Con pólvora en los tenis
Con pólvora en los tenis
“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde Camila Urrutia, cineasta y actriz.
Mi nombre es Camila Urrutia, y no sé si a ustedes, pero a mí me encanta bailar. Cuando tenía 20 años vi el documental Lucky Center People International que me marcó para siempre.
Allí entrevistaban a un biólogo que se había adentrado en la selva a estudiar el comportamiento de los bonobos por no sé cuántos años. Su descubrimiento fue que los chimpancés pigmeos realizan un ritual todas las mañanas en donde bailan y cantan en las ramas. Era su forma de comunicarse, conectar y perpetuar la especie. El biólogo concluyó que nuestra necesidad de bailar y cantar es biológica. Que los seres humanos, como los monos, deben bailar y cantar.
Pero no debería de estar pensando en estas cosas porque estoy a punto de entrar a escena. Debería estar concentrada en mi personaje. Debería estar adentrándome en su universo con todas esas técnicas que debo aplicar. Pero no lo logro, estoy sentada en una silla frente a un espejo, mirándome la cara pintada de blanco, con chapitas rosadas, en la cabeza una diadema con orejas de ranita, me revolotean mariposas en la panza. Siento una leve necesidad de defecar. Estoy a punto de decir un monólogo donde expongo ante muchos extraños y conocidos los cuestionamientos que sobre mi sexualidad tuve a lo largo de mi vida. Además, mi personaje es un brócoli. No soy una verdura per se, simplemente es un ser rebelde que quiere definirse como brócoli chingagénero.
Diosas. Siento en mi interior el gozo del acelere y de la adrenalina pero también un profundo arrepentimiento. ¿Por qué diablos vulnerarme (una vez más) de esta manera y contar mis intimidades? Tengo pavor de hacer el ridículo o que se me olvide una parte o perder el ritmo o el aliento o peor, que el público no responda y parezca distante lejano, o muerto. Mejor me tranquilizo. Respiro. Me veo en el espejo por última vez y me recuerdo de niña, sentada en el parque de Coyoacán de unos seis o siete años. Estoy hipnotizada por mi payaso-mimo-malabarista preferido de la plaza. Era un chavo de pelo largo amarrado siempre en una cola, cara pintada de blanco, camisa de rayas blancas y negras, pantalón negro y tirantes. Lo veía fascinada y me deslumbraba con sus payasadas. Era mudo pero siempre estaba burlándose de la gente. Yo quería ser su amiga. Suena la tercera llamada. Ya no hay tiempo para el recuerdo. Mis compañeras se reúnen en un círculo para desearse mucha mierda** y finalmente se apagan las luces.
FADE OUT.
FADE IN: Los aplausos van perdiendo intensidad. Nos agarramos de las manos y damos las gracias a nuestro amado público. Fue una buena función pero siempre queda mucho por mejorar, por apretar y pulir. Creo que sufro del síndrome de insatisfacción crónica. Me desmaquillo la pintura blanca chorreada por el exceso de sudor y me siento ligera, despierta, alerta. Nunca estuvo en mis planes terminar en el teatro, aunque fue mi fascinación durante mi niñez en el exilio en la ciudad de México. Fui una niñez agridulce. No entendía qué era la guerra, solo sabía que en Guate había peligro y miedo. También sabía que estábamos de paso, un paso que duró ocho años. Y esa guerra, a pesar de estar lejos, a miles de kilómetros, estaba siempre presente y lo está hasta hoy en día.
