«Cosmopolitan» (un cocktail, como las bombas)

Mi camisón de franela y el sonido del microondas anunciando que el café está listo. Los días siguen pasando y ya no hay mensaje de buenos días. Ya no está la foto sugestiva y, muy a mi pesar, ya no hay esos besos que me aguaban las piernas.

De vos aprendí que yo no había comprendido el significado de la puntualidad. Que llegué tarde a tu vida, que ahora estás cansado, que se te terminó el sentir, que ya viviste mucho, que coleccionaste demasiados miedos. «Son así los corazones» —alcancé a murmurar— «se llenan de amarguras y ya no queda espacio para más. En fin, vos con tus cansancios y yo con los míos». Y dejé el vaso medio vacío sobre la mesa.

Vos me hablás y yo no puedo dejar de pensar que ese reloj que tanto mencionás marca la hora de irme, que me estoy despidiendo y que, a partir de hoy, dejaré de intentar.

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Este trago sabe a anhelos desperdiciados y a implacables fechas de caducidad que se cumplen. Al licor más amargo que duerme mi lengua mientras escucho tu voz decir «yo no puedo querer a nadie», y me cae como hielo triturado la certeza de que en este juego del amor no apostarás por mí, por las probabilidades del azar y por el miedo.

El título de estas líneas responde al famoso programa de televisión, ni modo. Así de cursi me ponés, y de esto es lo único de lo que puedo hacerte completamente responsable. De esto y de la astringente sensación que me causa saber que en esta ciudad que soy, vos ya no tendrás residencia.

Mientras empino la copa, me ciño el corazón arándano que se agita como aquella primera vez que sentí tu lengua generosa y rosada. El último trago se acompaña de la firme certeza de que lo que extrañaré tanto será ese twist dulce que se espera al final: me dejaste con las ganas. Yo fui amorosa con vos como con nadie. Y en estas calles tan inhumanas, pensé que jamás te empalagarías. Hielo macizo, limón amargo y un montón de guaro: así es el relleno de mi alma después de todo lo que ha pasado.

(Continuará, en espera de la segunda ronda).