El día de la toma de posesión Baldetti vestía de blanco impecable. Eligió el color de la luz, la bondad, la inocencia, la pureza y virginidad. La gota de amargo de angostura que matizaba el significado de su presencia en aquel escenario por donde solamente habían desfilado primeras damas y edecanes.
Inició su gestión batiendo la bandera de la transparencia. Dicen que las mujeres somos menos corruptas que los hombres. Aun no encuentro el estudio científico que compruebe tal afirmación y confiar en mi intuición sería demasiado iluso.
Nadie sabe a ciencia cierta las razones que la llevaron a interesarse en esta tarea, pero desde entonces las acusaciones en su contra caen como dardos encendidos. Hay quienes afirman que la voracidad de las críticas es obra de machos fundamentalistas que no perdonan su posición, su condición de mujer y mucho menos su osadía de intentar fastidiarles los negocios. Otros en cambio, dicen tener razones suficientes para defenestrarla, irrespetarla y lanzar contra ella cualquier cantidad de agravios y sobrenombres. Posiblemente sean los mismos que en su momento demonizaron a Sandra Torres y que ahora la exorcizan por considerarla un mal menor. Quién sabe. Quién sabe si asistimos a una nueva inquisición, donde las mujeres son herejes de un sistema político masculinamente mercantilista. ¡Ay mujer, mujer, causante de la desobediencia de Adán a quien incitaste a comer el fruto prohibido!
Lo cierto es que la Vicepresidenta pierde por torpeza o intención oportunidades de oro para confrontar a sus opositores y marcar la diferencia. No sé si se indigna en privado, pero bien haría en hacerlo en público rompiendo el silencio y aclarando las dudas en torno a la proveniencia de su fortuna. Ejemplar sería verla abanicarse en cada acto público con su declaración de probidad, orgullosa de mostrar a los ciudadanos que hace honor al título de “dignataria”.
¿Qué es lo que le impide dar fe de la honradez, honestidad e integridad de sus actos? Esto no es de querer o no querer. Desde el momento en que se opta por la función pública se sabe de antemano que todos los actos y especialmente aquellos que tienen que ver con la administración del patrimonio del Estado deben ser de conocimiento de los ciudadanos. Así que no es opción, es obligación. Nadie puede argumentar motivos de seguridad para no hacerlo porque contradice el espíritu de una ley cuyo objetivo es asegurar la preeminencia del interés público por sobre el privado. Su negativa, como la de otros funcionarios denota totalmente lo contrario. ¿Con qué autoridad moral puede exigir a sus subalternos cuentas claras si ella no da el ejemplo? ¿Con qué valía se puede predicar, criticar y perseguir pecados ajenos si ella misma no se convierte? ¿No es cierto que el que nada debe, nada teme?
Y, ¿Qué decir de la distribución de fotografías y juguetes grabados con su nombre que fueron cortesía de un amigo que la quiere mucho?. En política no hay amigos, lo que hay son cómplices. Me pregunto si también ello explica el misterioso silencio del resto de la clase política, especialmente de la oposición.
¿Y los ciudadanos? ¿También seremos cómplices de esta realidad? El desentendimiento da amparo a las autoridades para actuar tan discrecional y arbitrariamente.
Lástima que Baldetti renuncie a hacer méritos. No creo que en el futuro se le recuerde como la primer mujer en haber llegado a tan alto cargo. La recordarán porque aun habiéndolo logrado, lo desaprovechó y al final tuvimos la misma mica pero con diferente montera. ¡Qué decepción!.
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