Todo gasto presenta siempre los tres aspectos. Si quiero un carro, lo primero es el precio. Luego pregunto de dónde saldrá la plata: de un préstamo, de ahorros o de vender el vehículo actual. Finalmente decido en qué lo gastaré: en un Mercedes-Benz o en un pichirilo usado.
Igual sucede si salgo a cenar con amigos. Aquí las preguntas se plantean después de los hechos, y dos ya vienen respondidas, cuánto y para qué, pues la cena ya fue consumida. Toca entonces decidir de dónde saldrá la plata: repartirlo entre todos o pagar uno la cuenta hoy para emparejar en la siguiente salida.
Las tres preguntas —cuánto, de dónde y para qué— están siempre presentes y se relacionan entre sí. Pero cada una necesita su propia respuesta. Hoy escribo sobre la primera. Por supuesto, no pienso en autos y cenas. Escribo, usted adivina, sobre impuestos.
Hoy el Ministerio de Finanzas promueve una propuesta de Recuperación de la capacidad fiscal del Estado. Léala. Necesita el Gobierno juntar plata —tiene cuentas por pagar— y explica cómo moverá las tasas de diversos impuestos —sobre los derivados del petróleo, la renta, las regalías mineras y otros—. Pero lo importante no está allí, que igual harían Baldizón, Torres o su político favorito de odiar sin importar ofertas de campaña. Apenas cuida la caja.
Lo importante es la historia —bien resumida por el ministerio, agrego— del Estado depauperado, ineficaz, macilento, fruto de tres décadas de democracia controlada por la gente más mezquina.
Los números apabullan. Por ingresos de gobierno, Guatemala ocupa el puesto 186 de 186. El mundo invierte en promedio 31.6 % de su PIB en gobierno. En Centroamérica, el número baja a 19.8 %. En Guatemala es ¡11.5 %!
Peor aún, creció la economía, pero el gasto público siguió cayendo desde 2010. Entonces era 14.5 % del PIB. En 2015, apenas 12.2 %. De eso, mientras en 2008 invertimos 31 %, hoy invertimos apenas 18 %. Como resultado, mientras en Latinoamérica la pobreza pasó de 42 % en 2000 a 26.7 % en 2011, aquí era muy alta y apenas cambió: 56.2 % de la población total era pobre en 2000 y pasamos a 53.7 % en 2011. Y se prevé que haya repuntado a 59.3 % en 2014. Construimos una eficaz fábrica de pobres.
La síntesis del ministerio es clara: aunque la producción aumentó, el Estado se hizo cada vez menor y la carga tributaria se encogió. Somos el paraíso que soñaron los adalides del Estado mínimo. ¡Ayn Rand, hazte a un lado! ¡Aquí te superaron tus discípulos! El resultado también es obvio. La conclusión del ministro de Finanzas —egresado de la Universidad Francisco Marroquín, sólido técnico, apreciado hijo de la élite económica— es inescapable: la sociedad no invierte, no forma capital y no hace previsión para el retiro. Aunque tenemos recursos, la pobreza aumenta.
Para nosotros el reto es claro. Estamos lejos de las alambicadas discusiones de tasas marginales y tipos de impuesto, materia obligada del ministerio, delicia de los analistas y desasosiego para más de alguno. Por supuesto que queremos justicia en el cobro —quién paga—. Naturalmente necesitamos precisar y vigilar el gasto —asegurar que se usen bien los recursos públicos—. No queremos tributar a un Estado ineficiente y corrupto. Pero la primera pregunta es la primera pregunta. Es aquí donde los ciudadanos, el de a pie tanto como el que compró su Mercedes-Benz, necesitamos lo mismo y no tenemos escapatoria.
Ante la pregunta de cuánto hace falta, no ayuda decir que primero vienen eficiencia o transparencia, Cicig o Embajada, Fundesa o propuestas campesinas. Ante la pregunta de cuánto necesitamos se impone una sola respuesta terrible. Cualquiera que sea la propuesta de los técnicos, que apoyen o rechacen la plaza o los medios, cualquiera que sea el presupuesto que apruebe el Congreso, una sola respuesta hay a cuánto dinero necesitamos tributar. Le advierto que no le gustará, pero igual es la respuesta: más, mucho más.
Solo admitiendo esta realidad brutal podremos progresar. Usted, que eligió a Jimmy Morales o lo denuncia, entienda que cualquier diálogo fiscal tendrá que partir de que debemos pagar más. Solo ayuda quien admita que primero tendremos que pagar quienes más tengamos: así sea mucho más o algo más. Fortalecer la SAT, mejorar la inversión pública y fiscalizar el gasto son tareas de oficio. Tributar más es la exigencia histórica largamente postergada. Es el reto de política que este gobierno y también los ciudadanos seguimos evadiendo.
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