Asignar 50 000 quetzales como parte indispensable del premio era, a su entender, una mínima retribución a aquellos que en muchos de los casos no tienen para sus pinturas o se gastan en arcilla y yeso para moldes lo que otros dedican a alimentación y vestuario.
Como toda especialista que se hace cargo de un ministerio, la prestigiosa escritora sabía que sus acciones estarían delimitadas por lo que el presidente, en este caso el exmagistrado Alejandro Maldonado Aguirre, le dejaría hacer. En el presidencialismo, los ministros hacen lo que en la visión del gobernante es posible hacer, pues los logros y fracasos son de su gobierno y los ministros sus más cercanos colaboradores. Ana María Rodas sabía eso de antemano, pero también suponía que, siendo un gobierno de transición, no tendría que responder a la propuesta de un partido ni a las condiciones que en un proceso electoral se imponen. Tal vez por ello se animó a dignificar a los artistas plásticos, ya que en un gobierno de militares y empresarios esto podría haber sido mucho más difícil.
Evidentemente la cartera no era prioritaria para el político, que en su larga trayectoria deambuló por casi todos los cargos, pero nunca por Cultura. Y lamentablemente la ministra no podría pelear más recursos, pues el presupuesto para esa parte final del año estaba más que asignado y gastado. Podría, tal vez, haber influido en la definición de la estructura del gasto para 2016, pero, como su presidente dispuso que Finanzas lo negociara con el partido ganador y los de FCN no quisieron entrar a debatir la estructura presupuestaria de ese año, a Cultura le quedaron casi los mismos quetzalitos que durante décadas se le han asignado. Para sobrevivir, para decir que allí está, pero nada más. Hay que tener claro que quien manda y decide al final de cuentas es el presidente, que es el jefe de los ministros. Que lo que a él interesa se impulsa con entusiasmo y lo que no, cuando mucho, lo deja al accionar de su colaborador. Maldonado Aguirre se engolosinó con los salarios diferenciados, al grado de parecer patético y desfasado en su entusiasta defensa. Si se hubiera entusiasmado con la cultura, Ana María habría podido hacer muchas más cosas, sabedora de que quien se llevaría las flores sería el presidente.
En su redacción, el acuerdo es breve, casi un poema a la parquedad y a la miseria, sin metáforas. Dejó claro, como primer verso más que sonoro, que se dedicaba a «personas individuales que se desarrollan en las artes plásticas», con el agregado de que, en ese desarrollarse en un arte en particular, «hayan hecho aportaciones a favor del arte y la cultura». No hay en el acuerdo lugar a dudas sobre quiénes son sus destinatarios: hay una conjunción copulativa y, no una disyuntiva o. No es para los que hacen cine, venden chicharrones o cervezas y exponen cuadros en sus negocios. No es tampoco para el dueño de la casa donde cada fin de semana se sientan los acuarelistas a calmar sus ansias artísticas y vender uno que otro cuadro. Es para artistas, no para amigos, financistas políticos o filántropos.
Pero, como Guatemala es el país del se supone y quien llega al poder de la mano de un presidente cree tener el control de todo y poder hacer lo que se le antoja, instaurado el gobierno del excómico, su ministro de Cultura, deseoso de comenzar a hacer méritos para un futuro incierto y pagar favores pasados, decidió modificar ese acuerdo retirando el reconocimiento económico para el homenajeado, con lo cual supuestamente cumplió las órdenes superiores de contención del gasto. No se suprimieron los viajes y viáticos del ministro, que solo en su viaje a Holanda, acompañado por su esposa, para inaugurar una exposición de arte maya, organizada y promovida también por su antecesora, gastó más de 20 000 quetzales. Mucho menos se suprimió la compra de capiruchos y yoyos de plástico.
Enflaquecido el premio a un diploma, el ministro dispuso dárselo a su fraternal y querido amigo Rodolfo Paiz Andrade, político, comerciante y filántropo. Paiz Andrade no es conocido como artista plástico, aunque con los miembros de su familia financien la Bienal de Arte Paiz, una forma elegante de evadir impuestos al dedicar parte de los ingresos corporativos a su organización. El acuerdo ministerial es claro en que se otorga a los que «se desarrollan en las artes plásticas», y de Paiz Andrade no conocemos esa actividad como labor principal. Puede decirse que «ha hecho aportaciones al arte», pero el acuerdo tiene una y, no una o, como supuestamente interpretó el ministro Chea para agasajar a su amigo.
Don Rodolfo fue el candidato presidencial en 2003 del partido Unión Democrática (UD), la franquicia electoral con la que el ahora ministro Chea quiso entrar en los negocios electorales. El intento de Paiz fue esa vez un sonoro fracaso, al grado de que no llegó al final de la contienda. Él corrió con los gastos y el fiasco político, y sus aduladores con la producción de ilusiones que los mantuvo activos en sus relaciones profesionales, financieras y diplomáticas.
El exdiplomático y ahora ministro de Cultura decidió agasajar a su amigo, de cuyo grupo empresarial puede que obtenga algunos apoyos para futuras contiendas políticas, en vez de dedicar recursos para estimular efectivamente las artes plásticas. Su presidente muy posiblemente piense como él. Y no es absurdo suponer que un día de estos se instaure el premio al mejor chiste, la mejor parodia o la mejor pieza jocosa, que se le dedique a Rafael Hernández (Velorio) y que el primer favorecido sea el hermano del presidente, esta vez sí con una fuerte suma de dinero.
Ana María Rodas puede estar tranquila porque intentó darle seriedad al país reivindicando el arte y a los artistas. Los artistas plásticos tendrán que esperar que llegue un gobierno que efectivamente valore y estimule el arte como labor intrínseca a la búsqueda de la libertad, pues durante el actual gobierno todo resultará un chiste, aunque en este caso sea uno de muy mal gusto.
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