“Cambiaría esos ocho días, pero no mi militancia ni mi trabajo político”
“Cambiaría esos ocho días, pero no mi militancia ni mi trabajo político”
El libro Para Salvarla. La desaparición y liberación de Maritza Urrutia, del abogado norteamericano Daniel Saxon, fue presentado el mes pasado por ediciones del Pensativo. Se trata de la historia de una militante del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), quien fue secuestrada en 1992 y cuya liberación requirió de un esfuerzo multisectorial. Era una etapa tardía del conflicto y la sociedad estaba más alerta –y harta– de sucesos que, como ese, se vivieron intensos en la década anterior. En esta entrevista, la protagonista profundiza en algunos de los momentos retratados en la publicación, y de las secuelas de esos momentos en que su vida pendía de un hilo.
“Tantas veces te mataron, / tantas resucitarás / cuántas noches pasarás / desesperando. Y a la hora del naufragio / y a la de la oscuridad / alguien te rescatará, / para ir cantando”, recita suavemente Mercedes Sosa. Como la cigarra, es el nombre de la canción que representa las historias de cientos de personas que salvaron una muerte inminente durante alguno de los conflictos y guerras de este lado del mundo. Esa canción describe e identifica a Maritza Ninette Urrutia García, una sobreviviente del conflicto armado que padeció Guatemala durante 36 años. Una madre soltera, maestra y guerrillera que fue secuestrada por miembros de la inteligencia del Ejército y devuelta a la vida, y cuya figura encabezó la agenda mediática del país entre julio y agosto de 1992.
Para principios de 1992 Urrutia tenía 33 años, un hijo de cuatro y cumplía diez como militante del Ejército Guatemalteco de los Pobres (EGP). Era una de las coordinadoras de la propaganda en la capital para la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Hoy es una maestra de español, voluntaria en un asilo de ancianos terminales, con nacionalidad holandesa y residente en La Haya, Holanda.
El libro sobre su secuestro y liberación lo escribe Daniel Saxon, un abogado estadounidense que trabajó hace dos décadas en la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) y quien ayudó a Urrutia durante su secuestro y los días posteriores. A finales de los 90 realizó su tesis de maestría en la Universidad de Notre Dame, en Indiana, acerca del caso de esta sobreviviente, que terminaría siendo el libro que sacó a la venta ediciones del Pensativo en junio pasado. En el proceso de investigación y redacción del libro, Daniel y Maritza se enamoraron y se casaron. Desde entonces viven juntos en La Haya, donde él trabaja en el Tribunal contra Crímenes de Guerra de la antigua Yugoslavia.
En el libro, del cual se imprimieron mil ejemplares en la primera edición, se entrelaza la historia de Maritza con la de su familia, sus antecesores revolucionarios que vivieron en primera línea la Revolución de Octubre de 1944, la caída del presidente Jacobo Árbenz Guzmán, y exilio transitorio en Argentina. Maritza nació unos meses antes de que triunfara la Revolución Cubana y creció con el conflicto en Guatemala. En las páginas de la obra se describen las espirales de generaciones pasadas y actuales, que parecen repetir patrones y linajes.
“La historia de Maritza es una crónica de las políticas complejas y muchas veces crueles, de los derechos humanos, que por momentos parecen más maquiavélicas que humanitarias. Pero las lecciones más importantes de su historia trascienden las acciones e intereses de los individuos o las instituciones: son lecciones de resistencia, inteligencia y valor de cómo una familia, desgarrada por 40 años de guerra brutal, se reúne una última vez para luchar por los suyos”, escribe el autor en el prefacio del libro.
1. El cautiverio
¿Habrá represalias en contra de miembros de la familia, excolegas o de nosotros mismos? Tal vez, pero Maritza me recordaba suavemente que cuando la tortura permanece oculta en la oscuridad y el miedo, entonces se perpetúa a sí misma. Los desaparecidos siguen siendo desaparecidos. Ella regresó de las sombras y por esa sola razón la historia debe contarse. *
¿Qué se siente volver a Guatemala?
Este país es piel para mí. Hace 18 años que vivo fuera, pero estoy conectada. Lo primero que hago al levantarme es ponerme en la computadora y ver Prensa Libre, La Hora, elPeriódico y busco información.
¿Cada cuánto regresa?
Cada año. Fue una parte del contrato matrimonial con Daniel: de volver a Guatemala una vez cada año y no lo he dejado de hacer.
