Huelga decir que el país ibérico se ha rendido a los pies de los muchachos que lo llevaron a coronarse de nuevo campeón de Europa, pero la fiebre «Yamal-Nico» choca con la realidad de la discriminación y el desprecio con el que muchas veces se suele ver a los migrantes. Es común ver a ciudadanos africanos vendiendo mercancía barata en las grandes plazas de Madrid, en unas curiosas sábanas aderezadas con hilos que parten de cada esquina, y que se unen en un solo lazo que los improvisados vendedores tienen en la mano. Este ingenioso artilugio permite al vendedor, de un solo tirón, convertir su manta en un saco que se echa al hombro para luego salir huyendo a toda velocidad cuando aparece la policía, ya que esta clase de ventas callejeras son ilegales. Es común ver grupos de africanos corriendo a todo lo que dan sus fuerzas con su mercancía a cuestas mientras un auto patrulla los sigue de cerca, y aunque se entiende la necesidad de ceñirse a las leyes de cada país, ya podrían los españoles haber ideado alguna forma de regular esta actividad para mejorar la situación, evitando así que estas personas sufran constantemente el susto y la humillación simplemente por querer ganarse la vida.
Por su parte los jóvenes Yamal y Nico también corren, pero dentro del espacio delimitado por la línea blanca, bien pagados y alentados por los hinchas de su selección, que los sostienen y arropan con su fervor. Dos caras bien distintas de esa curiosa moneda que es la migración. Los hermanos y académicos Carlos e Ignacio Lago, investigadores de las universidades de Vigo y Pompeu Fabra de Barcelona, respectivamente, han realizado investigaciones que demuestran que ahí donde los migrantes elevan el nivel del fútbol, ya sea a nivel local o regional, la percepción de los habitantes de esos sitios hacia la migración mejora también (pueden leer más sobre el estudio aquí). No obstante, ello no impide que persistan opiniones cavernícolas como la de Manuel Gavira, portavoz en Andalucía del ultraderechista partido Vox (buen nombre para un partido lleno de gente vociferante y gritona) que con total mezquindad y enanismo espiritual trató de restarle mérito al gol con el que Lamine Yamal puso a España en la final del campeonato. Dijo, sin arrugarse, que «si el gol no lo hubiera metido Yamal, seguramente lo hubiera metido otro». Así suelen ser las declaraciones de la gente que abre la boca sin conectarla primero con la cabeza. La epopeya de los jóvenes delanteros españoles, sin embargo, es solo un episodio de esta larga e intensa lucha de los seres humanos por buscarse un mejor futuro, llegar a sitios donde ellos y sus familias puedan tener más oportunidades y una vida más digna que la que tienen en sus lugares de origen, y su potencial para desarrollarse y brillar en ámbitos diversos de la vida. Solo que en arenas como la del fútbol, objeto de millones de cámaras y reflectores, estas historias y sus desenlaces se destacan con mayor nitidez para el gran público que en campos más discretos, como el que ocuparía un profesor entregado a su vocación, un científico brillante o inclusive un trabajador municipal cumplido y dedicado.
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Naturalmente, Guatemala no es destino de migración alguna, pero a su habitual condición de país exportador de capital humano (calificado y no calificado) se le añade ahora un nuevo estatus de país de paso de las abrumadoras oleadas migratorias surgidas recientemente desde el sur hacia el eterno sueño del norte ideal. Amenazados por mil y un peligros, los migrantes demuestran una y otra vez su capacidad para sobresalir y alcanzar el éxito en distintas áreas, como lo demuestran los casos del empresario de software Marcos Andres Antil, y del corredor de larga distancia Luis Grijalva, que aunque fue llevado por sus padres a Estados Unidos desde muy temprana edad, participa en competencias deportivas internacionales con el uniforme azul y blanco de su país natal, con extraordinarios resultados. Está, por supuesto, el ejército de compatriotas que, aunque no destacan en los medios de comunicación ni brillan bajo los reflectores, trabajan esforzadamente a diario y se ganan el sustento y el de sus familias dignamente en tierras lejanas. Y están, por supuesto, los cientos, miles incluso, que mueren en el camino por alcanzar una vida mejor.
En Ciudad de Guatemala recientemente ha aumentado el número de latinoamericanos, principalmente hondureños y venezolanos, aunque también de otras nacionalidades, que deambulan por las calles tratando de ganarse la vida mientras prosiguen su viaje al norte. Y estas personas se ven comúnmente atrapadas en la encrucijada que se forma entre los prejuicios de los habitantes locales, las redes criminales que tratan de llevar agua a su molino y aprovechar su situación precaria para sus propios fines, y la dura represión de la que son objeto por parte de las fuerzas del orden de los distintos gobiernos que los propios guatemaltecos también sufrimos a nuestra manera.
Se habla mucho de la necesidad de detener la migración, de hacer que toda esa gente talentosa y llena de sueños se quede en casa y se desarrolle, que aporte con sus capacidades al avance del país. Pero es insoslayable que siempre habrá gente, y puede ser mucha gente, que tendrá el impulso de marcharse y buscarse la vida en otro lado, y es fundamental permitir esta movilidad humana sin la amenaza constante de barreras, arrestos, deportaciones y hasta la muerte. La globalización basada en el brutal e inhumano modelo neoliberal, que permite el libre intercambio de capital y mercancías a nivel mundial mientras les cierra el paso a las personas, debe dar lugar a un modelo diferente, humanizado y humanitario, que permita la movilización sin cortapisas y que atienda a la consigna de que sí, migrar también es un derecho humano. El alzamiento de muros por doquier, desde Estados Unidos hasta Grecia y República Dominicana, debe detenerse. Los migrantes deben tener acceso a servicios durante su tránsito hacia sus lugares de destino, y su viaje en busca de un mejor futuro debe dejar de ser una apuesta que con demasiada frecuencia se pague con la vida. Ello pasa por empezar a verlos tal como son: seres humanos llenos de potenciales y sueños, en vez de amenazas de origen inexplicable, como si fueran seres venidos de otro planeta u otra dimensión para causar daño.
Las ultraderechas del mundo amenazan constantemente con hacerse del poder, pero los recientes reveses que han sufrido, como es el caso de Francia y el Reino Unido, donde las políticas xenófobas del partido Reagrupacion National (RN) de Marine Le Pen, o las políticas del conservador Rishi Sunak que buscaba fletar aviones para trasladar a los migrantes en busca de asilo a Ruanda, así como el papel relativamente marginal que siguen jugando el partido español Vox, y el alemán Alternative für Deutschland (AfD), demuestran que todavía hay conciencia a nivel mundial de lo que significa y representa la migración, y quienes la adversan. Pero deben darse pasos decisivos para que migrar pase a ser una realidad accesible en todo el planeta y los Lamine Yamal y los Luis Grijalva del mundo pasen a ser realidades cotidianas en vez de meras rarezas ocasionales.
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