Alejandro Giammattei, el extraño rehén
Alejandro Giammattei, el extraño rehén
- Esta es la primera vez que llega a una segunda vuelta electoral, luego de tres campañas fallidas. También es la primera vez que lo hace con un proyecto político propio, y no como invitado.
- Su partido es una amalgama de las viejas estructuras políticas y laborales a las que Giammattei perteneció, sobre todo la Gran Alianza Nacional (Gana). Esto explica parcialmente que sea el partido con mayor presencia territorial, pese a su novedad: 22 departamentos y 121 municipios.
- Su vicepresidenciable es el Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio, exmagistrado de la Corte de Apelaciones, exgerente del Intecap, y exviceministro de Trabajo.
- A Giammattei lo describen como tenaz, fuerte, valiente, eficaz, brillante, explosivo, volátil, impredecible.
- Pavón lo hizo famoso, dos veces. La que más se conoce es la segunda, cuando siendo director del Sistema Penitenciario, siete reos fueron ejecutados por las fuerzas del Estado. Giammattei fue acusado y finalmente quedó libre.
- Hace varios años, Giammattei profetizaba una segunda vuelta entre él y la UNE.
- En su libro, aseguró que el caso Pavón fue un ataque orquestado contra él, porque él representaba una posible amenaza que evitaría la reelección del partido oficial.
Alejandro Giammattei llega por primera vez a una segunda vuelta, tras más de una década intentándolo. También por primera vez lo hace con un partido propio. Su plan de gobierno confía completamente en el apoyo y la eficiencia del sector privado.
—Señor alcalde, a sus órdenes —le dijo Alejandro Giammattei Falla a Álvaro Arzú Irigoyen un domingo de resurrección de 1989. En la Granja Penal Pavón transcurría un amotinamiento. Se trataba de una de las crisis carcelarias más graves registradas hasta el momento, y Giammattei era el jefe del Cuerpo de Bomberos Municipales. Llegó al Palacio de la Loba para pedirle al alcalde Arzú poder intervenir.
El jefe edil accedió, con una advertencia:
—Andá, pero tené mucho cuidado, no te metás sin autorización de las fuerzas de seguridad porque podrían agarrarte los reos.
A medio día sonó el teléfono en la Municipalidad de Guatemala. Giammattei al habla. Lo habían agarrado los reos. Se había ofrecido como rehén —es su versión—- mientras las autoridades negociaban un acuerdo con los amotinados.
—Vos, me tienen agarrado aquí.
—Te lo dije que te iban a agarrar —reclamó Arzú, según su biografía.
—Sí, vos, y dicen que me van a matar y que la gran diabla.
El motín culminó con una docena de muertos. Los bomberos se retiraron del lugar. El rehén salió libre y nadie podía saber que años después, en esa misma granja penal, acontecería otro de los momentos clave de su carrera política en el que también habría más de media docena de muertos. Pavón sirvió, en dos ocasiones, para ponerlo en el escenario político. Pero después de esta primera, desapareció de él por algo más de una década: durante más de diez años vagó por ambientes laborales y círculos relacionados con el Estado y el alto empresariado (por ejemplo, el Banco del Café), hasta que sus conexiones y aquel momento en Pavón lo llevaron a ocupar, durante el Gobierno de Óscar Berger Perdomo, un cargo para el que, admite, tenía un conocimiento «notablemente escaso»: le ofrecieron que fuera director del Sistema Penitenciario, y aceptó porque, sostiene, nunca ha sido alguien que le huya a los retos. La oferta que le hizo el entonces ministro de Gobernación, Carlos Vielman Montes, no era «seductora», pero aceptó convencido de poder limpiar la corrupción del SP.
Dice.
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La idea del rehén sobrevuela la trayectoria política de Giammattei no solo porque muchos coinciden en que aquel domingo de resurrección de 1989 en que quiso interceder en un amotinamiento y acabó en manos de los reos disparó su carrera. También porque hasta ahora siempre había aceptado encabezar partidos que en realidad no encabezaba, partidos que lo enarbolaban como pancarta o estandarte.
Candidato a la alcaldía y a la presidencia por varios partidos, más que como líder, se desempeñaba como actor principal intrascendente de películas sostenidas por los secundarios.
