El mensaje del presidente Arévalo fue claro y contundente: La corrupción, dijo, es la antítesis de la independencia, e hizo referencia a la larga lista de abusos que se convierten en yugos cotidianos. La soberbia y la avaricia de unos pocos, que sustentan la corrupción, niegan la posibilidad de mejores condiciones de vida al resto de guatemaltecas y guatemaltecos, impidiendo que seamos verdaderamente libres y nos encaminemos hacia el desarrollo como la sociedad ingeniosa y amable que somos, en una patria repleta de recursos naturales maravillosos, de comunidades trabajadoras y honestas, que no escatiman esfuerzos en luchar por lo que creen que es lo mejor para sí mismas y sus familias.
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El análisis del presidente Arévalo, de hecho, nos recuerda la tarea pendiente que tenemos todos los guatemaltecos: la de buscar las mejores condiciones institucionales y políticas que nos permita dejar atrás los muchos años de atropellos, de exclusiones, de autoritarismos y abusos que nos ha caracterizado como sociedad, casi desde el momento de nuestra independencia. Es momento de procurar la construcción de un modelo político verdaderamente democrático, donde las controversias se resuelvan no mediante la violencia o la imposición de la ley del más fuerte y sagaz, sino a través de la mediación, la escucha y la comprensión del otro. Este enfoque nos permitirá tender puentes que favorezcan la creación de una sociedad verdaderamente representativa del mosaico de etnias, culturas, idiomas y valores que define a Guatemala. Es tiempo, por lo tanto, de modificar el sello de la «patria del criollo», que aún evidencia un profundo racismo hacia los pueblos originarios. Este aspecto sigue siendo la principal deuda del actual gobierno con los movimientos territoriales que defendieron la democracia durante más de cien días de sacrificio y esfuerzo comunitario.
El obstáculo que tenemos por delante sigue siendo tan fuerte y complejo como siempre. En primera instancia, debemos enfrentar y desmontar las estructuras clientelares y corruptas que se defienden a sí mismas. Esto se manifiesta, por ejemplo, en el actual proceso de comisiones de postulación para elegir nuevas cortes de justicia, en el que esperamos que se elijan autoridades verdaderamente independientes de los intereses incrustados en el sistema político corrupto. Pero la batalla por recuperar el sueño de una Guatemala mejor no termina en velar por el nombramiento de personas probas, honestas e independientes. También pasa por desmontar las inercias perversas que aún mantienen a muchos electores, quienes siguen votando por personajes como Allan Rodríguez o Sandra Jovel, auténticos defensores de la cooptación del sistema.
En el mediano y largo plazo, la sociedad guatemalteca debe encaminar sus esfuerzos hacia el desmontaje del andamiaje legal, institucional y de valores e intereses que sustenta el Estado Anómico. Este entorno incierto permite la interpretación contingente del marco legal para validar decisiones previamente tomadas, eliminando así la principal característica del verdadero Estado de Derecho: la certeza jurídica. En el Estado Anómico, existen personajes que están por encima de la ley, a quienes la justicia jamás toca ni persigue. En este universo perverso, no hay espacio para la inclusión, la certeza jurídica ni la verdadera justicia, ya que el sistema protege a unos pocos y deja en el desamparo a la gran mayoría de la población. Esto fortalece el síndrome de indefensión aprendida, característico de nuestro país, que consiste en la creencia de que nada de lo que hagamos evitará nuestro dolor y sufrimiento. Devolver la esperanza, la libertad y la independencia a nuestra sociedad es, por lo tanto, el verdadero desafío que enfrentamos como nación.
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