Ni el clamor de justicia por los asesinatos de Antonio, Margarita y Oscar, ni las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para garantizar la vida e integridad en las comunidades, ni la denuncia pública de la crudeza de los hechos y la indiferencia del Estado, ni la resistencia campesina, han sido capaces de transformar un ápice la situación. Esta es una fincona que se respeta. Y a la usanza feudal, aquí los dueños tienen la última palabra.
Una marcha campesina salió el lunes desde Cobán y en ocho días espera llegar a la capital a reunirse con el nuevo presidente a presentar sus demandas. El reclamo por la tierra, los territorios y los recursos naturales, que debiera ser algo tremendamente normal en un país con tan larga historia de repartimientos, encomiendas, expropiación territorial, despojo y desplazamientos forzados en las áreas indígenas, sigue siendo un asunto profundamente incomprendido. Esta vez, corre y va de nuevo: las críticas a la movilización se revuelcan en el lugar común que advierte que los indios son pobres porque son huevones, que todo lo quieren regalado y que deberían ponerse a trabajar en lugar de estorbar el sagrado derecho a la propiedad de unos pocos y la sagrada circulación de otros cuantos más.
En un lugar donde carecemos no solo de conciencia histórica, sino de tribunales agrarios, de una ley de desarrollo rural, y de jueces y abogados que se enteren de que además de la propiedad privada existen otros derechos como la vida y la alimentación, había tardado en salir el argumento reaccionario de moda: la defensa de los recursos naturales y los territorios indígenas es una amenaza terrorista. Y es que para la ortodoxia conservadora guatemalteca abundan los malos ejemplos de criminalización de la protesta social, bajo la nueva figura del “enemigo interno” encarnada en los terroristas. Viendo un poco al sur encontramos, por citar dos ejemplos, la reciente aprobación de la ley antiterrorista en Argentina, que abre la puerta a una mayor criminalización de la protesta social, en un contexto políticamente muy agitado por la discusión sobre la minería a cielo abierto, y por otro lado, la aplicación de la ley antiterrorista para enjuiciar a líderes del pueblo Mapuche, que se resistían en Chile a la entrada de megaproyectos en sus territorios. Los manifestantes pasan, de salvajes incivilizados a comunistas, y ahora a terroristas, vaya.
Obstruir carreteras y tomar las plazas es lo mínimo cuando la necesidad apremia desde hace siglos y el autismo de los políticos ha impedido sistemáticamente soluciones radicales. ¿O qué, los derechos se han conseguido históricamente cerrando la boca? ¿Es posible reivindicar la dignidad murmurando silenciosamente en la banqueta para no estorbar el tráfico? ¿Existe otra manera de tomar el control de la propia vida? ¿Cómo, entonces, enarbolaron la lucha por la igualdad los cavadores y los niveladores en el s. XVII en Inglaterra, la lucha contra la opresión colonial Túpac Katari y Bartolina Sisa en la Bolivia del s. XVIII, la revolución mexicana de 1910, la revolución de 1944 en Guatemala, y tantas y tantas luchas campesinas y populares que a lo largo de la historia han planteado salidas democráticas a las relaciones feudales?
La historia del poder tiene una formulación elemental: protección de la propiedad privada y contención de los reclamos de las mayorías. Frente a ello, esa pulsión vital de la emancipación es el idioma más común que encontramos a lo largo y ancho del planeta. El derecho a la protesta es el primero de todos, porque no hay democracia sin protesta, sin disenso, sin resistencia. Y ejercerlo atinadamente requiere una lucidez que no todas las mentes logran (y que ya quisieran tener los que ingenuamente aún creen que los campesinos son manipulables). Protestar no siempre implica subvertir el orden constitucional. Protestar es también una decidida apuesta por su afirmación, un reclamo para su vigencia. Qué bueno que tantas y tantos lo tengan tan claro, todavía, en este país que al parecer espera que los cambios deriven de campañas publicitarias que sepan cómo tocarnos el cerebro. Mis respetos a los q’eqchi’ por esa claridad política, esa coherencia humana y esa valentía. En la calle, alzando la voz, deberíamos estar la mayoría.
* http://www.youtube.com/watch?v=S2zH5Ckz1G4
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