Ha sido rehén de agrupaciones en las que no era mucho más que un ego sin domesticar, de cuyos órganos internos carecía de control, o de los candidatos o de los diputados o de lo que fuera.
Rehén de organizaciones que no eran suyas ni para él, pero vieron en él una proyección pública capaz de elevarlas y potenciar a quienes estaban detrás, los verdaderos dirigentes.
Giammattei ha sido en cierto modo un astronauta que llega, cumple su misión y luego se retira durante cuatro años del desapacible paisaje de la política, hasta nuevo aviso.
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Pero su misión tampoco es sumisión.
Si todo esto es cierto, aun así sería un rehén muy extraño: un rehén impetuoso, intuitivo y consciente de su condición, un rehén que ha permitido o incluso pretendido convertirse en rehén, y que tiene sus propios fines, y que supera e incluso captura y saca partido de quienes parecían aprovecharse de él.
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El 21 de julio Giammattei llegó a la zona 18 para un mitin. La actividad era a la par de la clínica del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) en El Paraíso II. Todo empezó a montarse desde las cuatro de la tarde. A las seis en punto, el candidato, acompañado de una banda marcial de estudiantes de secundaria, se abrió paso desde el fondo, caminó entre la multitud y se subió al escenario. Tardó casi diez minutos para llegar entre que daba los pasos tímidamente con las muletas, y se tomaba fotos con la gente.
«Tómense foto con el próximo presidente de Guatemala», decía la animadora desde el escenario. Les pedía que levantaran el dedo, como el candidato en la publicidad, y que agitaran los banderines para las fotos.
Era una coreografía orquestada.
Giammattei llegó solo con su equipo. No había rastro del vicepresidenciable. Desde el 16 de junio no se les ve juntos. A Giammattei no lo acompaña nadie, es decir, ninguna figura. Y si lo hace, no la presenta. Ningún diputado recién electo, al menos de su partido, o alcalde que le dé el espaldarazo. En Santa Rosa y Jalapa llegaron a apoyarle Napoleón Rojas y Jaime Lucero, de la Unión del Cambio Nacional (UCN), un partido cuya ideología calificó la embajada de EEUU como «narco».
Cuando Giammattei habló, concentró su discurso en no regresar al pasado (el pasado para él es, claro, el gobierno de la UNE) y trató de competir con Sandra Torres en su propio territorio: los programas sociales. Prometió desayuno y refacción en preprimaria y primaria; mantener las escuelas abiertas (el nombre de un viejo programa de la UNE); hacer a la mujer el centro de la familia y la economía (que repentinamente la UNE también ha adoptado).
Hubo gritos de apoyo.
Provenían, en su mayoría, de gente del partido o afín a esta. Los aplausos más fuertes, de madres de familia, se dieron con la mención de la mejora de las escuelas.
Cuando el candidato empezó a despedirse, la mayoría de personas del partido se movieron para hacer una fila que iba desde la salida del escenario hasta el automóvil. El paso era difícil. Una reportera de Nómada logró un espacio y cuando intentó preguntar miembros del partido le tiraron del pelo. Puede parecer un detalle menor, pero Vamos ha sido hostil con la prensa: poco acceso a los candidatos, al equipo, e incluso a la agenda, y bastante agresividad.
Entonces, un hombre se subió a las gradas de la tarima con su familia. «¡Giammattei, Giammattei! Nosotros somos pueblo», gritó. El candidato se aproximó para tomarse una fotografía. Una señora se acercó a persignarlo y darle una bendición. Luego se despidió de los miembros del partido que no le impidieron el paso con un «gracias».
El candidato subió a su automóvil y se fue.
Todo esto no duró más de veinte minutos.
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«Las mujeres le van a decir a sus hijos: Mirá, patojo, no sé si vas a aprender, pero andate a la escuela, porque por lo menos de hartar te van a dar ahí bien», djo el candidato presidencial durante un mitin en Alta Verapaz, contando las bondades de su propuesta social.