Su secuestro no provocó su primer exilio. ¿Es distinto el actual que los anteriores?
Mi trabajo político me sacó en 1982 y luego volví cinco años después para reincorporarme en el EGP. Volví al nicho familiar, a la casa de zona 8, y posteriormente salí en el 92, a raíz de mi secuestro. Luego regresé tras la firma de los Acuerdos de Paz y me quedé hasta el 26 de julio de 1999, cuando me casé.
¿Qué significaba trabajar en propaganda de una organización guerrillera?
Hacíamos volantes, monitoreo de información, imprimir o typear en las máquinas de escribir de antes, hacer esténciles, pasar reportes impresos o camuflajearlos para enviarlos a los frentes (de combate) y trasladar otra información. En el EGP nos comunicábamos internamente, a nivel global, con un comunicado que salía cada 19 de enero en el que escribía el comandante Rolando Morán un saludo. Era el medio en que estudiábamos y había otros documentos. La propaganda era volantes de aclaración, reportes de partes de guerra…
¿Cómo empieza su militancia en el EGP?
Parte de la historia familiar que viene desde mi abuela. Fue una mujer feminista que hizo grupos de mujeres en la Revolución del 44. Ahí sembró la semilla en la familia y mi padre es quien recupera la tradición. No se suele heredar o no es un mandato, pero en mi caso fui criada así. Recuerdo a mi papá oyendo Radio Habana Cuba de manera clandestina; siempre me remarcó que nací en el 58 “el año de la Revolución Cubana”. Siempre hubo discusiones en la casa de la zona 8 y algunos amigos que estuvieron involucrados en el período de la guerra. Yo crecí en esos 36 años y estuve influenciada por las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT).
Pero una cosa es la influencia y otra decidir integrarse al EGP.
Cuando entré a la Universidad de San Carlos para estudiar primero Historia y luego Antropología, en los años 80, eso también influyó. Iba a los entierros masivos que eran una forma de decir “aquí estoy”. No recuerdo a cuántos entierros: Manuel Colom Argueta, Oliverio Castañeda, la quema de la embajada de España. También formé parte de movimientos como las Jornadas de Agosto. Me daba más cólera y necesidad de involucrarme en algo.
¿Estaba preparada para un secuestro, dado el historial político de la época?
En el momento que me capturan, en la fracción de segundos que sentí cómo de la nada caían sobre mí, dije: “ya pasó”. Me habían preparado desde que entré al movimiento revolucionario. Lo hablé con otros a los que les había pasado. Me asusté, pero sentí alivio de saber que ya había pasado. Ya no eran los 80, cuando fue más fuerte la represión, sabíamos que se habían dado otros casos de secuestros, desapariciones forzadas y capturas exprés. No había la sorpresa e incertidumbre de antes, pero sabía que estaba dentro de una organización por lo que tenía claro que esto podía pasar.
Leí muchos libros acerca de movimientos sociales similares, como referencia. Siempre leí mucho y esa era una lectura que de alguna manera me formaba. Los cubanos que tenían mucha información de inteligencia e infiltración, ahí había algo en la mente de cómo podía ser, que siempre está el bueno y el malo en un interrogatorio. Cuando me introducen al automóvil, comienzo a oír todas las preguntas y entonces me dije: “Ya. Aquí está lo que tanto pensé”.
¿Cómo fue esa mañana?
Estaba inquieta pues había detectado que me seguían desde el día anterior. Pero creo que pequé de irresponsable por no haber advertido que realmente había algo importante. Me levanté, llevé a mi hijo Fernando Sebastián a la escuela. Llevaba una llave de la casa y 30 centavos en mi pants, para hacer una llamada telefónica. No llevaba identificaciones ni nada. Tenía que cruzar Boulevard Liberación para llevar a mi hijo a la escuela Walt Disney, la misma donde yo estudié párvulos. Era un día normal, saludé a las mamás con las que siempre nos encontrábamos y cuando iba regresando me capturan.
Y la llevan a La Isla. Daniel Saxon cuenta detalladamente sus días en esa prisión clandestina de la zona 6. ¿Cómo fue volver años después e identificar ese espacio que ahora ocupan los Archivos de la extinta Policía Nacional?
