Revisando los escenarios probables para las semanas próximas, unos sectores plantean la necesidad de un diálogo que otros sectores adversan porque anticipan en él una táctica dilatoria que permita que el tiempo pase sin que nada pase. Otros sectores y organizaciones condicionan el inicio del probable diálogo a exigencias que no se aprecian viables en un ambiente que privilegie el uso de la razón y el mantenimiento de la cordura, aunque mucha razón tienen al creer que es muy difícil que de donde nos viene el mal podría venirnos también el remedio.
No hay duda de que es necesario legislar de nuevo sobre la madre operativa de la crisis que es el tema electoral y de partidos políticos. Luego y en orden vienen los temas que permitan operar la maquinaria del Gobierno, como el servicio civil y lo específico en materia de compras y contrataciones. Pero igual se debe considerar que la reforma del Estado debería empezar ya y que esta, para que pueda contar con un buen diseño y un adecuado desempeño, debe ser dotada de un marco legal de la más alta jerarquía.
No dilucidamos aún cómo resolver la escasez de cuadros para administrar el Gobierno. Cada vez existen menos disponibles, y los pocos que se encuentran se muestran reacios a incorporarse como resultado de cacerías legales, oprobio en medios y trato vilipendioso en redes sociales. Hay que tomar en cuenta que el activista no es el ideal funcionario o que los que se consideran intelectuales duran poco en los puestos y aportan menos porque al final de cuentas desprecian al político que los nombra. Y, para cerrar el círculo vicioso, el político no confía en el intelectual. Y ambos no dejan de tener razón.
Pero la cúspide de la crisis es la falta de liderazgos para guiar la ruta de salida. Acá es en donde se necesita un liderazgo diferenciado, un liderazgo que permita superar la angustia. Algunos apostarán, ante la crisis de los partidos, por que los liderazgos surgirán de Iglesias o de la academia por la capacidad de convocatoria y de movilización de masas con la que cuentan, pero no es un razonamiento acertado. Hay que perfilar un liderazgo absolutamente serio y preparado, que no se base en el carisma o en lo dicharachero.
Se debe buscar un liderazgo que sea efectivo porque responde a una situación concreta, que vaya más allá de las movilizaciones, de lo mediático y de las redes, que demuestre que sabe qué hacer, que inspire confianza y respeto entre los actores sociales, con una visión de Estado. Vamos a ver qué tan a tiempo estamos de buscar este liderazgo que responda en tiempos de angustia. Habrá que despertarlo porque para formarlo ya ha de ser tarde.
Más de este autor