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[Hasta cierto punto, la carrera de Giammattei se ha desarrollado saltando a cargos para los que tenía un conocimiento «notablemente escaso», pero con una disposición voluntariosa, o aterrizando como líder en partidos en los que no era mucho más que un paracaidista de ocasión. Y sin embargo, su carrera también ha sido también otra cosa desde hace lustros: la de un hombre de piñón fijo, obsesionado por una idea o un objetivo que engulle todo lo demás. Mandar, gobernar, ya fuera una capital, o un país.]
Y para eso, por primera vez después de múltiples fracasos con partidos que no creó él, ha montado uno propio.
En sus 12 años de candidato presidencial no ha buscado una curul, ese cargo que ha servido a otros expresidentes para afilar su imagen.
Alejandro Giammattei Falla tiene un objetivo claro: la Presidencia del Gobierno.
Esta es la primera vez que el candidato, a sus 63 años, llega a una segunda vuelta electoral.
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Desde la década de los 80, Giammattei ya gozaba de contactos en el alto funcionariado. Tenía 29 años, estaba casi recién salido de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos, padecía de esclerosis lateral, se desplazaba en una silla de ruedas, y el Tribunal Supremo Electoral lo había nombrado coordinador general de las elecciones en 1985. Debía asegurar que las papeletas estuvieran el día de las elecciones, y las mesas y juntas electorales funcionaran como un reloj.
Esperen, ¿coordinador general de las elecciones? Tampoco parecía un nombramiento evidente, pero hubo algo que impresionó a John Schwank.
En aquel tiempo el TSE quedaba en la Reforma. John Schwank era el encargado de aquella contratación, y hacía las entrevistas de trabajo en su oficina del segundo nivel. Cuando Giammattei llegó, recuerda el exmagistrado Gabriel Medrano, fueron a avisarle. Schwank pidió que lo hicieran subir. La casa tenía dos escaleras que conducían a los despachos de las autoridades. Le replicaron que no iba a ser posible, puesto que el aspirante estaba postrado en una silla de ruedas.
Eso creían.
Minutos después, Giammattei estaba frente a Schwank.
«Yo no sé cómo», relata Medrano, «pero Giammattei subió al despacho de John. Obviamente fue contratado de inmediato».
Dicen que es tenaz, fuerte, valiente, eficaz, brillante, explosivo, volátil, impredecible. Algunas de ellas son fácilmente comprobables: su tenacidad, su explosividad, su impredecibilidad, y, bajo cierta luz ambivalente, su valentía. La mayoría de los entrevistados sabe de alguna anécdota en la que Giammattei ha perdido los estribos, pero también recuerda alguna medida efectiva, no siempre ortodoxa, que ha alumbrado para salir de un problema.
Cómo motivar a la gente en el centro de recepción de votos en las elecciones generales. Cómo organizar el presupuesto del Sistema Penitenciario para usar mejor los recursos.
Según Medrano, Giammattei era un tipo con una energía inmensa. A pesar de la silla de ruedas, se movía de arriba para abajo en el Parque de la Industria. «Había una campana que sonaban cada vez que llegaban los resultados de una mesa. Él gritaba, iba con cada persona y los motivaba a seguir con la actividad», cuenta. Palabras de aliento, bromas, gestos.
Luego, podía cambiar en cuestión de segundos: era un volcán.
En realidad, reducir a la determinación mostrada ante Schwank el motivo por el que Giammattei fue contratado puede ser engañoso: su relación con el magistrado Arturo Asturias Herbruger era antigua, familiar, y tan buena que, cuando Asturias asumió la vicepresidencia tras el autogolpe de Jorge Serrano Elías, en 1993, invitó a Giammattei a que fuera su secretario privado. Desde ahí, Giammattei buscó impulsar programas de apoyo a la micro y mediana empresa y un programa de desarrollo fronterizo, siguiendo la lógica que había aprendido años antes, cuando dirigió el área de microcréditos en el Banco del Café (Bancafé).
Aquel trabajo en Bancafé le había procurado, además de ese conocimiento, algún contacto esencial. Ahí había conocido, por ejemplo, a Eduardo González Castillo, hijo del fundador del Banco y, durante el gobierno de Berger, secretario de Coordinación Ejecutiva de la Presidencia.
