Bauer Paiz, luchador social de toda la vida
Bauer Paiz, luchador social de toda la vida
Incorruptible, ortodoxo, severo, leal, promotor de la justicia social, formador de revolucionarios, asesor de desposeídos… los calificativos abundan para resumir los 93 años de Alfonso Bauer Paiz, fallecido el 12 de julio pasado.
La vida de Bauer Paiz sintetiza en mucho los avatares de buena parte de la izquierda guatemalteca: exilio, persecución, muerte, persistencia. “Voy a luchar hasta que me dé fuerzas la naturaleza”, decía constantemente a quien estuviera dispuesto a escucharle en foros, marchas o en cualquier sitio a donde era invitado para exponer sus criterios. “Su legado es para los más jóvenes, a quienes deja su ejemplo”, sostiene su tercera y última compañera de vida, Miriam Colón Arriaga.
De La Preparatoria a la universidad
Nació el 29 de abril de 1918, en un hogar clasemediero de la diminuta capital guatemalteca, en donde el dictador Manuel Estrada Cabrera llevaba dos décadas de sentar sus reales. Nieto “de uno de esos alemanes —Karl Bauer Spies— que llegaron a Centroamérica en el siglo XIX para trabajar en las empresas que desarrollaba el capitalismo alemán” e hijo de un periodistas salvadoreño “librepensador” —Carlos Bauer Avilés—, como dejó escrito en sus memorias, tituladas Historia no oficial de Guatemala, impresas en 1996.
Fue un niño sociable, buen estudiante e “inclinado a los más necesitados”. Uno de los rasgos que caracterizó su niñez y juventud fue el sobrepeso, que le valió el apelativo de Coche mientras estudió en La Preparatoria, “el colegio de los ‘niños bien’”, declaró en el documental “El testamento”, de Uli Stelzner y Thomas Walther, presentado en 2003.
Al finalizar el sexto grado, decidió ingresar en la Escuela Politécnica, pero un tirón de orejas de su padre echa por tierra sus sueños marciales. “Mi papá no quiere que sea chonte”, le dijo a su amigo Humberto Pretti Pazos, quien tenía las mismas inquietudes, y regresó a La Preparatoria.
En 1934, a los 16 años, comenzó a trabajar como reportero en Nuestro Diario, el cual dirigía su papá junto con Federico Hernández de León. Cobraba Q10 al mes, equivalente a un tercio del salario de un maestro (Q28). Dos años después, al regordete Alfonso —pesaba 225 libras— le costó obtener la venia paterna para inscribirse en la Escuela de Derecho de la Universidad Nacional. “Vos no servís para eso: sos demasiado honrado”, le dijo mientras lo instó a especializarse en tráfico aéreo.
Como le avergonzaba su talla, decidió ejercitarse junto con su amigo Arturo Yaquián Otero, quien también estaba gordo. Durante semanas corrió muchos kilómetros, practicó tenis y gimnasia, manejó bicicleta y nadó. Cuando llegó a Derecho, Bauer había rebajado 65 libras, muestra de la persistencia que siempre demostró.
Como no le alcanzaba su sueldo de periodista, decidió pedirle un aumento a su jefe/padre. Al no obtenerlo, renunció y creó la revista Senderos, junto con Jesús Cáceres, Augusto Rodríguez Saravia y Ricardo Barrios, la cual editaron de 1938 a 1942. Entre otros, por sus páginas pasaron Augusto Monterroso, Manuel Galich, Otto Raúl González y Raúl Leiva.
Antiubiquista y revolucionario
Bauer fue uno de los más brillantes de su generación universitaria. Incluso, lo calificaron como “uno de los siete sabios de la Escuela de Derecho”, de donde se graduó de abogado el 18 de diciembre de 1942. Un año antes se había casado con Yolanda España Zirión, con quien procreó a Ilsa, Ernesto, Carlos, Eleonora y Yolanda.
Ya como profesional, se sumó a las luchas contra la dictadura de Jorge Ubico. El 22 de junio de 1944 estampó su firma en el llamado “Documento de los 311”, donde se exigía el cese de la represión. Pocos días más tarde, el 1 de julio, el sátrapa renunció y fue sustituido por Federico Ponce Vaides. Un mes más tarde, Bauer regresó al periodismo y junto con Rodríguez Saravia pusieron en las calles a El Libertador. Al mismo tiempo, participaba en la creación de Frente Popular Libertador (FLP), uno de los partidos que lanzó la candidatura presidencial de Juan José Arévalo.
Ponce Vaides fue defenestrado el 20 de octubre. En diciembre —a los 26 años— Bauer fue electo diputado para un período de cuatro años, sin pronunciar una sola arenga, debido al prestigio de que gozaba la juventud universitaria por su papel antidictatorial.