He regresado varias veces a esa área en estos 25 años. La he recorrido a pie. A través de mis sensaciones identifiqué la entrada principal de la Escuela de la Policía, con el túmulo y el portón, como la entrada por donde me introdujeron. Cuando en 2005, a las semanas de haberse descubierto el Archivo de la Policía en la obra gris del que sería el Hospital de la Policía Nacional –la construcción fue abandonada desde 1982–, el exprocurador de Derechos Humanos, Sergio Morales, me acompañó a recorrer las instalaciones, pude constatar que no era en ese preciso lugar donde me tuvieron, pero sí en el mismo conglomerado de edificios de la policía. Fue decepcionante que no hubiese sido donde aparecieron los archivos, un lugar que tiene todas las características de haber sido una prisión clandestina. Estoy segura que todo el complejo de la Policía, la escuela, el área de chatarra y la Policía Militar Ambulante en zona 6 (avenidas: 21 y La Pedrera, y calles 14 y 15), fue utilizada en algunos espacios como parte de la cárcel clandestina conocida como La Isla.
Maritza Urrutia vivió en la incertidumbre esos ocho días en que desapareció del mapa. Se sumergió en pensamientos profundos de angustia y llegó a pensar que no saldría con vida. Y cuando todo parecía indicar que sería liberada, prefirió aterrizar sus esperanzas para guardar la calma.
Cuando la introdujeron al auto en el que se la llevaron frente al colegio de párvulos de su hijo, fue golpeada por sus captores. Sobre la calle quedó uno de sus zapatos. Durante las primeras horas le aseguraban que también tenían a su hijo con ellos y la amenazaban constantemente con hacerle daño si no colaborara. A pesar de que mediante claves entendió que sus padres habían podido recogerlo del colegio, cuando hizo las primeras llamadas a casa, la angustia por el bienestar de su hijo no la dejó ni un minuto en paz.
En La Isla debió estar con la cara tapada todo el tiempo y tuvo que escuchar la radio a todo volumen y la luz encendida las 24 horas del día. Fue forzada a prestar una declaración filmada donde se refirió a su participación, la de su exesposo y la de su hermano en el EGP, justificó su desaparición como una manera de abandonar esa organización e instó a sus compañeros a dejar la lucha armada. El 29 de Julio de 1992 el video fue transmitido por dos noticieros de Guatemala. Sus captores pretendían obtener más información de la guerrilla, generar conflicto interno dentro de la URNG, y minar la moral de los militantes al sentirse traicionados públicamente por ella.
Su estado físico cambió abruptamente, se enfermó del estómago y sufrió psicosis producto de las amenazas y las horas mínimas que logró dormir. Cuando concluyó las grabaciones y entregó una mínima cantidad de información a las fuerzas armadas, le cambiaron la ropa, la comida era distinta y sintió que, finalmente, podría ser liberada. Era eso, o preparaban su ejecución.
Preocupados por si las organizaciones de derechos humanos llegaban a registrar las instalaciones, los soldados de La Isla trabajaron día y noche para transformarlas. Cambiaron los pisos y convirtieron el baño de Maritza en otro dormitorio. Derribaron los viejos muros y pusieron otros nuevos en su lugar, pintados de diferentes colores. Finalmente, La Isla que Maritza conoció, era irreconocible. *
2. El delirio
Diez años antes, en 1982, dos mujeres jóvenes miembros del EGP fueron capturadas por el Ejército y luego se escaparon. Cuando consiguieron llegar a Nicaragua, que era por entonces una base importante para el EGP, la dirigencia nacional decidió que las jóvenes guerrilleras formaban parte de una trama del Ejército. Por encima de las objeciones de (Gustavo) Meoño, fueron declaradas “traidoras” y las mataron. Ahora, en 1992, Meoño quería evitar otro “acto excesivo” por parte del EGP en el caso de Maritza. De algún modo, le tenía que hacer saber que no estaba sola y que tenía qué hablar. *
¿Le costó admitir su militancia revolucionaria frente a sus captores primero, y ante la opinión pública, después?
Desde el principio he tenido que aceptar públicamente que soy guerrillera. No tuve ninguna opción. Mi familia me había puesto como ama de casa y madre soltera, pero a partir del video que me obligaron a grabar y se divulgó en los noticieros, tuvo que ser así. Fue difícil, pero positivo, pues me ha permitido reivindicar mi posición guerrillera. Fue negativo negarla más tarde ante Ramiro de León (el exprocurador de Derechos Humanos), la iglesia y la embajada estadounidense, por seguridad, pero ahora hay pasos más grandes para aceptarlo con más dignidad.
¿Qué significa estar captivo?