Voy guardando bien mi vestuario para no dejar nada tirado, olvidado, perdido. Siempre una dejando huellas por todas partes. La ciudad de México me heredó ese amor por los artistas callejeros, las plazas, los tacos en las esquinas. Me recuerdo que jugaba mucho sola en las calles con mi pelota. En casa había tristeza, separaciones y esos dramas de una familia de intelectuales apasionados en tiempos difíciles. Mi madre era una estudiante de psicoanálisis, era una mujer madura que a pesar de las tristezas del corazón, se sentía realizada analizando la psiquis humana y viviendo en una pequeña casa en Coyoacán. Mi padre era un estudioso de la ciencia política; era más joven, más agitado y confundido. La paternidad, el exilio y las pasiones eran dificiles de conjugar y habían períodos donde no lo miraba seguido. Pero nunca me faltó amor. Y nunca me faltó el cine. Mi papá me dice que solo en dos lugares podía estar quieta, en la iglesia y en el cine. Tuve mi época de creyente, le rezaba a la Santa Cachucha, la santa de las comediantes mexicanas. Le pedía protección para mis seres queridos. Pero luego mi religión se volvió el cine. Todos los fines de semana íbamos a la cinemateca. A veces me llevaban a ver películas de adultos y me tapaban los ojos, pero yo podía escuchar. **Creo que fue ahí de donde adquirí el gusto por los gemidos y esos soniditos íntimos. El director de cine, Steve Macqueen dice que el sonido llega a otros rincones de la psiquis que la imagen no puede.
Al salir del teatro, veo a mi papá esperándome para darme un abrazo, él es uno de mis fans. Él también me tuvo mucha paciencia. Después de México me fui a vivir con él a los Estados Unidos, mientras terminaba su doctorado en ciencias políticas. Le dio unas vacaciones a mi mamá**. Los EE.UU. me cautivaron con su rocanrol, con su Elvis Presley, Buddy Holly y Ritchi Valens. Me conecté con esa música desde los 10 años. Hoy me hace pensar que si existen las vidas pasadas, tal vez viví en el sur de los Estados en los años 50 y 60. Pasé dos años en Albuquerque, Nuevo México, jugando hasta el cansancio en una residencia de estudiantes con niños de Colombia, Costa Rica y Chile. La cultura gringa la absorbí rápidamente en la escuela pública y viendo televisión. Todos los días ponía mi mano sobre mi pecho y juraba lealtad a la bandera por debajo de Dios. Aprendí el inglés en pocos meses y me quería quedar a vivir ahí para siempre. Tengo un recuerdo que siempre me hace reír: estaba en quinto primaria, un policía estaba en la clase dándonos una charla sobre el porqué debíamos mantenernos lejos de las drogas. Un policía amenazante de dos metros, con su uniforme azul y su pistola. Esa inducción no me sirvió de mucho. Creo que el temor a la ley no es el mejor ángulo para prevenir el abuso de las drogas. Evidentemente no le ha servido a una nación entera.
Luego de una función, es casi ley irse a tomar una cerveza con las compañeras.
Me gusta eso de trabajar de noche, la verdad. Es otro ritmo este de los artistas nocturnos. La noche siempre me gustó más que el día.
La espuma de la cerveza en mi boca es una pequeña recompensa divina. Recuerdo que la primera Gallo que me tomé, a los 15 años, la escupí. Estaba a punto de entrar a una discoteca. Ya adentro me tomé tres cervezas hasta ver a Cristo. Esa madrugada, borracha en la sala de la casa de mi amiga, le conté todo lo que había pasado en la guerra en Guatemala. Mi amiga estaba recién llegada de los EE.UU. Le conté que en un libro llamado Guatemala, país de la eterna primavera y la eterna tiranía, había visto imágenes horrendas de lo que el Ejército había hecho, y que era monstruoso. Le conté en llantos que a mi tía la habían secuestrado hacía tres años, y que en ese momento pensábamos que a todos nos iban a matar. Llevaba un año de haber regresado de los Estados Unidos. Tenía 12 años. Fue un terremoto, un cataclismo familiar. Los adultos se concentraron en mover todos los medios posibles para que la soltaran. A todos nos tenían controlados. Siete días de angustia. Finalmente la soltaron pero el miedo nos penetró aún más profundo. Creo que es difícil entender esa sensación de peligro y de miedo si uno no lo ha vivido. Creo que es una marca que llevamos muchas, ese miedito constante a ser capturados, la consciencia de esa fragilidad ante la fuerza brutal.
