Margarita Azurdia y su universo documentado
Margarita Azurdia y su universo documentado
Un museo que se precie de actualidad, se contradice si no incluye proyectos dedicados a la inclusión de archivos. Es decir, registros de distinta naturaleza y soporte que ayuden a comprender un poco más sobre la importancia de las expresiones de la cultura humana.
Clasificar e incluso desclasificar archivos es una práctica que, desde la mirada occidental, se ha transformado en una forma de poder. La tecnología, en años recientes, ha propiciado un verdadero alud de interés por la profesión archivística al punto de que grandes instituciones adquieren archivos históricos de artistas, como verdaderas joyas o fetiches del arte. Pero, no todos los archivos corren con esa suerte de integración a colecciones, reconocimiento y sistematización para su posterior exposición al ojo público. Algunos archivos desaparecen, otros son secuestrados, y otros sencillamente permanecen en la oscuridad. Pero cuando se les descubre, cuando salen a la luz, en medio de un entorno apropiado y el entusiasmo de personas especialmente perceptivas, es como ese juego de niños en el que se descubren objetos del pasado, cuales cápsulas de tiempo. En ese instante de encuentro, los pliegues de la memoria suelen desdoblarse para emerger en toda la gloria de sus surcos temporales, en los palimpsestos que forman palabras, idiomas, códigos e información que habla –de manera desbocada en el primer asomo– sobre las vidas de las personas y su paso por este planeta.
En la fragilidad que suele acompañar a los archivos, se captura la fugacidad de nuestra existencia. El tiempo de los archivos es un protagonista silencioso que deja su huella en cada palabra escrita, en cada esquina rota o materia extraña que corroe el documento sin excusas. En esa amplitud de percepciones, acercarse a un archivo es, como decía Borges recordando la máxima de Heráclito: «Un asunto de perplejidad, pues nadie baja dos veces al mismo río». Para algunos un archivo es pura nostalgia o un grupo de papeles viejos. Para otros, fuentes para corroborar datos duros, para aplacar la sed de conocimiento de académicos e investigadores o medios para capitalizar instituciones. Yo confieso que los considero como una situación laberíntica y siempre enigmática que otorga la posibilidad de contar la vida pasada de otros en función del presente.
Esta declaración surge desde mi interés por la obra de la artista guatemalteca Margarita Azurdia. Un interés que comenzó a gestarse a mediados de los noventa, cuando, para respaldar una investigación sobre la artista, lo único que existía era el importante libro UNA de Carmen Pellecer y un álbum de acceso restringido que la artista había confeccionado con una selección de catálogos, fotografías, invitaciones y artículos de prensa pegados sobre hojas y pequeños textos escritos al pie de las imágenes con una máquina de escribir mecánica. En 2022, por fin, la asociación Milagro de Amor, responsable del acervo de la artista, logró un primer ordenamiento del archivo. En este país, tan propenso al olvido de la historia y a la disminución del valor del conocimiento, ese esfuerzo sucedió como un extraño lujo, además de un milagro, haciéndole honor al nombre de la misma asociación. A un año y un poco más de haber sucedido la exposición dedicada a la obra de Margarita Azurdia, en el Museo Nacional Reina Sofía en Madrid, este archivo quedó con el pendiente de ser mostrado. Gracias a la sensibilidad de quienes dirigen el espacio cultural La Nueva Fábrica, actualmente se exhibe en sus instalaciones la exposición Margarita Azurdia, un universo documentado, dedicada específicamente al acervo documental de una de las figuras más interesantes del arte de los sesenta hasta los noventa.
En la aldea Santa Ana, ubicada en las cercanías de la Antigua Guatemala, se encuentra este recinto dedicado a la obra y colecciones de la fotógrafa Lissie Habie. Cuando la sala se queda sin público, es increíble cómo fluye la presencia de Margarita a través de cada uno de los elementos que componen esta muestra. El entorno museográfico anima al visitante a establecer una conexión con ese acervo y pasear la vista por los cinco núcleos que integran la exposición. Tal vez, como primera impresión, cierto horror vacui invade.