Sentirse en un hoyo. Me sentía vulnerable, estaba rodeada de hombres. Estaba pensando en cómo salir de ese hoyo. Me han contado que se siente así, como un hoyo, estés en donde estés. Es un sentimiento profundo. Entonces me concentraba en pensar cómo salir de esa sensación. Estaba esposada a una cama permanentemente cubierta en los ojos por papel periódico. Solo era liberada cuando estaban grabando el video que querían montar. Oía las voces, las presencias. No tuve nada de acceso a noticias ni información. La única noticia es cuando me muestran el periódico el día de mi liberación, acerca del video que se mostró en Noti7. El jueves 30 de junio por la mañana.
Cuando alguien está secuestrado, ¿cuándo deja de estarlo mentalmente?
Es un proceso muy largo de varias etapas. En Guatemala somos muy pocos los que hemos regresado. Mi familia fue definitivamente clave. Ellos me salvaron. Su amor. Mi hermano, que entendía lo que estaba pasando, sabía quién era yo y cómo manejar los intereses que se presentaban con el secuestro. Me salvó dar la denuncia también. Esa fue la posibilidad de reincorporarme a la vida con dignidad, porque si no hubiera hablado me hubiera quedado en el ostracismo, con la culpa y la vergüenza.
Usted llega al Arsopizpado en lugar de volver a casa tras su liberación por cuestiones de seguridad. Allí vive los siguientes ocho días previo a su salida. ¿Ha vuelto a visitar el Arzobispado después del cautiverio?
Siempre. Vuelvo ahí, a la Catedral; es un ritual que tengo cada vez que vengo. Voy a la Catedral, vuelvo a los pasillos… pero no regreso a donde estuve, pues es una parte más privada y tendría que pedir permiso. Lo que hago es ir a la iglesia, recordar la memoria de cómo salimos. Y luego, me voy.
3. La libertad
Sin saber si era realidad o un truco para ejecutarla, Maritza Urrutia cumplió al pie de la letra cada paso que sus captores indicaron. Que caminara hacia tal lugar, que no volteara, que no hiciera nada. Tenía que ingresar a las oficinas del Ministerio Público (en su antigua sede, sobre la 18 calle) y hablar con el fiscal Acisclo Valladares. Más tarde, debía confirmar en conferencia de prensa que lo dicho en el video era cierto y con ello, aumentar las posibles reprimendas de su organización.
No fue hasta que todas las exigencias se cumplieran, que vio a su familia. Primero a su hermano y, más tarde, ya dentro del Arzobispado, a sus padres.
En una de las fotografías del libro se observa a Maritza y a su madre abrazándose tras su liberación. Es el reflejo fiel del momento en que al fin se sintió a salvo. “Me quería meter de nuevo en el útero, que me protegiera mi mamá”, dice Urrutia.
Lo que vendría a continuación sería un periplo para conseguir una salida al extranjero. Tenía que convencer al país entero y a su posible refugio que en realidad no era guerrillera y que había sido coaccionada para hablar ante las cámaras. Mientras tanto, conforme avanzaron los siguientes ocho días, aunque ya en compañía de su hijo y familia, aguantó presiones e intimidaciones, antes de salir apresuradamente para evitar un arraigo que pretendía investigarla. Si eso sucedía, no viviría para contarlo.
Finalmente, 16 días después de su secuestro, Maritza Urrutia salió de Guatemala hacia Miami, Estados Unidos, con toda documentación en regla y por la puerta principal del aeropuerto La Aurora y comenzar así una vida nueva.
¿Cambiaría algo de su vida?
Cambiaría esos ocho días, definitivamente. Pero no mi militancia ni mi trabajo político. Soy esa persona por ello. Y también soy la persona después del secuestro, que no puedo negar esa experiencia, independientemente de lo dura que fue. De repente me puede dar miedo, pero me ha transformado en lo que soy. Sigo soñando con que los cambios son posibles, tal vez no tengo ese mensaje revolucionario, pero sigo soñando con eso.
¿Cómo se transformó la relación con Daniel Saxon, de abogado, tesista a su pareja?
¡Esa es parte ya no está en el libro! Él me conoce antes cuando mi familia pone la denuncia en la ODHAG. Después se convierte en mi abogado los días que pasé resguardada en el Arzobispado, y definitivamente hay una conexión de víctima y abogado. Mantuvimos por varios años la comunicación. Nos escribíamos, hablábamos… hasta que años después viajó a México para proponerme hacer su tesis de maestría sobre el caso. Acepté con mucho temor, pero sabía que solo sería una tesis y estaría bajo llave. Posteriormente que sale la tesis, su director le plantea que es una historia que merece ser contada y que debe de convertirlo en libro y así lo decidimos, con la condición de publicarla en español.