Sabiendo todo lo que había pasado en Guatemala, fui toda la secundaria al Colegio Americano. Ahí se vivía en una dimensión paralela. La dimensión de muchos de los hijos que le apostaban a la guerra. Podía a veces sentirme partida en dos. Tenía, por un lado, al abuelo más revolucionario que he conocido, firme creyente en la revolución y el socialismo. Él estaba siempre presente en las marchas. Me hablaba en contra del imperialismo y luego yo iba a las clases del colegio donde no se mencionaba nada de la verdadera historia del país.
Ok, ya siento que el alcohol está en mis venas. Miro a mis amigos reír, beber, molestarse, y tengo la sensación de que cuando éramos más jóvenes casi siempre terminábamos borrachos y hablando del conflicto, de la lucha de clases, de la guerra, de la violencia. Al menos yo lo hacía. Ya me estoy poniendo darks.
Mejor cambio de ambiente y de sustancia. Le digo a mi amada compañera que vayamos a otro lugar a bailar, le susurro al oído que ella me recordará como la novia a la cual bailar techno la relajaba y le permitía dormir plácidamente porque de otra manera no encontraba la calma.***
CORTE A:
Bueno estamos en la disco oscura llena de gente sudorosa y humo. El sonido retumba mis tímpanos. Estoy en mi salsa. Las discos me hacen pensar en la escena de la cantina de la primera Star Wars con todos los extraterrestres echándose los tragos. Todos con caras de aliens, sobre todo si estoy bajo los efectos de algún psicodélico. La fiesta se vuelve un escenario de puros aliens alguiens, escenario de alguiens versus nadiens.
¿Ustedes nunca se han sentido como si estuvieran en una película? Yo sí, en una de George Lucas o de Alejandro Jodoroswky, y por eso al cine lo quiero tanto. Me gusta comparar situaciones de mi vida con películas. Pienso, por ejemplo, en la película Fatal Attraction. Yo me he sentido como el personaje de Glenn Close, así obsesionada.
Y así:
Entonces al recordarme de ese personaje, se me baja un poco el mosh con la persona que ya no quiere conmigo. Definitivamente las películas van cambiando tu forma de entender el mundo. Te hacen ver las cosas desde otra perspectiva. Sueños **y realidades** plasmadas en el celuloide.
FADE IN:
Ya se me está subiendo la temperatura, la música empieza a sentirse demasiado bien. El bajo de la rola es exquisito. El amor por el sonido inunda mi corazón, me imagino ser un trompo lanzando vibraciones de amor. Pienso en todo el cariño que me rodea. Pienso en mis abuelitos bailando y recordándome que la juventud solo hay una. ¡Oh, juventud, divino tesoro!, decía mi abuelito.
Ya siento mucha sed y mejor salgo a tomar un poco de agua. Miro las nubes en el cielo, siento el aire en mi cara y qué rico se siente. Veo a mi compañera platicar con alguien, y siento que la quiero tanto, que es lo más lindo de este mundo. Suspiro.
Tampoco estaba en mis planes ser lesbiana. Suspiro. En la secundaria empezó la crisis de identidad y se prolongó hasta bien adentrados los 20. Nunca pensé que iba a pasar por tanto conflicto solo porque me gustaban las chicas. La cuestión era definirse claramente, nada de medias tintas. Si soy lesbiana, lo soy al 100% y ¿entonces qué? Tenía que ser de cierta forma, mirarme de cierta forma. Cuando era chava, en Guate no había muchas referencias. Pasé por personajes y vestuarios. He sido mujer, lesbiana, bisexual, confundida, abierta. Ahora soy feminista fluida. Durante tanto tiempo me torturé tratando de encontrar mi esencia y me di cuenta que me estaba dejando limitar por la rigidez de nuestra constreñida sociedad. Me tocó ver cómo alguien se molestaba porque demostré afecto a mi pareja enfrente de niños; mi mamá lloró, se enojó, me sentí culpable y más de alguien me ofreció curarme, por las buenas o por las malas. En fin, experiencias básicas de la mayoría de lesbianas. Y yo puedo decir que tuve suerte, pueden pasar cosas peores y más viles.