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Hace unas semanas, Giammattei propuso castigar a los reos sin visitas conyugales. «Se arreglarán entre ellos como puedan», dijo ufano el mismo exdirector de prisiones que accedió al cargo, en sus propias palabras, con un conocimiento «notablemente escaso».
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El partido Vamos por una Guatemala Diferente es una amalgama que mezcla viejos espacios en los que ha estado Giammattei y la gente que viene con él. Hay integrantes de la extinta Gran Alianza Nacional (Gana), empresarios contratistas del Estado y otros que trabajan al margen, y enlaces con la vieja guardia militar.
Quizá por eso, Vamos se consolidó como un partido rápidamente y es, en buena medida, heredero de la Gana de Jaime Martínez Lohayza, que en 2015 dejó descuidadas a sus estructuras y sus bases para irse con Libertad Democrática Renovada (Lider). Esos restos de organización y liderazgos estaban ahí, latentes y agazapados, a la espera de que alguien los activara. La agrupación de Giammattei llegó a rescatarlos del abandono.
Carlos Waldemar Barillas Herrera es una de las continuidades más evidentes. Barillas, exdiputado de la Gana recordado por haber cobrado en 2005 viáticos para viajar a Paris con una invitación falsa a un seminario, es el secretario departamental de Guatemala de Vamos, ocupó el tercer puesto del listado para diputados del distrito, y fracasó en alcanzar una curul.
Gracias, en parte, a que se montó sobre esa estructura previa, en dos años Vamos se convirtió en la fuerza con mayor presencia territorial del país, por encima de la UNE: 22 departamentos y 121 municipios. Varios miembros del partido cuentan que desde hace uno o dos años pasaban los fines de semana en la casa de los secretarios departamentales para ir a dar capacitaciones, talleres, y conseguir afiliados.
Hay miembros del partido que no encajan en la categoría de amigos o colegas de Giammattei: son los que responden a otros grupos de poder dentro del partido.
Se señala, por ejemplo, de representar los intereses del sector empresarial a su vicepresidenciable.
A Guillermo Castillo Reyes este supuesto no le da risa. «Mis 28 años como funcionario pesan más que los cinco años que llevo como Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio», responde. El currículum del candidato en lo público es amplio. Ha sido magistrado en la Corte de Apelaciones, viceministro de Trabajo y Previsión durante el gobierno de Óscar Berger Perdomo (2004-2008), gerente del Instituto Técnico de Capacitación y Productividad (Intecap), y ha trabajado, además, en el Ministerio de Agricultura, el Ministerio Público (MP), y la Procuraduría General de la Nación (PGN).
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Estaba en Intecap cuando coincidió con Giammattei, que dirigía el Sistema Penitenciario (SP). «Trabajamos programas de capacitación para los privados de libertad, así como panadería, repostería, bisutería», cuenta. «Después de eso le perdí la pista hasta que hace tres años vino a contarme que quería hacer un partido político diferente». El abogado asegura que se barajaron dos o tres candidatos para vicepresidente. Eran ajenos al partido, y nunca terminaron de cuajar. Mientras tanto, él viajaba a los departamentos para trabajar con las bases.
Hace un poco más de un año Giammattei cambió de idea y le dijo que quería que la acompañara alguien de la agrupación.
—Le pregunté en quién estaba pensando. Me dijo: «en vos».
Al principio no estaba muy convencido. Eso dice. Luego cedió a ejercer provisionalmente, mientras se buscaba a alguien más.
Pero no buscaron.
A Castillo Reyes lo proclamaron candidato a la Vicepresidencia en octubre de 2018.
Recuerda que el día la asamblea Giammattei le quería hablar. Fueron a sentarse en un pequeño espacio del Parque de la Industria y el candidato pidió que se sentaran a rogarle a Dios por ellos y su camino. «Yo pedí que me mandara una señal, si esto era para mí, y si no era, también. Aún no recibo nada». Su tono es serio, pero bromea.
Castillo Reyes es un compañero de fórmula atípico. No se prodiga demasiado en actos públicos con Giammattei: cada uno, dice, tiene tareas distintas. Al dividirse abarcan más. Si ganan, asegura que mantendrían una dinámica similar porque hay situaciones en las que al vicepresidente no le compete o sería una pérdida de tiempo estar.