A finales de 1945, mientras organizaba trabajadores en la finca Concepción —uno de los mayores ingenios del país, expropiado a los alemanes— recibió la visita de Arévalo.
Tras un discurso contra la corrupción, el presidente propuso a los obreros el nombramiento de Bauer como subsecretario de Economía y Trabajo —equivalente a viceministro—, por su fama de honesto. Pocos meses estuvo en el puesto por diferencias con el encargado del despacho, Clemente Marroquín Rojas.
Arévalo intentó convencerlo de que diera marcha atrás o aceptara ser consejero en la embajada guatemalteca en Estados Unidos, pero un Bauer tozudo no aceptó y prefirió apoyar a su colega Roberto Barillas Izaguirre, quien tenía a cargo el Departamento de Fomento de Cooperativas. En 1947 fue electo por el Congreso para dirigir la Magistratura de Coordinación de los Tribunales de Trabajo y Previsión Social, creada por el novedoso Código de Trabajo.
A mediados de 1948, propuesto por el FPL y con la venia de Arévalo, fue juramentado como ministro de Economía y Trabajo, en el que se mantuvo hasta el 15 de marzo de 1951, cuando asumió la presidencia Jacobo Arbenz Guzmán.
Debido a que su partido apoyó la candidatura de Manuel Galich y no la de Arbenz, Bauer no tuvo puesto público alguno en el arranque de ese Gobierno. Sin embargo, ad honórem aceptó ser interventor de la Empresa Eléctrica, propiedad de la Electric Bond and Share Co., y de la International Railways of Centro América (IRCA). Posteriormente, fue gerente y presidente del Banco Nacional Agrario, uno de los brazos de la reforma agraria que provocaría el ataque interno –con apoyo estadounidense–, que se sellaría con la caída del gobierno progresista.
Un sábado de finales de 1953 o principios de 1954, su cuñada Consuelo España le dijo que el novio de la economista peruana Hilda Gadea, un joven médico argentino, quería conocerlo. “Lo recibí con una botella de whisky y comenzamos a hablar y darnos cuenta de las coincidencias que teníamos, pues estábamos a punto de dar el paso al marxismo”, recordó años después Bauer. Ese fue el inicio de su corta e intensa amistad con Ernesto Guevara, a quien en Guatemala apodaron Che.
Al exilio por la contrarrevolución
A la caída del gobierno de Arbenz, como tantas miles de personas calificadas por el régimen contrarrevolucionario de comunistas, Bauer marchó a México, país cuya embajada sirvió durante meses como refugio para centenares de funcionarios y políticos.
“En México, los medios nos presentaban como rojos. Nos costaba encontrar trabajo”, lamentaba Bauer. Transcurrido algún tiempo, fue contactado por Domingo Lavin, presidente de las Cámaras de la Industria Química de México, quien le solicitó sistematizar su experiencia como interventor de la Empresa Eléctrica. Con ese estímulo, también escribió sobre los ferrocarriles y la United Fruit Company (UFCO), textos que integraron el icónico libro Cómo opera el capital yanqui en Centroamérica.
También se dedicaba a la traducción de textos para el Centro de Estudios Monetarios de Latinoamérica (Cemla) y el Fondo de Cultura Económica. Debido a la falta de suficientes recursos constantes, junto con el coronel Adolfo García Montenegro montaron un restaurante “de tercera” que por falta de clientes no prosperó. El ex ministro revolucionario era camarero.
Un día de 1956, en enero o febrero, cerca del zoológico de la ciudad de México se encontró a su amigo argentino, quien se dedicaba a la fotografía callejera. Semanas más tarde, el Che y un grupo de jóvenes—dirigidos por Fidel Castro— fueron detenidos por la seguridad mexicana. Cuando los liberaron, decidieron apresurar su incursión a Cuba embarcados en el Granma. El finado Marco Antonio Villamar contaba que le pidió a Bauer hospedar al Che Guevara, quien era vigilado permanentemente. Bauer y su esposa le dieron cobijo en un cuarto de azotea.
Una mañana de tantas fueron a llamar a Ernesto para el desayuno, pero no atendió ni para el almuerzo ni la cena. Bauer fue a buscarlo a la habitación, pero no lo encontró. Todo estaba desordenado y había media docena de libros sobre la cama, como que los estuviera leyendo al mismo tiempo: uno de estrategia militar, otro de medicina de campaña y otro que honró a Bauer: Cómo opera el capital yanqui en Centroamérica.
(Al Che lo volvió a ver en La Habana, cuando ya era ministro de Industria de Cuba. Instó al guatemalteco a impulsar revolución y no a formar partidos políticos.)
Cuando ya se había estabilizado económicamente ocurre el asesinato del caudillo de la contrarrevolución Carlos Castillo Armas —el 26 de julio de 1957— y piensa en regresar a Guatemala, de la que había salido casi tres años antes.
