Ese grupo actuó con terror matando a 1,200 israelíes, violando a mujeres, masacrando a bebés y tomando rehenes. Condeno ese acto como a la vez condeno que Occidente, por sus intereses, (así como los fanáticos evangélicos) solapan y encubren con violencia las protestas que buscan poner de relieve la política invasora y colonialista del Estado de Israel desde 1948.
En 1998, paradas frente a un enorme mapa del mundo colgado en la pared de su salón de clases, dos chicas suizas de 23 años soñaban con viajar a Oriente del planeta.
Éramos estudiantes de relaciones internacionales en el sistema público de Ginebra, Suiza. Ahora es el Geneva Graduate Institute, pero antes se llamaba «Instituto de Altos Estudios Internacionales». Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas de 1997 a 2006, precisamente se graduó de esa facultad.
Nosotras recibíamos una clase de derecho internacional público donde se nos enseñaba con énfasis el «derecho de libre determinación de los pueblos». Recuerdo mi Carta de las Naciones Unidas, un librito celeste lleno de resaltador, sobre todo en el artículo I del capítulo I, inciso 2: «Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar otras medidas adecuadas para fortalecer la paz universal...»
Mi amiga Leonor, con quien soñaba frente a aquel mapa, me convenció de pisar suelo africano también, no solamente Medio Oriente y Extremo Oriente. Viajamos a territorio egipcio, así como a Jordania e Israel. Luego, desde Tel-Aviv tomamos un vuelo rumbo a Bangkok, Tailandia.
Cuando elegimos con Leonor, los países del sudeste asiático por visitar, evitamos Birmania. No le llamamos Myanmar por no seguir el nombre impuesto por la junta militar violadora de derechos humanos de ese país. No queríamos dar un solo centavo a un régimen que mantenía a Aung San Suu Kyi, oponente democrática a la dictadura militar, en arresto domiciliario desde 1989.
Al regresar a Europa, mi amiga libanesa Yazel preguntó sobre mi viaje y con un tono de curiosidad, pero sobre todo de sorpresa y decepción me dijo:
–¿Pero es cierto que fueron a Israel?
–Sí
Hubo un silencio incómodo y luego añadió:
–Mmm... y ¿cómo es?
Le conté lo que vi y luego Yazel, de padre libanés católico de Oriente, me contó la historia de su abuelita paterna, casada con un palestino y con quien se fue a vivir a ese territorio. Tuvieron tres hijos y un día en 1948, cuando el papá de Yazel tenía un año, les cerraron las cuentas bancarias y su casa fue tomada por una familia sionista que se disculpó mientras cambiaban la chapa de la puerta de entrada a la que hasta entonces había sido su casa.
Después de que la familia sionista invadiera su casa, gracias a que el abuelo de Yazel trabajaba para los británicos, rápidamente fueron ayudados para huir hasta la frontera con Líbano en un convoy. Tuvieron una hora para salir de casa y debieron hacerlo bajo pedradas e insultos de los sionistas. Su familia nunca más pudo entrar a territorio palestino desde 1948 cuando se creó el Estado de Israel.
A pesar de ser las niñas suizas estudiosas de derecho internacional que éramos y aún con las tareas bien hechas sobre la libre autodeterminación de los pueblos no quisimos darle un centavo de nuestros ahorros a un país con una dictadura militar, pero sí fuimos a Israel: país creado con violencia colonial y que jamás respetó la libre determinación del pueblo palestino que ya habitaba ahí. La propaganda occidental sí que es eficiente.
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Ahora bien, Palestina fue un tablero aprovechado por las violentas colonias europeas. El 16 de mayo de 1916, París y Londres se dividieron provincias otomanas de Oriente Próximo. Firmaron el Acuerdo secreto de Sykes-Picot y se dividieron zonas bajo control francés, otras bajo control británico y Palestina bajo control internacional. La historiadora francesa Renée Neher-Bernhein[1], cuenta que Francia necesitaba una zona de influencia en Siria y Gran Bretaña en Mesopotamia (lo que ahora es Irak y el norte de Siria). Palestina constituía entonces un excelente baluarte defensivo para Egipto y para el Canal de Suez, que era absolutamente necesario proteger.
En 1920 Palestina queda bajo mandato británico. Y a los británicos se les ocurre en el primer censo, clasificar a la población de una forma perversa que nunca se había hecho antes: judíos, árabes. «Hagamos que se peleen para que seamos eternamente sus árbitros» lo resume Elias Sambar, historiador palestino, embajador de la UNESCO.[2] Los mismos británicos, por cierto, prohibieron en 1939 (en medio del ambiente antisemita en Europa) la inmigración judía hacia Palestina con su famoso Libro Blanco. Los imperios coloniales hacían y deshacían según sus intereses.