A pesar de que esta es la primera vez que Guillermo Castillo Reyes opta a un cargo de elección popular, es su segunda experiencia en un partido político. Antes, estuvo en el Partido de Solidaridad Nacional (PSN) hace más de diez años, uno de los partidos sobre los que se construyó la Gran Alianza Nacional con la que Berger obtuvo la presidencia.
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[A Giammattei le encanta que le digan “doctor”. Es una de esa clase de personas que enarbolan su título universitario como si instantáneamente les confiriera clase, o cierta naturaleza noble. A Giammattei le encanta que le digan “doctor”. “Doctor” Giammattei dicen sus carteles, y sus anuncios, y sus mensajes, y sus corifeos.
Con 25 años dirigió el Hospital Cedros de Líbano Guatemala. Luego, fue supervisor de servicios de salud y responsable de los campamentos de refugiados en las áreas de conflicto armado interno. Ya le habían diagnosticado esclerosis lateral.]
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En el círculo del partido están:
Luis Enrique Ortega Arana, hijo del general retirado Francisco Ortega Menaldo, un sospechoso habitual. No logró ser diputado.
Camilo Dedet Casprowitz, un asesor principal proveniente del círculo de la Gana y el PSD, trabajó en el Ministerio de Gobernación durante el gobierno de Otto Pérez Molina. Un hermano suyo fue encargado de compras del Estado Mayor Presidencial. Irá al Parlamento Centroamericano.
Alberto Pimentel, principal accionista de Fersa, S.A., y otra empresa vinculada a él es Proyectos de Eficiencia Energética, que ha recibido contratos por 100.7 millones de quetzales para la implementación del alumbrado público. Según Nómada ha financiado la campaña en especie. Suena como futuro ministro de Energía y Minas.
Mario Azurdia, exgobernador de Sacatepéquez durante la época del PP y corresponsable de la suspensión de la FIFA.
Shiley Rivera, ex de Creo-Unionista.
Daisy Guzmán, pareja del actual diputado Raúl Romero.
María Castellanos de Pineda, esposa del gobernador de Santa Rosa y madre del actual diputado Marco Pineda.
Hay once contratistas del Estado, al menos, en el listado de candidatos a diputados. Uno de ellos es Josué Lemus, exUNE que no pudo asumir curul en 2016 por ser contratista y fue electo por el distrito de Quiché.
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En octubre de 2005, Giammattei recibió una llamada de González y del ministro de Gobernación, Carlos Vielman: le ofrecían que se hiciera cargo del Sistema Penitenciario, a raíz de la fuga de 19 presos del área de alta seguridad de la Granda Modelo de Rehabilitación Canadá. Al día siguiente de la llamada, relata Giammattei en su libro, Vielman le puso al tanto de los detalles: el sistema estaba en crisis debido a la corrupción institucional, la inseguridad en los centros penales, los crímenes en ellos. Giammattei escuchó en silencio. «Nunca me he sentido atraído por un puesto cómodo, libre de estorbos y fácil de desempeñar», escribió.
El 7 de noviembre de 2005 rindió juramento como director del SP. Su último cargo público en el Estado. Allí ideó un plan para retomar el control de las cárceles. Empezaría con la que consideraba la más cooptada de todas: Pavón. El asunto, como sabe todo el mundo, no terminó bien.
El entonces vicepresidente, Eduardo Stein, describe a Giammattei como una persona muy “creativa, eficaz, y trabajadora”. Recuerda que pocas veces coincidó con él. «El presidente Berger era quien llevaba la agenda de seguridad. Yo asistí a algunas reuniones para estar al tanto», dice hoy mientras rememora algunos éxitos de Giammattei que pocos más recuerdan: el buen uso del presupuesto, ideas como rotar guardias cada seis meses o la aprobación de la Ley del Sistema Penitenciario.
Lo que recuerda todo el mundo es que lo de Pavón terminó siendo una catástrofe: siete reos ejecutados extrajudicialmente, y la cúpula de Gobernación y la Policía, con Giammattei incluido, procesados por ello.