De vuelta al país y al desasosiego
La Constitución de 1956, en sus disposiciones finales, condenaba a seis años de exilio a los ex funcionarios de los gobiernos de Arévalo y Arbenz. Es decir, hasta 1962. No obstante, Bauer regresó clandestinamente —el 12 de diciembre de 1957— e interpuso un amparo para impedir su expulsión del país, aunque no dejó de ser hostigado y perseguido.
Con el poco dinero que obtenía de su ejercicio de jurista, Bauer y su familia sobrevivieron hasta 1963, cuando el golpe de Estado del coronel Enrique Peralta Azurdia volvió a intranquilizarlos. “Durante un año viví en la clandestinidad y no me podía desempeñar como abogado”.
En esos años fue invitado constante de los imberbes guerrilleros guatemaltecos para que les impartiera pláticas sobre política. “No era parte de nuestro movimiento, pero era una de las personas que más respetábamos”, aseguró el entonces jefe de los rebeldes César Montes, nombre de combate de Julio César Macías.
Durante el gobierno civil de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970) el acoso a Bauer prosiguió. En una ocasión dispararon hasta 300 veces a su casa y en otra lanzaron una granada. Al mismo tiempo, su rostro aparecía en carteles en donde se le acusaba de ser jefe guerrillero, aunque él se dedicaba a la docencia y a la práctica profesional.
Fue tanto el hostigamiento de las organizaciones paramilitares de derecha —Mano Blanca y Nueva Organización Anticomunista— que el 9 de mayo de 1967 Bauer decidió divulgar su “Testamento político”: prefería morir en Guatemala a “la otra manera trashumante de morir: el destierro”.
Al poco tiempo uno de sus estudiantes, Haroldo González, a la vez guerrillero urbano, le entregó una pistola para que se protegiera. “Como algunos estudiantes me comparaban con Al Capone, mejor la dejé en la casa. Tristemente, solo sirvió para que mi hija Yolandita se quitara la vida”. Apenas era una quinceañera.
El 30 de noviembre de 1970, poco antes de las 9 de la noche, cinco sujetos intentaron detener a Bauer. Como se opuso, le dispararon. Tras meses en el hospital, por ruego de miembros del Consejo Superior Universitario (CSU), decidió buscar el alero del exilio, acompañado de su hijo Carlos Alfonso, nacido en México.
Chile, Cuba, Nicaragua
A la capital chilena los Bauer llegaron el 8 de mayo de 1971, en plena ebullición impulsada por el gobierno del socialista de Salvador Allende y la Unidad Popular. El exministro guatemalteco trabajó en la Oficina de Planificación Nacional (Odeplan), donde se ocupaba de asuntos jurídico-sociales.
Otra de sus tareas fue analizar el proceso de cumplimiento de las principales 40 promesas electorales de Allende, económicas, sociales y culturales, las que llevaba avanzadas en un 80%, según los cálculos de Bauer. En Chile fue testigo de la agresión al Gobierno, instigado por Estados Unidos, la cual se saldó cruentamente el 11 de septiembre de 1973, con la muerte del presidente y la captura de miles de personas acusadas de ser comunistas.
Sin nada que hacer en Chile, decidió emigrar hacia el que consideraba “el único territorio libre de América: Cuba”, pese a tener ofrecimientos para marchar a Perú, gobernado por el militar progresista Juan Velazco Alvarado, impulsor de la reforma agraria y de la nacionalización de la industria.
A la isla llegó en diciembre de 1973, cuando ya tenía 54 años. Ahí se reencontró con quien ya era su segunda esposa, María Teresa Carrillo López, madre de Eleonora. Su primer empleo en Cuba fue en la Empresa de Carne y Grasas Comestibles, donde organizó el Departamento Jurídico, tarea para la que debió estudiar leyes y disposiciones laborales. De ahí pasó a la Dirección Jurídica del Ministerio de Justicia, donde tradujo —del inglés, francés y ruso— códigos y leyes de los países socialistas.
“En Cuba me trataron bien y me recompensaron, pero quería estar cerca de Guatemala y pensé en Nicaragua”, explicó Bauer años más tarde su decisión de regresar a Centroamérica en 1980, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) había aniquilado al régimen somocista y se convertía en una esperanza para los revolucionarios de América Latina.
Llegó como asesor del ministro de Trabajo, Virgilio Godoy. Su labor consistía en redactar proyectos de resoluciones, reglamentos y leyes u otras normativas que serían incluidas en la Constitución nicaragüense. Como se temía una invasión estadounidense, Bauer se integró al Cuerpo de Milicianos y cavó trincheras en Managua, además de sumarse a las guardias nocturnas para impedir ataques terroristas.
