Frase que, al ser expresada en ese preciso instante, pautó las bases de mi primer paso en el inesperado mundo del periodismo.
Hace cuatro meses ya, empecé a realizar mis prácticas en Plaza Pública. Con apenas un semestre de educación en la Universidad, la oportunidad de formar parte de un medio de investigación me pareció fascinante. ”Periodismo de profundidad”, se lee al pie del logotipo. Era incapaz de definir “periodismo”. Así, y luego de conocer a grandes personas y profesionales, me establecí en un medio en crecimiento y que se afianza, exponencialmente, en el periodismo nacional.
Como en una gran parte del país, los problemas agrarios causan pobreza y violencia. Comprendí que una de sus principales labores del periodista es contar aquello que perjudica a la sociedad. Como “plazapubliquero”, es vital buscar la equidad social y fomentar el diálogo, como se argumenta en nuestra primera editorial. Entonces, partí junto Alberto Arce y Sandra Sebastián. Yo, más como guía, aunque con hambre de aprender de la profesión.
Partimos los tres hacia el departamento de Izabal. Lugar no ajeno a mi conocimiento. Pero sí la comunidad de Las Nubes.
Haciendo escalas en Zacapa, Morales y Río Dulce, un transbordo, y una noche, llegamos al municipio de El Estor. Comenzó ese proceso nuevo para mí. Hacer entrevistas, cuestionar y observar cualquier detalle y reacciones. Cada pregunta, respuesta y persona, forja un eslabón. Todas las piezas son fundamentales para consolidar una cadena de datos, dudas e información que, como periodista –primera enseñanza– buscan afianzar y fortalecer el reportaje: Hacerlo tangible, real y revelador.
Después de varios años por transitar la vía que conduce a la Mina de Níquel, nunca había ingresado a la misma. Renovada, al menos con malla perimetral nueva, la Compañía Guatemalteca de Níquel promete prosperidad y desarrollo para la comunidad. Irónico fue, que al intentar conocer la comunidad de Las Nubes, su paso estuviese limitado por talanqueras y permisos. Irónico que, una población que nombrase a su hogar por su cercanía al cielo, se mantuviera aislada y encerrada, siendo el cielo metáfora de libertad. Oprimida por una organización que, semejante a una de esas malas personas que te topas en la vida, te trata de convencer de que existen metas demasiado altas, inalcanzables.
Fue entonces cuando adquirí otra enseñanza: persistencia. Por motivación de mis experimentados compañeros de viaje, ascendimos hacia la comunidad. Sin dejarnos atar por las trabas planteadas por la compañía. Luego movilizarnos por una hora y 30 minutos en la palangana de un picop, llegamos a la población. Precaria y humilde. Aun así, nos reciben con hospitalidad. Ofrecen alimento y albergue. Ponen a nuestra disposición su tienda con pocos abarrotes. Nos dejan conocer sus costumbres y hogares. Invitan a sus reuniones, nos ceden la palabra y escuchan.
Quedé maravillado con la población. Las premisas de “gente peligrosa y salvaje” como planteaba el jefe de seguridad de la Mina, fueron abolidas por sonrisas y apretones de mano. Gran enseñanza: conocer, sin que nadie te lo cuente, lo que sucede en realidad.
Encantado con la tarea, tomaba nota: detalles, gestos, palabras y situaciones. Las páginas de mi libreta se llenaban de tinta, con el ánimo de ser un eslabón más y respaldar la nota. Atrapado por la labor, me llegó una pregunta que me dejó mi siguiente enseñanza. Tal vez la más difícil.
“¿Y usted qué va a hacer?” me cuestionó Marcos, secretario del COCODE local. ”Mire, yo soy periodista…” Tan compenetrado me encontraba con mi deber, que respondí de manera automática. Primero, con frialdad, porque llegó así mi nueva enseñanza. ¿Hasta dónde debía comprometerse un periodista? Continué mi respuesta diciendo que “mi labor es denunciar esto. Publicarlo y hacer que la gente se entere”. Así, apático, me respaldé en una de las funciones del periodista para evitar comprometerme. ¿Correcto? Tal vez. ¿Apropiado? No lo sé. Dudas que aún no puedo resolver, y espero aclarar.
Segundo, arrogancia. ¿Podía llamarme periodista apenas a un mes de trabajo? ¿Qué se necesita para llamarse periodista? Y último, orgullo. Porque confieso, se sintió bien, luego de tantos años de escribir en hojas y de identificarme a mí como estudiante, pasé a nombrarme como periodista. Labor que a varios nos apasiona, algunos creen en ella, y otros repugnan.
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