Pero la pregunta era en qué momento este abogado la conquista.
Yo lo conquisté a él. Definitivamente teníamos coincidencias en formas de pensar y por el tema que trabaja de derechos humanos. El reto fue tratar de desligar de no ser la víctima y abogado, sino que pasáramos a ser Daniel y Maritza. Todo eso llevó tiempo, fueron varios años. Formalizamos una relación hasta 1998.
¿Después puso la denuncia en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)?
Se puso y se ganó. Fue el primer caso en el que se aceptaba la condición de tortura psicológica, que nunca antes se había logrado. Se creó jurisprudencia dentro de la CIDH. Fue importante, poder tener un juicio, hablar y la resolución de condena al Estado por haber violado mis derechos a la libertad personal, a mi integridad, a las garantías judiciales y la protección judicial.
La sentencia establece que se debe investigar los hechos en Guatemala y sancionar a los responsables. ¿Quiénes son los señalados?
El Estado Mayor Presidencial (EMP). Esa es la investigación que debe llevar a cabo el Ministerio Público, para determinar cuál fue el aparato y quiénes eran responsables.
En ese entonces Luis Francisco Ortega Menaldo era el jefe del EMP, y Otto Pérez Molina, de la Dirección de Inteligencia del Ejército.
Yo no vivo en Guatemala y como lo he expresado anteriormente, causé también una revolución a mi familia en sus vidas, en su seguridad. Todos se vieron afectados. No soy tan valiente como para llevar un proceso penal estando lejos.
Entonces ¿no se querelló en el proceso?
El Ministerio Público de oficio lo tiene qué seguir. Yo no he empujado más, no he sido tan valiente como lo han sido en otros casos que admiro y las respeto. Son heroínas y héroes.
A través de la denuncia Maritza logró desanudar un sentimiento profundo de culpa y de miedo, que la ha liberado con el paso del tiempo. Los días posteriores a su liberación, mientras permaneció dentro del Arzobispado a la espera de poder salir del país, libró otra batalla: ocultar su vínculo con la insurgencia. Sentía que traicionaba doblemente a sus compañeros de batalla por lo dicho en el video y luego por haberlo negado ante las autoridades y a la propia ODHAG, que no debía parcializar su causa al proteger a una guerrillera confesa.
Pese a las dudas que rondaron la mente del propio Daniel Saxon o del director de dicha oficina, Ronalth Ochaeta, el apoyo continuó su curso. La prioridad era salvarle la vida a como diese lugar.
Su vida corría peligro desde diversos frentes y la única salvación era lograr el exilio. Cuando lo hizo, finalmente pudo reunirse en México con sus superiores y explicarles qué había sucedido. Al final de cuentas, logró reivindicar su figura política y el proceso de negociación de la paz continuó su camino. Cuatro años después la URNG y el gobierno firmarían el Acuerdo de Paz Firme y Duradera.
Cuando denunció su caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos se quitó un peso de encima. Quiso que su historia se conociera, que se reflejara en ella muchos de las desapariciones forzadas y demás violaciones a derechos humanos que perpetró el Estado.
En 2003, la CIDH sentenció al Estado por el secuestro de Maritza Urrutia y lo mandó a “investigar los hechos (…) que generaron las violaciones de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y el incumplimiento de las obligaciones de la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura; identificar, juzgar y sancionar a los responsables, así como divulgar públicamente los resultados de la respectiva investigación”.
También mandó a reparar económicamente a Maritza, sus padres y hermanos por US$64 mil, para indemnizar los daños materiales, inmateriales, así como las costas y gastos del proceso.
En agosto de 2014, once años después de emitida la resolución, después de haber supervisado el cumplimiento de la sentencia, la Corte indicó que el Estado de Guatemala había cometido un acto de desacato de la sentencia y requirió que este adoptara “todas las medidas necesarias para dar efectivo cumplimiento a las sentencias”.
Pero el caso penal en Guatemala está engavetado. Pese a que el MP tendría que actuar de oficio y en función de la sentencia de la CIDH, el fiscal encargado de la Unidad de Casos Especiales del Conflicto Armado, Érick de León, indica que es complicado si la víctima no tiene interés en su propio caso.
*Fragmentos del libro.
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