Este es el escenario cotidiano en muchas comunidades rurales de Guatemala, donde los derechos de los niños son solo palabras en un tratado internacional.
La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada por las Naciones Unidas en 1989, nos recuerda que cada niño, sin importar dónde nazca, tiene derecho a la vida, al desarrollo, a la educación y a ser protegido de cualquier forma de discriminación y abuso. Pero en estas comunidades, la realidad es otra cosa.
En los días de plaza, muchas madres indígenas llevan a sus bebés atados en la espalda mientras trabajan. Este es un pequeño reflejo de cómo los niños desde temprana edad están limitados, no solo en su movimiento, sino en sus oportunidades de desarrollo. ¿Cómo puede un niño crecer en un entorno que no le brinda el mínimo de apoyo? Necesitamos redes de apoyo para garantizar el cuidado y desarrollo adecuado de estos niños.
Ser niña, mujer e indígena es asegurarte la peor de las discriminaciones. La niñez indígena no solo enfrenta barreras de género y etnicidad; también sufre de un adultocentrismo que les niega la importancia de su voz y sus necesidades. En las comunidades rurales, ser niña constantemente significa estar relegada al último eslabón de la sociedad.
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En la Aldea Nueva Gloria, los niños y niñas de preescolar, después de un día en la escuela, son enviados a vender verduras. Ellos tienen suerte: muchos otros no pueden siquiera asistir a la escuela. «Aquí no sabían qué era la pasticina ni el foamy moldeable hasta que su proyecto nos dio la donación», cuenta una maestra. La educación integral y de calidad debería ser un derecho, no un privilegio.
Un bebé de nueve meses llegó a mi casa en 2021, pesaba poco más de seis libras. Su madre, desesperada, buscaba ayuda. Aunque logró recuperarse con apoyo nutricional, falleció meses después debido a un problema genético que nunca conocimos porque nunca llegó a un control médico. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tenido acceso a una atención médica oportuna?
Don Javier, un anciano de más de 80 años, nunca tuvo una identidad legal. Como muchos en las áreas rurales, no fue inscrito al nacer por falta de recursos para viajar al registro civil. Hoy, 80 años después, la negación de un derecho tan básico como el de tener un nombre persiste para los recién nacidos.
«Acá hasta los maestros les pegan», me dijo una madre. Y es que en muchas comunidades, la violencia física sigue siendo una forma aceptada de «educación». El abuso sexual es otra sombra que acecha en el silencio de los hogares. ¿Que sociedad continúa normalizando la violencia contra los más indefensos?
La mayoría de familias en estas comunidades están fragmentadas. Los padres migran buscando trabajo, a veces formando nuevas familias en el camino. Las que se mantienen juntas, viajan al corte de café en Honduras, transportadas en camiones como si fueran ganado, sin acceso a una vida digna. ¿Te imaginás vivir sin el calor y la seguridad que debería ofrecer una familia?
Aquí, los niños cargan con responsabilidades de adultos. Deben chapear, sembrar, lavar ropa y cocinar. ¿Imaginás que tu hijo, en lugar de jugar, tuviera que trabajar largas horas?
En una escuelita de vacaciones, un grupo de niños parecía no escuchar mis instrucciones. «Ellos no te oyen porque nadie les habla», me explicó una chica mayor. Acá los niños crecen en silencio, sin el derecho de expresar sus pensamientos ni ser escuchados.
Maestras que viajan a las comunidades rurales cuentan que muchos niños no tienen qué comer al menos dos días entre lunes y viernes. Esos niños deben luchar por sobrevivir.
Que el Día del Niño sea momento de reflexionar, actuar y recordar que hay niños que no conocen lo que significa serlo.
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