Llegué a la escuela de yoga sin saber de qué se trataba. En cada ejercicio que hacía sentía que hasta los cachetes me pesaban. Que, en vez de tener la gracia de una esbelta gacela haciendo el saludo al sol, más bien parecía un cancho tullido tratando de hacer una retroflexión. Sin embargo, aunque yo no sea tan consciente de mis avances, para mis compañeros y maestros es evidente que los tengo.
Igual pasa acá en Guatemala. Muchos reclaman que no hay avances, que seguimos igual de jodido...
Llegué a la escuela de yoga sin saber de qué se trataba. En cada ejercicio que hacía sentía que hasta los cachetes me pesaban. Que, en vez de tener la gracia de una esbelta gacela haciendo el saludo al sol, más bien parecía un cancho tullido tratando de hacer una retroflexión. Sin embargo, aunque yo no sea tan consciente de mis avances, para mis compañeros y maestros es evidente que los tengo.
Igual pasa acá en Guatemala. Muchos reclaman que no hay avances, que seguimos igual de jodidos. Que nos polarizamos con cada reclamo. Que el racismo y el clasismo reinan campantes por todos lados. Que la corrupción continúa a pesar de que las cárceles ya no se dan abasto con tantos presos de cuello blanco. Que las calles son intolerables con tanta violencia, robos y asesinatos.
Pero lo cierto es que, aunque nos veamos como coches (igual que yo en la clase de yoga), sí hay avances. Los homicidios van cayendo en una tendencia constante desde hace años. El racismo sigue siendo el pan cotidiano, pero ahora los oprimidos reclaman sin miedo. Y qué bueno que lo hagan porque eso habla de su conciencia y de asumirse como sujetos políticos con derechos. La corrupción se viene combatiendo con perseverancia, aunque los enemigos de la Cicig y del MP nazcan como hongos cada vez que surgen más implicados. La sociedad está comprendiendo que la forma de hacer negocios y política basada en indulgencias corruptas ya no tiene espacio.
El instructor nos pide que nos pongamos de cuclillas y que coloquemos las rodillas sobre los codos. Luego, con la mirada al frente, tenemos que levantar los pies del suelo y llevarlos con gracia hacia arriba. Nos indica que tenemos que hacerlo aunque solo tardemos un nanosegundo en esa posición. El punto es proponérselo, intentarlo y que el cerebro y el cuerpo sepan que es posible llegar allí, aunque sea por un tiempo cortísimo. Poco a poco la permanencia será mayor y nos habremos superado.
Hace poco se hizo un escándalo por una publicación de la revista Look, que ponía en portada a una chava blanca, en un primerísimo primer plano, luciendo un vestido exquisito, mientras un grupo de mujeres indígenas la miraba desde atrás. Las redes explotaron y la revista tuvo que emitir una disculpa. Ayer las redes volvieron a arder a raíz de la denuncia de la Comisión Presidencial contra la Discriminación y el Racismo (Codisra) por el uso del nombre María Chula como marca de ropa hecha con diseños y tejidos mayas. Como dijo Juan Pensamiento en su muro de Facebook: «María + chula + tejidos = “artesanías”. Nada de malo en cada uno de esos elementos sueltos, pero, ya sumados, por supuesto que tienen una connotación que se inclina por el estereotipo y el ninguneo racista».
Debates de días y quizá limitados a ciertos sectores sociales, pero aún así relevantes y necesarios. Como cuando yo logro levantar por un nanosegundo mis piernas del suelo y mantenerlas sobre los codos. Y aunque yo crea que parezco un chancho y no vea el progreso, lo cierto es que sí avanzo. Igual que Guatemala, a veces sin gracia, otras veces cayendo de boca, sufriendo, sudando, pero sobre todo con la convicción de que hay que seguir intentándolo. Poco a poco lograremos llegar a la posición con gracia y nuestra permanencia será la que buscamos. Hay que seguir intentándolo.
Más de este autor