Roberto Wagner, analista guatemalteco, lo resumió en un espacio en X el 16 de mayo pasado: «Yo no sé si desde París o Londres estaban jugando damas o dados, pero fíjense en esas fronteras». En este mismo sentido, el blog Singularia considera que «son países con líneas trazadas a distancia, desde lo ajeno, sin consideración por la realidad sobre la que se impusieron». Incluso, el documental de Al Jazeera Sykes-Picot: Lines in the sand explica la arbitrariedad colonial interesada de Francia y Gran Bretaña.
Tras haber estado bajo el yugo de las colonias europeas, el territorio de Palestina es sometido a otro proyecto colonial: el proyecto sionista. Esta continuación de la dominación colonial muestra cómo Palestina ha sido históricamente afectada por fuerzas externas que han configurado su destino sin tener en cuenta los deseos y derechos de su población.
Asimismo, Ilan Pappé, historiador israelí nacido en 1954, afirma que lo que el movimiento sionista realizó en Palestina a partir de 1947-48 fue una limpieza étnica.
Pappé ha explicado cómo la agencia judía que representaba el movimiento sionista en palestina había conseguido solamente comprar el 7 % de la tierra de ese territorio, y traer más o menos 600,000 judíos; es decir, no más un tercio de la población. En este video, a partir del minuto 21, afirma: «En el plazo de un año, entre febrero 1947, fecha en que Gran Bretaña decidió abandonar Palestina, y febrero 1948, cuando comenzó la limpieza étnica de Palestina, los dirigentes judíos tradujeron las ideas abstractas y fluidas de hacer de Palestina un espacio judío en programas reales que se ejecutarían sobre el terreno».[3]
El libro de Pappé demuestra cómo entre 1947 y 1949 se destruyeron deliberadamente más de 400 pueblos palestinos, se masacró a civiles y se expulsó de sus hogares a punta de pistola a cerca de un millón de hombres, mujeres y niños. Insisto y como bien lo deja claro Pappé, si hubiera ocurrido hoy, esto se hubiera llamado «limpieza étnica».
Además, Alain Dieckhoff, director de investigación en el centro nacional de investigación científica de Francia afirma que cuando las Naciones Unidas crearon el Estado de Israel, el territorio estaba habitado por 600,000 judíos, pero por el doble de palestinos árabes, que eran 1, 200,000. Yann Scioldo-Zürcher, historiador encargado de investigación cuenta cómo en los pueblos de Galilea hubo una destrucción masiva de pueblos árabes «eso se nota aún hoy en día cuando usted está en el valle del Jordán. Del lado israelí se ven prados porque todos los pueblos fueron destruidos. Y del otro lado, se observa una densidad mucho más importante de población. Se puede ver muy bien los traslados de poblaciones que se realizaron a favor de las poblaciones judías».[4]
Deshagámonos de la propaganda colonial occidental. En absoluto son «dos pueblos hermanos que no se llevan». Revisemos de dónde llegaban esos invasores «blancos, de Europa» como lo explicó en Tangente, el abogado israelí de derechos humanos, Daniel Shenhar.
Analicemos también la política de terror del agua que el Estado sionista lleva a cabo desde décadas: «se sabe que el gobierno israelí agota el agua para impedir que la población palestina se adapte de algún modo a la escasez de agua» (Goeller, 1997). A menudo se daña o destruye la infraestructura hídrica de los Territorios Ocupados, impidiendo no solo el acceso al agua potable, sino también cualquier perspectiva de agricultura o de una ganadería sana (Amnistía Internacional, 2009). La política del agua seguida por Israel ha contribuido de algún modo a la continuación del conflicto, ya que sigue siendo fundamental para el objetivo nacional israelí de lograr el control total de Palestina.
Y, sobre Gaza, acordémonos de la política de apartheid hacia la población gazatí que vive un bloqueo desde 2007, impuesto por el estado israelí, que restringe su derechos al trabajo y a la educación. Es literalmente una prisión de cielo abierto.
Así que, desde la experiencia de aquella estudiante de derecho internacional y desde mi visión actual invito: De la misma manera que repudiamos a Hamas, informémonos acerca del apartheid, de la venta de armas al gobierno genocida de Guatemala y a otros países a lo largo del siglo XX, y pues de la invasión colonial del proyecto sionista del Estado de Israel.
[1] Min. 29 https://www.radiofrance.fr/franceculture/podcasts/le-cours-de-l-histoire/avant-l-etat-d-israel-le-sionisme-et-le-peuplement-de-la-palestine-6854025
[2] Min. 38: https://www.radiofrance.fr/franceculture/podcasts/le-cours-de-l-histoire/avant-l-etat-d-israel-le-sionisme-et-le-peuplement-de-la-palestine-6854025
[3] Del minuto 22 al minuto 25 Pappé se expresa acerca de lo que él llama “The ethnic cleansing of Palestine”, título de un libro acerca del tema publicado en 2006.
[4] Min. 37-38: https://www.radiofrance.fr/franceculture/podcasts/le-cours-de-l-histoire/du-partage-de-la-palestine-a-la-creation-de-l-etat-d-israel-3458494
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