Uno de los temas fundamentales del problema lo representa la segmentación del sistema educativo. Hay un grupúsculo de centros educativos de élite en donde se preparan los cuadros técnicos que requieren las empresas de punta del mercado laboral. Luego, proliferan miles de colegios del sector privado de la educación, variopintos por la calidad educativa que ofrecen, cuanto por el costo de la colegiatura. Finalmente, los centros educativos públicos que, en general, ofrecen una educación de mala calidad.
Esta segmentación reproduce la desigualdad social al ofrecer una educación de altísima calidad a un reducido número de estudiantes que se insertarán con éxito en el mercado de trabajo. En el polo opuesto quedan miles de jóvenes que se disputan los reducidos espacios de este mercado, en donde no se requieren capacidades para tareas de alta productividad y que, por tanto, conforman un mercado de trabajo precario. El resto, la mayoría, se convierten en ninis, con las perspectivas sociales que esto supone. La estructura social se refuerza ya que un reducidísimo número de personas consiguen el éxito, mientras millones de jóvenes engrosan las filas de la población en pobreza y pobreza extrema.
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Un aspecto perverso de esta segmentación queda al descubierto, sobre todo como resultado de la división entre educación pública y educación privada. Y es que además de la oposición entre ricos y pobres, se refuerza la distancia interétnica. En los países desarrollados, en donde el Estado de bienestar promovió la educación pública, todos confluían en el espacio escolar desde temprana edad. Esta interacción con el otro, con la otra, permitió fundir un sentimiento de unidad en la diferencia. En otras palabras, permitió la emergencia de un sentimiento de nación y la comunión, al menos en un nivel básico, de principios y valores comunes. En nuestros centros educativos lamentablemente no hay este intercambio y las barreras de clase social y los muros interétnicos se perpetúan. Esta imposibilidad de comunicar inquietudes, puntos de vista y necesidades en el espacio escolar, entre poblaciones tan diversas, constituye una discapacidad inscrita en el ADN de las futuras ciudadanas y ciudadanos, que contrarresta cualquier intento de construir un proyecto de nación.
Por otro lado, el deterioro de la calidad de la educación en el sector público y en la mayor parte de los centros educativos privados conspira contra el discurso de mejorar el capital humano, como requisito para superar la transmisión intergeneracional de la pobreza. Por el contrario, una fuerza de trabajo mal preparada llanamente reproduce una estructura productiva atrasada. Es decir que no hay visos de una transformación de esta estructura. Y en esto tienen mucho que ver una trasnochada oligarquía rentista, un sector empresarial complacido con los tratos hechos a la medida con el Estado y unos políticos convertidos en nuevos ricos, cuyo único propósito es aprovecharse de las arcas nacionales.
En cuanto al sector público de la educación, hay que resaltar el agravante de un sindicalismo canalla que desdice de los principios gremiales de una clase trabajadora dignificada y de una mística de servicio a la niñez y a la juventud. El abandono paulatino de procesos pedagógicos imprescindibles para la buena calidad de la educación, como la supervisión escolar, han convertido a la educación pública en un fantoche docente. Ni que hablar de otros procesos ampliamente estudiados por las ciencias de la educación. En la práctica muchas aulas y centros escolares no pasan de ser guarderías y guarderías de mala calidad.
Estos nudos ciegos de la educación en Guatemala la han convertido en la oveja negra de la política social en Guatemala, una política social de por sí raquítica y relegada históricamente, a juzgar por el bajo presupuesto que se le asigna en el Congreso de la República. Este panorama desolador en que se desenvuelven millones de estudiantes apunta a la necesidad de cambios radicales, casi revolucionarios. En el escenario presente, no se vislumbran las soluciones por la vía de la reforma educativa. Como tantos procesos sociales en Guatemala, el clamor es por una transformación de fondo.
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