En muchos casos, cuando está naturalizada, la de género no es visible a primera vista. Sin embargo, es evidenciable a través de las conductas en el relacionamiento y en la interacción entre hombres y mujeres, de modo que daña y limita el pleno desarrollo de las personas desde la primera infancia. Esta naturalización de la violencia y de la desigualdad se hace aún más visible en ese acervo compartido de rechazo manifiesto hacia las acciones políticas organizadas de las mujeres en contra de la violencia el pasado 8 de marzo, cuando se descalificó desde la estética de las organizaciones de mujeres hasta el contenido reivindicativo de estas.
En muchos países, hombres y mujeres estamos rodeados de una estructura sociocultural y política que se confabula perfectamente con la construcción mediática hegemónica. Tanto en las estructuras como en las instituciones del Estado, así como en la familia, en los centros educativos y en todo lo que pueda estar en el exterior desde una óptica estructuralista al observar nuestro entorno inmediato, podemos identificar cómo el machismo, el patriarcado, el androcentrismo, el sexismo, los estereotipos y los roles siguen su cauce disgregando a hombres y mujeres y limitándoles a estas su pleno desarrollo por su condición de género.
Todas estas estructuras políticas y culturales generan poder y presentan una correlación de fuerzas al momento de analizarse con una perspectiva de género que debe surgir desde lo personal. La reflexión individual de la condición de género en la sociedad es lo principal para lograr trascender a lo colectivo y al exterior.
Hablamos del machismo en los hombres, pero también debemos hablar del machismo en las mujeres. Muchas personas creen que por ser mujeres no deberíamos ser machistas. Consideran que al nacer mujeres nacemos sabiendo qué es el machismo y que por ende no deberíamos reproducirlo. Y por ello resuenan frases como «una mujer lo dijo» o «el colmo es que fue una mujer la que lo hizo», entre muchas otras que solo juzgan nuevamente por una condición de género. Se busca visibilizar las relaciones de poder que son constitutivas de la sociedad. Por ende, nosotras también participamos de ellas.
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Efectivamente, no deberían reproducirse estereotipos, roles o sexismos entre hombres y mujeres por su condición de género. Sin embargo, es de comprender que ser hombre o mujer en una sociedad que enseña diferencias desde la primera infancia afecta de igual manera a toda persona. Por ello, al hablar de reflexión con enfoque de género es necesario comprender cómo las diferencias entre hombres y mujeres llegaron a considerarse desigualdades y a establecerse como tales. Y esto solo empieza a lograrse en la apertura a reconocer la propia experiencia.
Cuando se hace un análisis de género, se reconoce y se identifican conductas, acciones, políticas, prácticas y demás que solo generan patrones que dañan a las personas, que limitan el pleno desarrollo de estas y que reproducen la violencia que queremos visibilizar a través de la academia, de manifestaciones, de comunidades, etcétera, para poder prevenirla y erradicarla por el bien común.
Las mujeres reproducimos conductas machistas. No por ser mujeres nacemos identificando las violencias contra nosotras mismas. Quienes estamos en la marcha de esta reflexión y en esta constante de estudio para el análisis de las diferencias también somos susceptibles de dichas conductas. Sin embargo, lo importante en este aspecto es saber reconocerlo y recapacitar sobre el tema. La sororidad se construye día a día. El patriarcado es tan inmenso en la sociedad, en la cultura y en la psique social que es un trabajo de todos los días reflexionar sobre nuestras conductas y modos de actuar.
El trabajo es constante, individual y colectivo a la vez. De ahí la necesidad de enfatizar en que la reflexión sea inicialmente personal para llegar a comprender el sentido colectivo de lo que esta genera.
El machismo está tan inmerso en el entorno y en las estructuras que puede que sin darnos cuenta reproduzcamos algunas conductas machistas. Pero, como ya dije, el feminismo y el reconocimiento de estas diferencias y violencias son unas constantes diarias, por lo que debemos estar abiertas a reconocer esta posibilidad y a seguir apoyándonos entre nosotras para que no nos siga violentando, limitando y desarticulando en nuestra lucha.
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