Junto con otros exiliados denunció los desmanes de los militares guatemaltecos, quienes a principios de la década de los 80 impulsaban la estrategia de “tierra arrasada”, la que provocó que miles de personas cruzaran la frontera rumbo a México, adonde se trasladó en agosto de 1988.
México y el retorno final
A los 70 años, contratado por la Comisiones Permanentes de Representantes de Refugiados Guatemaltecos en México (CCPP), se trasladó a la capital mexicana. El presidente Vinicio Cerezo estaba empeñado en que los refugiados regresaran al país del que había huido por la represión castrense durante los gobiernos de los generales Romeo Lucas García, Efraín Ríos Montt y Oscar Mejía Víctores.
Después de un año en la capital azteca —donde acogió a estudiantes universitarios que huyeron de la represión—, junto con su esposa se mudan a San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Tras arduas negociaciones, el 8 de octubre de 1992, durante el gobierno de Jorge Serrano Elías, las CCPP lograron que se suscribiera el acuerdo que posibilitaría el retorno de miles de personas, en condiciones dignas y seguras, a Guatemala. Los refugiados comenzaron a regresar el 20 de enero de 1993. El aparente frágil abogado, pero de carácter fuerte, estallaba de la felicidad que contrastaba con las muchas amarguras vividas en décadas.
En esa época distribuía su tiempo entre la capital y el sureste de México y Guatemala, por las negociaciones en donde participaba. En septiembre de 1993 la salud de su hija Eleonora —“la rebelde”, que lo acompañó por Chile, Cuba y México— se deterioró rápidamente por el cáncer que sufría y Bauer viaja a Guatemala, donde la acompaña hasta su muerte, el 4 de octubre. Tres días después, Tere —su esposa— falleció de una fulminante pulmonía.
Los decesos abatieron a Bauer, quien decidió su retorno definitivo a Guatemala, adonde llegó el 20 de octubre de 1993, 22 años y medio después de comenzar su larguísimo exilio en Chile.
De vuelta a la política y al Congreso
Instalado en Guatemala, no tardó en regresar a la actividad política. De esa cuenta, fue el fundador de la Unidad de Izquierda Democrática (Unid), integrada por antiguos exiliados y luchadores sociales, así como por jóvenes interesados en contribuir a detener la ola neoliberal.
En 1998, primer proceso electoral en la etapa de paz, la ex guerrillera Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y Desarrollo Integral Auténtico (DIA) se unen en la Alianza Nueva Nación (ANN) y obtienen el tercer lugar. La lista nacional de diputados la encabezó Bauer, quien regresó al Congreso con 70 años. Su abanderado presidencial fue Álvaro Colom Caballeros, a propuesta de Bauer, quien en los años siguientes siempre dijo que había sido una mala sugerencia para liderar a la coalición de izquierdas.
Quizá para devolverle el favor, 10 años más tarde, en octubre de 2008, emisarios del ya presidente Colom le comunicaron a Bauer que se había decido conferirle la Orden del Quetzal, “en reconocimiento a su actuación como ciudadano y servidor público” durante los gobiernos de Arévalo y Arbenz, pero la rechazó. En la columna que durante años publicó en el vespertino La Hora, explicó los motivos: “Sí hubiese recibido la Orden del Quetzal si el presidente Colom, su partido UNE y su equipo de gobierno dejaren el carro mortuorio de la globalización neoliberal y, efectivamente, la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), que ha proclamado como divisa gubernamental la social democracia, administrase el país conforme a dicha política como si quien estuviese en la Presidencia fuese su inolvidable tío, Manuel Colom Argueta”.
Ocaso
A principios de febrero de este año, Bauer fue despedido del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES), de la Universidad de San Carlos (Usac). El 23 de ese mes, tras ser recibido por el Consejo Superior Universitario (CSU), se determinó que sus conocimientos fueran utilizados, “en donde se considere importante y sean aprovechados”, lo cual no se cumplió a cabalidad.
Su último cumpleaños, el 93, transcurrió en el Instituto Guatemalteco del Seguro Social (IGSS), adonde llegó el 14 de abril después de sufrir quebrantos que se complicaron por una infección hospitalaria.
El día de su sepelio, su féretro fue expuesto en el Paraninfo Universitario y llevado en hombros de ahí hasta la antigua Escuela de Derecho. Sobre su tumba un grupo de jóvenes estudiantes colocó una manta con un fragmento de un poema de Otto René Castillo: “Usted,/ compañero,/ es de los de siempre./ De los que nunca /
se rajaron,/ ¡carajo!/ De los que nunca/ incrustaron su cobardía/ en la carne del pueblo./ De los que se aguantaron/ Contra palo y cárcel,/ Exilio y sombra (…)”.
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