que generan algunos cultivos permanentes y otros estacionarios, como la caña de azúcar.
En 2013, más de 180 comunidades de Suchitepéquez y Retalhuleu denunciaron ante el Tribunal Latinoamericano del Agua los impactos negativos de la producción de caña de azúcar. Acusaron al sector azucarero de explotar las aguas trece ríos de Retalhuleu y de desviarlas y almacenarlas en represas.
En octubre de 2015, esta organización dictaminó que el Estado de Guatemala desprotege los derechos «a la vida, a la salud, a la alimentación, a un medio ambiente saludable y al agua y el saneamiento» por el desecamiento de pozos y la pérdida de la calidad de vida por falta de acceso. Esto hace que proliferen enfermedades, se deterioren los huertos y las plantaciones familiares, y se pierda biodiversidad, especialmente pesquera.
La huella de carbono
p>La pregunta más apremiante es: ¿cómo puede el sector azucarero ayudar a mitigar los efectos del Cambio Climático? El conjunto de actividades para producir azúcar tienen un impacto en la producción de los gases calientes que se quedan atrapados en la atmósfera y que aceleran el calentamiento global.
La huella de carbono que deja la producción de caña de azúcar es de 0.32gCO2eq, es decir, un 2% de los gases de efecto invernadero producidos a nivel nacional, dice Guerra. El impacto es reducido, insiste el director del ICC, pues la caña absorbe el carbono del suelo. Pero no tiene la capacidad de hacer lo mismo con el metano y el óxido nitroso y estos se quedan atrapados en la atmósfera.
Las quemas de los cañaverales es otro de los problemas que afectan a las comunidades cercanas. «El hollín generado se dispersa por los alrededores y la combustión de la biomasa vegetal libera CO2 contribuyendo a el efecto invernadero». El entrevistado refiere que uno de los cambios en las prácticas de los azucareros es que ya no queman de la caña. Eso, dice, reduce la emisión de 20,550 tCO2eq.CO2
Si bien este cambio es «voluntario», todavía no se trata de una práctica permanente. A inicios del año los maestros de una de la escuela ubicada en Chiquimulilla, Santa Rosa, alertaron de la presencia de ceniza en los salones de clase, supuestamente originada por la quema de la caña de azúcar.
Datos privados y control
¿Son confiables los datos que el ICC publicita y comparte? Diego Padilla, investigador del Instituto de Investigación y Proyección sobre el Estado (ISE) de la Universidad Rafael Landívar y autor del libro Política del Agua, dice que «el ICC, como otras organizaciones privadas, hacen el trabajo del Estado, que no genera la información que necesita para formular políticas públicas». Confiar en los datos generados de manera privada, agrega Padilla, puede «distorsionar la visión del Estado. Es darles la vía libre a que gobiernen el agua en la Costa Sur».
La debilidad del Estado es evidente.
La Dirección de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente es ese brazo enclenque que solo gestiona dinero de cooperación internacional, y que poco o nada ha invertido por su cuenta para apaliar los efectos de esta crisis climática.
En 2019, el Fondo Verde del Clima autorizó 22 millones de quetzales para implementar proyectos en el altiplano del país.
«El discurso que manejan esconde o no pone al centro de la conversación una pregunta importante: qué tan contaminados están los ríos. Ese vacío también se extiende a saber de qué están contaminados», sostiene Padilla.
Según el investigador, esta «buena voluntad» con la que brindan la información determina quién manda en esta colaboración.
p>De momento, el ICC es el faro científico que guía los pasos inseguros de algunas de las grandes empresas nacionales, en ocasiones transnacionales, y que busca llevarlas invictas a mejor puerto en medio de la crisis climática mundial.
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