Todo sistema político incluye en sí mismo la posibilidad de transformarse y, según David Easton, el principal ideólogo de la teoría de sistemas aplicada a la ciencia política, lo logra de una manera más efectiva en los momentos de crisis. Los momentos de crisis son instantes en los que la ciudadanía u otros actores sociales emiten demandas que retroalimentan a las autoridades o incluso las depone. De ese modo permite que el sistema se adapte sin que se derrumbe. Según Easton, esta fórmula es válida independientemente de la forma de gobierno. Otros politólogos profundizaron en el comportamiento del sistema en los distintos regímenes políticos y parecen coincidir: los sistemas parlamentaristas, aquellos en los que el Parlamento elige al presidente del Ejecutivo, tienden a ser más estables que los presidencialistas, en los que la elección del mandatario emana de los votantes.
Los sistemas parlamentarios gozan de procedimientos que sirven como válvulas de escape para las crisis. Mecanismos como el voto de falta de confianza para destituir al jefe de gobierno o, de romperse las alianzas de gobierno, la opción de convocar a elecciones hacen que en estos sistemas la retroalimentación pueda darse con mayor frecuencia y en cualquier momento. Por otro lado, en los sistemas presidencialistas estas válvulas de escape no existen ante las crisis o responden a decisiones personales inusuales (como la renuncia de Otto Pérez Molina en 2015), por lo que la retroalimentación regularmente se da en los tiempos electorales, que suelen oscilar entre cuatro y seis años.
Veamos algunos casos.
En Tailandia, una monarquía constitucional parlamentaria, una crisis de corrupción que involucra al ex primer ministro y hermano de la jefa de gobierno Yingluck Shinawatra resultó en la renuncia de la oposición como señal de rechazo al Parlamento por considerar que la institución carecía de legitimidad. Ante esto, la primera ministra optó por convocar a elecciones para mitigar las protestas.
En Sudáfrica, una democracia parlamentaria, el exjefe de la autoridad contra la corrupción publicó un informe oficial que implicaba al presidente Jacob Zuma en posibles crímenes de corrupción. La crisis se resolvió cuando la oposición en el Parlamento anunció un voto de falta de confianza en contra del mandatario.
En ambos casos, los mecanismos de escape se utilizaron fuera de las fechas usuales del período de duración del mandato y de las fechas de elecciones.
Ahora, en Guatemala, la corrupción que había flotado en el entorno de Jimmy Morales lo rodeó directamente con la captura de su hijo y de su hermano y con ello mella uno de sus últimos bastiones, su lema de campaña: «Ni corrupto ni ladrón». La situación se agrava con los exiguos resultados de su primer año de gestión pública.
Si el sistema fuera parlamentarista, esto quizá habría bastado para que en el Congreso se rompieran las alianzas y hubiera un voto de desconfianza. Sin embargo, en un sistema presidencialista, la principal válvula de escape legal con la que se cuenta es renunciar al cargo.
La opción recuerda a la sudafricana, con la variante de que, en lugar de ser un voto de falta de confianza convocado por la oposición en el Parlamento, sería una decisión personal del presidente ante la retroalimentación del sistema.
Por eso difiero de los comentarios alarmistas y creo que, si esto ocurriera, no sería descabellado pensar que, en lugar de un desmoronamiento del sistema, la caída de Morales podría ser la válvula de escape que lo estabilizara.
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