Respiro profundamente, y siento pequeñas olas de vibraciones sutiles por todo el cuerpo que me estremecen. Estoy lista para regresar a la pista de baile y zapatear como si no hubiera mañana. Se preguntarán cuál es el engase con esa música robótica, ¿cierto? Todo empezó con mi viaje a Francia, al acabar la secundaria en el Colegio Americano. A los pocos meses me subí a un avión directo a París. Una tarde iba sentada en el metro con un walkman en la sudadera y le puse play a mi última adquisición, el primer álbum de Daft Punk. Me flechó.
Estaba por empezar el furor mundial de la música electrónica. Es probable que mi mente haga las conexiones entre la experiencia de mi primer amor y la primera vez que escuche música electrónica. Me enamoré de un francesa 10 años mayor que yo, fui su primera experiencia de esa naturaleza y realmente fue un poco tortuoso. Creo que experimentó conmigo un rato, se divirtió, me dejó y me rompió el corazón. Sin embargo, gracias a ese amor aprendí francés. Todo era muy intenso a los 18. Además, París es una ciudad que puede enloquecer a cualquiera fácilmente. Ves a mucha gente loca hablándose a sí misma o gritando por las calles. Una ciudad llena de gente solitaria. Supe que no podía vivir en Europa y que mi destino era regresar a América.
Me subí al avión y allí decidí estudiar cine.
En Guatemala esa carrera no existía y con todo el apoyo de mis padres encontré en Montreal, Canadá, una buena universidad. Quería seguir aprendiendo francés. Me gustaba esa otra personalidad que el francés me había dado. Envié una solicitud a la escuela de cine con toda la honestidad de mi ser. Nunca había hecho nada en video, no fui de esas niñas artistas que a los ocho años ya estaban haciendo películas. En mi portafolio iba una serie de fotos de mis amigos más cercanos. Me aceptaron y con la ayuda de mi mamá me fui. Reconozco una vez más los grandes privilegios y mi buena estrella, la que me cuida, que me protege, mi estrella/madre que brilla dentro de mí.
Sigo bailando al ritmo de la música, saludo a uno amigos efusivamente y les hago gesto de que se animen a bailar. Me voy acercando poco a poco a la bocina para sentir más fuerte y recuerdo que llegué a Montreal, esa ciudad helada en el norte de América, con la gran emoción de estudiar algo tan original: cine. Estuve cuatro años en esa ciudad llena de estudiantes, de artistas, de inmigrantes. La sociedad canadiense no es una sociedad polarizada, es una sociedad templada, tranquila. No hay fanatismos. Mi mejor amigo Mark fue un cineasta experimental de la vieja escuela, que aún manipulaba el celuloide con químicos y hacía todos los efectos a mano cuadro por cuadro. Técnicas que ya no existen. Él sufría de una esquizofrenia paranoica, pero la mantenía bajo control gracias al seguro social médico de Canadá. Sentados en la sala, fumando como chimeneas viendo cine experimental, me atreví enseñarle mis primeros cortos. Ellos fueron mi primera experiencia con la creación. Mi primer intento de plasmar un sentimiento, un tema, en un medio audiovisual. Todavía usamos cintas de 16mm y era muy mágico ver cómo en esos cuadritos diminutos se podía proyectar y contar una historia. Mi primer trabajo fue La carnicería del sur, una interpretación de la historia de Guatemala, y luego Mi familia modelo, un ensayo sobre la soledad, uno de mis temas favoritos. Mark me invitó a unas chelas para celebrar mis pequeñas creaciones. Murió hace unos años de un paro cardiaco. Fue el amigo que más creyó en mí.
Escenario **Creo que ya me estoy haciendo una gran lica del pasado en la cabeza, pero sigo moviendo el esqueleto alegremente. Estamos todos bailando en la pista oscura, atravesados por láseres verdes y luces de colores. La música habla, tiene un mensaje y me está diciendo algo. En Montreal conocí esta cultura de clubs, de fiestas callejeras, el mundo gay, el gran impulsor de esa cultura de baile. Montreal era una ciudad abierta, tolerante, que promovía el bienestar común de todas las personas. Es un lugar perfecto para ser quien quieres ser, pero los inviernos no eran para mí.
