Lo que nadie anticipaba era que la victoria de Trump fuera tan contundente y que todos los famosos siete estados péndulos rechazaran la propuesta de Kamala Harris y Tim Walz. Incluso con menos votantes este año tanto para Trump como para los demócratas, el trumpismo logró ganar también el voto popular. En estos momentos, en el campo demócrata, todos siguen poniendo sus barbas en remojo, o al menos eso se esperaría. El momento se presta para la evaluación con humildad y redirigir el partido hacia sus bases, renovando además su liderazgo. Los mil millones de dólares invertidos en la campaña lucen como una cifra obscena cuando se observan los mediocres réditos.
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La tendencia de las encuestas no estaba tan errónea. Si bien los mapas postelectorales parecen mostrar una marea roja a lo largo y ancho del país, recordemos que usualmente muchos de esos distritos rurales son donde menos población reside. Las encuestas pronosticaban que la contienda iba a estar sumamente cerrada, y al día de hoy, efectivamente, hay varios estados donde la diferencia fue de menos de un punto porcentual (0.9 %), o 29,000 votos como en Wisconsin o 1.4 % (80,618 votos) en Michigan.
Según mi pronóstico de mayo, efectivamente, hay un electorado sumamente leal a Trump, particularmente en las áreas rurales. Este dato no solo se mantuvo, sino que se extendió a los suburbios y al segmento de mujeres blancas. Luego de que Trump suavizara su postura sobre los derechos reproductivos, logró cautivar al mayor segmento electoral: el de las mujeres blancas.
El segundo factor es el discurso cada vez más extremista contra los inmigrantes, a raíz del aumento, en los últimos años, de inmigrantes que buscan mejores oportunidades aquí. Sin duda alguna, este mensaje cuajó bien no solo en los estados fronterizos, sino también en una buena parte del electorado latino, que usualmente votaba por los demócratas en condados de Texas o Florida. Lo irónico es que la jefa de campaña tanto de Biden como de Harris es latina, nieta de César Chávez.
El factor de la edad se disipó luego de que Joe Biden dejara la contienda y una energética y dinámica Harris lo relevara a toda prisa. Sin embargo, su juventud y alegría tampoco conquistaron rotundamente a los jóvenes, y un electorado que le hubiese sido propicio prefirió no votar, probablemente como protesta ante la situación en Gaza.
Lo que comprueban estos resultados es lo extremadamente dividido que está el país, y que los cambios demográficos no solo asustan a las todavía mayorías blancas, sino que también a las personas de color, especialmente a la segunda población étnica en el país, las personas que se autoidentifican como latinas. Al final de cuentas, ¿no es parte del sueño americano «asimilar» las actitudes de este país para parecer «más blanco», incluyendo el individualismo y el racismo hacia el otro, aunque compartan los mismos retos de clase y orígenes étnicos y culturales?
En Guatemala sabemos de dictadores y regímenes autoritarios. Sabemos cómo empiezan, se desarrollan y terminan, y no sin resistencia. Pero en esta era de la postverdad, la desinformación, la alienación masiva de redes sociales, la inteligencia artificial y esta plutocracia a rienda suelta, sigue siendo difícil predecir si la celeridad y magnitud de los cambios del trumpismo 2.0 lograrán despertar a la ciudadanía de su enamoramiento con un criminal. Queda por ver si protestarán cuando sus políticas los sumerjan aún más en la pobreza y castiguen a su partido en las urnas en 2026, en el medio período.
Se viene una ola de mucho miedo y tensión. Me pregunto si los generales se le van a cuadrar también o van a ser considerados «enemigos internos» cuando les toque defender la paz interna. «Tiempos recios» podría quedarse corto para lo que se viene en los próximos años en estos Estados (des)Unidos de América.
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