Hace tan solo unos días, el vocalista de la banda Linkin Park, Chester Bennington, se quitó la vida. Una noticia fuerte y dramática que fue el doble de impactante porque el cantante decidió hacerlo el día del cumpleaños del también músico Chris Cornell, uno de sus amigos más cercanos, que también se suicidó recientemente.
En Guatemala, en las redes sociales, los comentarios sobre la noticia iban por la línea de «es que le venden su alma al diablo» y otras mamadas por el estilo. Las mismas tonterías que hace varios años llevaron a Judas Priest y a Ozzy Osbourne ante los tribunales por incitar al suicidio, cargo que, claro, fue retirado.
Pero, en realidad, estos comentarios son el manifiesto de una sociedad que juzga, pero que pocas veces analiza. El suicidio y, en general, la muerte prematura entre los músicos obedecen a circunstancias de vida prefama y posfama extraordinarias.
Un estudio liderado por la profesora de psicología Dianna Theadora Kenny, de la Universidad de Sídney, analizó los casos de 13 000 estrellas del pop y del rock entre 1950 y 2014 y encontró que los músicos viven al menos 25 años menos que la media de la población de Estados Unidos.
Este estudio descubrió también que las cifras de suicidio entre los músicos eran hasta siete veces mayor que las de la media de la población de Estados Unidos, lo que da una idea de lo tóxica que puede llegar a ser la escena de la música, que, según este documento, es percibida sin límites y por ende provoca comportamientos riesgosos y autodestructivos, que terminan elevando el número de muertes también por otras causas como homicidios y accidentes.
Otro estudio conducido por Mark Schaller, de la Universidad de Columbia Británica, encontró que el ambiente tóxico producido por la fama funciona como catalizador en las personas predispuestas a la depresión. Basta conocer un poco la historia para saber que se trata de gente muy sensible y que muchas veces tiene un historial de abuso durante su niñez o adolescencia, justamente el caso de Chester Bennington.
Si a todo esto le sumamos el uso desmedido de alcohol y de drogas, que supone el ambiente «sin límites» del que habla la investigación, se forma una ecuación que tiene muchas posibilidades de resultar en tragedia, como esas que hemos visto en estos días.
Ya lo decía Corey Taylor, cantante de la banda Slipknot, en una entrevista con Loudwire: «La gente que lucha contra la depresión se encuentra en un estado de constante dolor. Viene y se va. La marea sube y baja, y a veces es difícil pasar ese proceso». La depresión es un problema real y constante entre la gente que ha dedicado su vida al arte.
No se trata de exigir o esperar de los músicos comportamientos autodestructivos porque «eso los hace más interesantes», mucho menos de glorificar y calificar de genios a los que deciden terminar con su propia vida, pero tampoco se trata de verlos como cobardes por hacerlo. Hay que ver más allá y entenderlos como personas frágiles, con problemas, que por su carrera y sensibilidad tienen más posibilidades de dejarse vencer por el dolor.
En paz descansen Chester, Chris y todos los demás. A veces hay que escuchar un poco más allá de la música.
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