Me gradué de la universidad, pero aún no sentía que tenía algo realmente importante que decir. No tenía muchas ideas. Estaba enamorada una vez más de una mujer mayor, vivía en San Francisco. Me fui siguiéndola y pasé un año allí haciendo todo tipo de trabajos: desde limpieza de casas, edecán en el circo, hasta mensajera de campañas políticas para candidatos demócratas.
Pero había un vacío en mi ser. Estaba lejos de Guate.
Ya se va haciendo tarde, ya me duelen los pies, o más bien ya no siento los pies. La pista de baile sigue llena. La gente grita de la emoción cuando una parte de la rola le toca una fibra. Hay mucha gente pasadita de tragos, entre otras cosas. Una pareja se besuquea intensamente a la par mía. Ha sido una noche intensa. Tampoco quiero excederme y amanecer ahí. Busco a mi amada, miro que está sentada tomando una cerveza y le hago señas de que ya quiero irme a la casa.
A los 23 años decido que tengo que regresar a Guatemala para empezar mi carrera. Si tenía algo que decir iba a ser en Guatemala. En 2003 Ríos Montt se postulaba como candidato. Regreso una semana después del Jueves Negro. Al ver las imágenes de ese día nefasto sentí que ahora si tenía algo que hacer. Tenía un impulso. Encontré al colectivo Nosotras las mujeres, conformado de mujeres feministas del Sector de Mujeres, CALDH y otras. Estas mujeres se organizaron para lanzar una campaña creativa en contra de Ríos Montt. No más ríos de sangre, era la consigna. Conocía a Sandra Morán, Tita Godínez, Edda Gaviola y muchas otras más que fueron el primer ejemplo de que había que luchar por el derecho de las mujeres a vivir sin violencia y con las mismas oportunidades. Con ellas tuve mi primer trabajo de video. Documenté las acciones de protesta con varias entrevistas. Mi preferida fue la instalación que se hizo donde se calculó la dimensión espacial del dinero robado por el gobierno de Alfonso Portillo en billetes de Q20. El rectángulo medía cuatro por cinco metros. Luego se calculó cuántos libros y medicinas se pudieron comprar con ese dinero. Se hicieron muchas otras acciones alegres, con música, humor y con la claridad que la violencia y el regreso de Ríos Montt era imposible.
Fue así entonces que empecé, sin pensarlo mucho, a seguir los pasos de mi familia. Mi bisabuela, mi abuelo, mi padre, mi tía, habían andado por ese camino. En sindicatos, en la militancia, en la guerrilla. A muchos de nuestra generación nos tocó un activismo político pero desde el arte y desde otras formas de expresión. Conocí en esos años a muchas mujeres y hombres que resistían haciendo arte lúdico, poesía, circo, videos. Creo que era inevitable. Es un legado.
Abro la ventana del carro para sentir el aire fresco en la cara. No estamos lejos de casa y me siento cansada, drenada. La mano de mi amor está sobre mi muslo. Ya casi llegamos a casa, la casa donde vivo sola desde 2003, cuando regresé definitivamente a Guate.
Al llegar me lavo la cara, los dientes y tomo un gran vaso de agua. El ambiente en Guate puede ahogarte definitivamente. En 2005 busqué irme otra vez y me gané una beca para una maestría en Paris. Pero a los pocos días de estar en Francia, ya me quería regresar. El síndrome de la insatisfacción crónica, les digo, es un grave mal. Tampoco fue tan horrible. De hecho viví en una irrealidad que para muchos sería un paraíso. Lo mejor no fue la universidad, sino mi pase de cine ilimitado a innumerables salas. Así me la pasé un año, sentada en la oscuridad sin mucho contacto humano.