El 25 de septiembre de 2006 la guardia penitenciaria, miembros del Ejército y la Policía Nacional Civil (PNC) ingresaron a la granja penal para, en palabras del ahora candidato, “retomar el control”. Sin embargo, un caso presentado por el Ministerio Público (MP) en 2010 señala que el fin de la pesquisa era ejecutar extrajudicialmente a varios privados de libertad.
A Giammattei se le acusó de asociación ilícita y ejecución extrajudicial, al igual que a otros funcionarios como Vielman y al entonces director de la PNC, Erwin Sperisen. Giammattei guardó prisión por tres meses en la Brigada Militar Mariscal Zavala, desde agosto de 2010 hasta que le fue otorgada una medida sustitutiva. Un tribunal sobreseyó su caso en 2011.
Pavón: una catástrofe denunciada por las organizaciones de derechos humanos y la prensa y los sectores más progresista de la sociedad, y defendida, vitoreada, por sus miembros más represivas y autoritarios.
Una catástrofe, y un trampolín.
En un giro inesperado de los eventos, Eduardo González, que se perfilaba como candidato presidencial del oficialismo, fue defenestrado cuando su banco fue intervenido por una serie de maniobras offshore, su sustituto, meses después, tuvo un accidente de tráfico, y el partido se quedó sin figura viable.
Y ahí estaba Giammattei, el hombre que desafió a los criminales.
Pavón le abrió otra puerta: la de su primera candidatura a la Presidencia.
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Giammattei puede resultar a veces carismático, hace bromas, es directo, de una campechanía brusca, y dice lo que sabe que su audiencia quiere oír. También es volátil y cerrado ante el cuestionamiento. Todo eso, su corte ideológico conservador, y el aparente crecimiento fulminante de su partido desde la nada, hace que, en Twitter por ejemplo, sus detractores hayan visto en él una línea de continuidad muy clara con el actual presidente Jimmy Morales.
Quizá no todo sea cierto, pero por eso lo han apodado Jimmyttei.
Por Pavón, de cuyos ecos no termina de librarse pese al favor del tribunal, el juego de palabras es menos benevolente: Yammaté.
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La Gana parecía ser uno de los proyectos políticos más fuertes de la democracia. Tenía bases, equipo de trabajo, una bancada fuerte en el Congreso de la República y el apoyo de la élite empresarial. Eduardo González quería ser el próximo presidente y los vientos le parecían propicios. Fue el secretario de coordinación ejecutiva de Berger Perdomo. La prensa de la época describía cada paso que daba como encaminado hacia la Presidencia.
La quiebra de Bancafé, tras la intervención del banco central, lo cambió todo.
La Gana se quedó sin su primera opción. Y un accidente desbancó a la segunda: el ministro de Agricultura Álvaro Aguilar. Se habló del dirigente indígena y exalcalde de Quetzaltenango Rigoberto Quemé Chay, y del empresario Francisco Arredondo. Según reporteros de la época, Giammattei heredó los equipos de comunicación y campaña de Aguilar, y lo acompaño de vicepresidenciable el azucarero Alfredo Vila Girón, en ese entonces secretario general de la Gana.
Giammattei ya tenía alguna experiencia electoral, pero no de ese nivel: en 1999 y 2003 había pretendido arrebatarle la alcaldía metropolitana al arzuismo, representado por Fritz García-Gallont y Álvaro Arzú Irigoyen, y en ambas había sido derrotado.
El caso Pavón y la fuerza de ser el candidato oficialista lo impulsaron al tercer lugar, su mejor resultado hasta ahora. Él está orgulloso y lo menciona en cada evento al que asiste, en cada discurso, y en las entrevistas que puede.
En 2011 y 2015 Giammattei también quiso ser presidente. Con el Centro de Acción Social (Casa) y Fuerza. A Casa llegó cuando la Gana de Jaime Martínez Lohayza se comprometió en una coalición con la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE). A Fuerza fue invitado por Mauricio Radford.
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El 13 de junio, tres días antes de la primera vuelta, Giammattei presentó a su equipo de trabajo en el hotel Holiday Inn, que ha servido como su casa de campaña.
