»No recuerdo nada de mi niñez. Solo sé que me cuidó una señora que se llamaba Rosa. Nunca fui a la escuela. Me dediqué a trabajar y a ganar solo para la comida. Trabajaba en las casas haciendo cualquier oficio para que me dieran un tiempo de comida y así pasaba el día.
»Viví con el papá de mis hijos durante muchos años. Se llamaba Félix Bin. Tuvimos nueve hijos. Dos ya fallecieron.
»Sobrevivimos gracias a la venta que yo tenía. En la casa donde vivíamos había un nacimiento de agua y crecía el berro. Lo iba a cortar y vendía los manojos a un quetzal. Llevaba veinte manojos diarios a vender al pueblo. Con eso compraba verduras y algunas cosas para consumo durante la semana. Luego crecieron mis hijas y se dedicaron a lo mismo. Con la ayuda de ellas ya era más el ingreso. Me dediqué también a la venta de unos quesos que una señora me daba y yo les ganaba un quetzal a cada uno. Fueron años los que me dediqué a este trabajo. Y mi esposo, a la siembra de maíz y de frijol.
»Nuestros hijos no estudiaron. Solo pensábamos en pasar el día, en tener hijos, sin pensar en un futuro. Así era nuestra vida. Ahora la juventud ya piensa un poquito más: estudia, se prepara, pero los que realmente son inteligentes.
»Lamentablemente, confié en un nieto y le di los papeles de mi terreno. Los puse a nombre de él pensando que siempre iba a velar por mí. ¡Era mi consentido! Pero, al casarse, la esposa lo enamoró tanto y lo convenció de vender el terreno. Se fueron de aquí. No pude hacer nada más que llorar y lamentarme de haber perdido lo único que tenía.
»Ahora mis hijos me reprochan y no me apoyan en nada. Desde entonces vivo pidiendo posada. Hay gente bondadosa que tiene terreno, y en una galerita vivo con mi bisnieta. Me la dejaron desde bebé. La madre se fue a vivir con otra persona y me la regaló. Johana Aracely se llama. Como puedo le estoy dando sus estudios. Está en quinto primaria. Tiene 14 años y quiero que tenga una vida diferente a la mía y a la de mis hijos. Si Dios me da la vida, lo voy a ver.
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»Recibo el apoyo del adulto mayor. Con eso me ayudo y con lo que me dan ustedes, que me traen mis cositas. Con eso la pasamos unos días. A mi bisnieta le gusta sembrar, pero no tenemos para semilla. ¡Gracias por su ayuda! El dueño del terreno nos lo dio para sembrar, pero dice que solo mientras no lo necesite. Porque piensa construir.
»Solo le pido a Dios que nos ayude para poder tener un lugar donde vivir».
Doña Chayito falleció el 24 de marzo en la galerita que le permitieron hacer, donde vivió sus últimos años. Cada mes, durante un año, nos esperó a que llegáramos con los víveres que diferentes personas le patrocinaban.
Así como ella, en las verdes montañas de la tierra del quetzal existen miles de adultos que sufren alguna dolencia que por desconocida es llamada enfermedá. Así mueren miles de ancianos, empobrecidos por un sistema que los mantiene excluidos y olvidados desde que son niños. Ahora mismo vienen a mi mente las letras del desaparecido poeta Otto René Castillo:
Aquí no lloró nadie. Aquí solo queremos ser humanos.
Cuando se ha nacido entre pañales rotos y cuando se ha nacido sin pañales,
cuando nos han limpiado pulcramente el aparato digestivo,
cuando se nos dice «comed, comed vuestra miseria, desgraciados»,
cuando eso acontece, no es llanto el que destilan las pupilas.
Es una simple costumbre de exprimir los puños en los ojos
y decir: «Aquí no lloró nadie. Aquí solo queremos ser humanos,
comer, reír, enamorarse, vivir, vivir la vida y no morirla»…
Descanse en paz, doña Chayito. Vuelva al seno de la tierra, madre común de todos nosotros, que la recordaremos con afecto porque la arrebatamos del olvido.
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