Regresé a este terruño feliz. A los pocos años vi nacer un movimiento de cine en Guate que no existía antes. La nueva ola. Había ahora escuela de cine de Casa Comal. Trabajé a la par de Julio Hernández y Pamela Guinea, que sentaron un precedente de cómo hacer cine en Guatemala y de su posible alcance en el mundo. Fui documentalista de la colectiva Actoras de Cambio que me enseñaron el valioso trabajo feminista con mujeres sobrevivientes de violencia sexual. Un trabajo lleno de valor, solidaridad y amor.
Poco a poco empecé a caminar con gusto el camino. Fue importante también conocerme y sanarme a mí misma para poder estar mejor. Una no puede querer transformar las cosas de afuera sin tomarse el tiempo de conocerse a sí misma. Me senté en un retiro de meditación Vipassana. La meditación es sin duda una de las mejores cosas que alguien puede hacer en un mundo tan desgraciado como este. Fue el legado de Buda: aprender a observar lo transitorio de las cosas y así tener un poco de control sobre la mente para que la mente no te controle a ti. La meditación es una herramienta pero tampoco da la respuesta a todo. No es una religión. También conocí la meditación en movimiento al adentrarme en el mundo de la música electrónica psytrance o mejor conocido en español como “saiko”. La música me hizo entrar en trances donde se puede viajar sin desplazase físicamente sino simplemente con las vibraciones de la música. Esta subcultura me ha abierto el corazón y me ha acercado a muchas personas que ahora considero mi familia. Me ha abierto la mente para sentirme más conectada con la tierra y la naturaleza y valorarla como el organismo viviente que es. Me ha dado la conciencia de que todo está en constante movimiento y que la vida se puede ver desde muchas perspectivas. Amo esta música y creo en su poder. ¡Boom!, dice el tambor
Al fin llego a mi cuarto, ha sido una larga noche. Me quito la ropa con olor a cigarro. Me veo el cuerpo en el espejo. Siempre será como una pita con nudo. Flaca con panza. Tengo tinta de todos colores. Cada tatuaje es como una estampita que me recuerda algún momento. No todos están cargados de significado, pero siempre hay una pequeña conexión a un deseo, a un recuerdo, a un ser querido. Me visualizo casi toda tatuada en el futuro (lo siento, madre). Un dragón en la espalda, una serpiente en el brazo, una rosa negra en la cadera, un pulpo flotando en la pierna. Este cuerpo también tiene un par de cicatrices profundas. Ha sobrevivido a un par de enfermedades espesas, pero ahí sigue, con ganas de bailar, actuar y dirigir en esta ciudad. Recorrer cada tatuaje y cicatriz es como recorrer el mapa de mi tiempo en este cuerpo.
Me pongo una playera limpia y fresca para dormir. Abrazo a mi compañera.
Me siento como en una nube que se alza por encima de la cama, sube y atraviesa el techo. Voy en camino hacia los brazos de Morfeo. Voy agarrada de la mano con mis compañeras de teatro Colectiva Siluetas, cuatro lesbianas que nos atrevimos a contar nuestras historias, inquietudes y tristezas. Hemos estado juntas tres años apostándole a un teatro propio, político. Sigo flotando en la oscuridad, siento poder ver las estrellas y veo que en la esquina del camino me espera también mi colega productora Inés Nofuentes. Con ella seguiremos tejiendo la senda hacia el sueño de realizar un largometraje. Veo que lleva pólvora en el corazón como yo. Me sacudo las inseguridades que me acechan y estoy lista para prenderle mecha al corazón salvaje de la ciudad. Esta ciudad que amo, que me desespera, que es mi hogar, aquí bailo, aquí sueño.
***
2. La libretita/ The notebook 2010 8 min from Camaléon Films on Vimeo.
4. Early works/Primeros trabajos "La carnicería del sur"/The butcher shop of the south 2000 Montréal Canada 16mm from Camaléon Films on Vimeo.
GUATEMALA Ciudad Disociada de Camila Urrutia 2011 from Camaléon Films on Vimeo.
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