Allí estaban el actual diputado Raúl Romero Segura, un viejo amigo del candidato que lo acompañó en Fuerza en 2016, y posible ministro de Desarrollo Social, y Álvaro González Ricci, exdiputado y aún miembro de Compromiso, Renovación, y Orden (Creo), que se encargó de coordinar la parte económica del plan y al quien hace dos años Giammattei le ofreció el Ministerio de Finanzas («es una persona que cumple», explica. «Si te da su palabra, lo hace. A varios nos había dicho que íbamos para esto o aquello, e incluso cuando llegaron a querer mover cosas él dijo que no, que había dado su palabra.»)
Todos rodearon entonces al presidenciable cuando habló, luego salieron a tomarse fotografías, a hablar con la prensa, a contar lo que habían hecho para aportar al documento de 222 páginas. El fin de la jugada era evidente: aparentar transparencia y señalar a otros candidatos de no hacerlo.
Unas semanas después se le preguntaría quién o cómo costeaba sus gastos hoteleros. Su respuesta impostó un tono jocoso: «al tarjetazo». Las finanzas de su campaña, según declaró en junio de 2019, estaban así: había recibido 840,139 quetzales y gastado 255,899 quetzales en aportes de dinero. En especie, recibió 938,622 quetzales, y gastó a 930,922.
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En las últimas semanas Giammattei ha regresado a espacios en los que se siente cómodo. Por ejemplo, la municipalidad de Guatemala.
Durante una conferencia de prensa con el alcalde Ricardo Quiñónez, Giammattei se sentía en casa. Lo dijo cuando se paró frente al podio.
—Me siento en mi casa.
No está claro si era un espaldarazo al alcalde, a la Muni, o un intento de conectar su pasado con el prestigio de una institución que todavía mantiene el favor del capitalino, obvio votante suyo, o algo completamente espontáneo. Pero Giammattei, que había escuchado atentamente al alcalde, tenía los ojos anegados de lágrimas, abiertos, y su mirada fija en la ventana frente a él. No es posible saber qué pasó por su mente en esos momentos, pero se puede describir la emoción vibrante que atravesaba su voz al tomar la palabra y saludar a algunas de las personas con las que trabajó hace casi dos décadas en ese edificio. Porque Giammattei fue, en 1985, el director del Departamento de Transportes Públicos Urbanos.
—Mi plan era hacer un tren que atravesara el departamento —dijo, y luego puso en aprietos al alcalde cuando le incitó a mostrarle a todos la presentación que él había llevado.
Al terminar la ronda de preguntas con la prensa, Giammattei fue guiado al fondo del salón para conocer al concejo. Varias personas de su pasado le saludaron, felices de verlo de nuevo. Los vínculos de Giammattei con la municipalidad se forjaron hace 34 años y se harían más fuertes durante la administración de Arzú Irigoyen (1986-1990) y la de Oscar Berger Perdomo (1991-1999), cuando fue gerente general de EMPAGUA.
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Hace seis años, Giammattei profetizaba en su libro una segunda vuelta entre él y la UNE, no se sabe precisamente si contra Sandra Torres. Aseguró que el caso Pavón fue un ataque orquestado porque él representaba una posible amenaza que evitaría la reelección del partido oficial. Ahora, una criticada encuesta le da la victoria por siete puntos. En la primera vuelta obtuvo 608,083 votos, frente a los 1,112,939 de Sandra Torres. Para ambos candidatos es clave el voto rururbano. En el caso de la UNE, consolidarlo o incrementarlo será esencial. Vamos, por otro lado, necesita animar al desanimado votante urbano e intentar llegar a las áreas rururbanas que en la primera vuelta dominaron el MLP, la UNE, y en menor medida el Partido Humanista.
Solo una vez, quien ganó la primera vuelta perdió la segunda. Jorge Serrano Elías le arrebató la victoria a Jorge Carpio Nicolle.
Nota: Plaza Pública solicitó entrevistas a varios miembros de Vamos y personas allegadas, incluido Alejandro Giammattei a través de sus teléfonos personales, oficinas, y el equipo de prensa del partido. No quisieron hablar.
Nota de edición: Por error, los párrafos entre corchetes no aparecían en la versión original de este texto.
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