Al conseguir que el Tribunal Electoral despojara de sus curules a los diputados de la oposición en el Partido Liberal Independiente (PLI), Ortega se ha erigido como candidato presidencial único. Pocos días después concreta la predicción al hacer público que Rosario Murillo, su esposa y pareja desde 1978, será su compañera de fórmula para el tercer período presidencial.
Con dichas acciones, la Nicaragua de Ortega se parece cada día más a la Nicaragua de los Somoza. Esa Nicaragua que, en su día, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) buscó y logró desmontar. Sin embargo, 37 años después del triunfo del FSLN y del inicio de la llamada revolución sandinista, las cosas van para peor. Y van para peor lamentablemente de la mano de quien formó parte del movimiento que buscó enterrar una feroz y criminal dictadura para construir una Nicaragua con «ríos de leche y miel».
El derrocamiento de Somoza y la llegada al poder del FSLN el 19 de julio de 1979 dieron paso a un gobierno revolucionario que intentó resolver los graves problemas de inequidad. El gobierno sandinista promulgó una extensa reforma agraria y llevó a cabo un proceso de alfabetización que en dos años redujo al 13 % el analfabetismo. De igual forma, avanzó en la atención en salud y en la reducción de las condiciones de pobreza para una mejora socioeconómica. También impulsó una reforma policial que durante al menos dos décadas fue ejemplo a imitar por otros gobiernos, en virtud de los resultados en cuanto a disminución de las tasas de crimen y de delincuencia común.
Dichos logros fueron agraviados por la intervención estadounidense, que financió a grupos terroristas de oposición que iniciaron la resistencia armada al Gobierno. La guerra civil desatada con apoyo estadounidense dio al traste con la economía del pequeño país centroamericano, forzó al gasto militar y sacó del Gobierno al FSLN, que perdió las elecciones en 1990.
Al mando del partido que condujo la revolución, Ortega llegó a la asamblea como diputado y en 2006 volvió a ganar la elección presidencial. Hazaña que repitió en 2011, luego de conseguir un fallo judicial que interpretara a su favor la cláusula constitucional que prohibía la reelección. Habiéndose hecho con el control del poder en todos los espacios de gestión del Estado, no tuvo dificultad para que su nueva candidatura se aceptara a fin de que compita para un tercer período. En esta ocasión, llevando como segunda a su cónyuge.
Ahora es pública la actitud dictatorial de Ortega. Una actitud que pinta de cuerpo entero al hombre que abusó de una niña, Zoila América, contra quien movió toda la maquinaria política para acallarla. Liberado ilegalmente de la persecución de ese crimen, apoyado por su cómplice y hoy compañera de fórmula, Daniel Ortega adorna su título de violador con el de autócrata.
Así como Somoza eliminó el siglo pasado a Augusto César Sandino como posible contendiente opositor, Ortega lo hace ahora al anular las posibilidades del PLI. Con ello también reduce las opciones en contienda a la única expresión de izquierda que ha sobrevivido a la debacle, el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), una entidad política que aglutina a la disidencia de izquierda del FSLN, ahora al servicio de los afanes dictatoriales de Daniel Ortega y de Rosario Murillo.
Al igual que durante la tiranía somocista, las defensoras y los defensores de derechos humanos enfrentan persecución por alzar la voz contra la dictadura. La Nicaragüita a la que los hermanos Mejía Godoy cantaban como enamorados de la revolución sufre hoy las imposiciones dictatoriales de un hombre que ha corrompido los ideales de esta. Daniel Ortega no es un líder de izquierda, y Rosario Murillo está a años luz de representar los intereses de las mujeres.
Con su imagen pareciera que el fantasma de la dinastía Somoza retorna con su cauda de corrupción y de tiranía. Ambos, Ortega y Murillo, han sido el instrumento perfecto para la anulación de todos los espacios democráticos en la tierra de Sandino. Con su necedad y ambición están cavando la tumba de la democracia.
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