Cuando comenzó a anunciarse la inauguración del evento, surgió una fuerte expectativa por ver, una vez más, la obra de la artista. Probablemente algunos han salido decepcionados. Pero la idea central de esta exposición fue, desde sus inicios, generar un acercamiento distinto a la obra de la artista. La documentación ocupó varias vitrinas y su lectura ordenada y limpia permite establecer una lectura como abrir un libro. Los archivos, ante todo, cohesionan algunos de sus periodos más emblemáticos. Las pinturas Geométricas, Asta 104, Homenaje a Guatemala, su etapa de experimentación en el movimiento corporal y sus rituales son antecedidos por una sala dedicada a creadores que fueron importantes interlocutores generacionales de Azurdia: Jamie Bischof, Joyce de Guatemala, Luis Díaz y Danny Shafer, lo cual anima una conversación silenciosa. Intercalados con los documentos, se encuentran elementos que permiten formar conjuntos y constelaciones de información visual e histórica que sugieren los aportes de la artista y su importancia en el panorama del arte de Guatemala, desde la década de los sesenta hasta finales de los noventa. Algunos evocan la intimidad de la artista o sugieren nuevas tesis en torno a su obra y sus distintas épocas de producción.
Una de las ideas de la exposición es suscitar contranarrativas que merecen cierta atención. La presencia de la Pata Lupita es el mejor ejemplo. Lupita es el nombre de una lámpara con forma de pato, literalmente, que se muestra dentro de una urna de cristal. Lo inusual de su presencia responde a ciertas premisas de la artista, principalmente sus nexos con la naturaleza y su impetuoso deseo por el cuidado del planeta y de sus recursos. La Pata Lupita aparece en varias fotografías de las primeras presentaciones del Laboratorio de Creatividad, formado por Azurdia, Benjamín Herrarte y Fernando Iturbide y dedicado a la experimentación del movimiento corporal. También fue utilizada en danzas sagradas dedicadas a la diosa Gaia. La pata era, en palabras de la artista, un umbral de su espiritualidad y devoción que experimentaba con la naturaleza. Más adelante, un grupo de tejidos colocados a la par de las pinturas geométricas muestra correspondencias entre los rombos y diseños lineales que desarrollaba la artista y la presencia de estos en la larga tradición textil mesoamericana. Una pequeña selección de mangos de resorteras, talladas por artesanos locales, fue colocada a la par de una gran cantidad de primeros registros fotográficos de la serie Homenaje a Guatemala para señalar que estos instrumentos fueron los primeros referentes para realizar los diseños escultóricos de Azurdia. Este dato se corrobora a través de una entrevista a la artista publicada en la mítica revista Alero. Son estos pequeños recursos y licencias curatoriales los que permiten expandir nuestra comprensión de los procesos de creación de imágenes insólitas, pertenecientes a un repertorio que llegó a ser personalísimo.
A pesar de las políticas del olvido de este país, los archivos de Margarita Azurdia están vivos. Repasar los documentos que integran su acervo es permitirse el gozo de unir piezas, llenar lagunas o darse el lujo de especular cómo su obra y su persona creativa fueron afectadas irremediablemente por el contexto artístico local e internacional que le tocó vivir. En ese unir piezas, sorprende la poca documentación impresa o fotográfica de ciertos periodos que es compensada con una serie de dibujos que hacen un recuento de sus memorias de infancia. También es posible percatarse de que hay datos que borró de su hoja de vida y otros que permanecen de manera confusa. El resultado de ese singular recorrido es un universo que, como cartografía o Piedra Rosetta, aporta sugerencias del cómo, dónde o cuándo comienza a formarse el carácter creativo e innovador de la artista, y su injerencia en el arte contemporáneo. Ya sea de manera disciplinada o caótica, ese archivo es un acontecimiento por sí mismo, que solo fue posible gracias a su espíritu volcánico, irremediablemente impetuoso y extravagante.
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