Por «matar» se referían a romper con la idealización de la obra de Asturias como canon de la literatura guatemalteca y a trascender su legado creando nuevas narrativas, con El tiempo principia en Xibalbá, de De Lión, y Obraje, de Morales, como sus propuestas para la «nueva novela» guatemalteca. Recuerdo el orgullo con que contaba esta afrenta a las «vacas sagradas» de la literatura guatemalteca y el revuelo que causó en los círculos intelectuales que dos patojos se arrojaran a la tarea de trascender la obra del Gran Moyas.
Décadas después nos encontramos en una Guatemala de posguerra que tiene 25 años de democracia, una resaca extendida del legado de la contrainsurgencia (amnesia social inducida, cultura de miedo y silencio reflejado en la total apatía y en la indiferencia a los problemas de país). Es un legado que hereda una nueva generación cuya mayor ventaja es el Internet y desafiar el miedo con que nuestros padres y nuestras madres nos enseñaron a vivir. Este desafío se vivió en 2015 cuando el hartazgo de la corrupción motivó a salir a las calles para exigir la renuncia de Otto Pérez Molina y de Baldetti, una expresión ciudadana que evidenció la necesidad de eliminar la corrupción dentro del Estado y de recuperar sus instituciones.
También significó encontrarnos con posturas ideológicas, orígenes sociales y concepciones de la historia totalmente diferentes, pero unidos por el deseo de transformar. El miedo y la desconfianza se difuminaron en la plaza, y ese ha sido el logro que rescatamos: acercar posturas, dialogar y construir desde la diversidad. Un ejercicio necesario para un país dividido por una de las guerras más crueles del continente.
Hay que dar cuenta del tiempo que vivimos. Y después de 2015 hemos podido palpar la efectividad de la contrainsurgencia. «Divide y vencerás», reza el dicho. La polarización y la desconfianza hacia el otro han limitado enormemente la generación de los pactos sociales que necesita un país a la deriva, sin liderazgo ni otro horizonte que la lenta agonía y la perpetua crisis social. Como juventud no queremos ese futuro. Y para revertirlo nos acercamos y volvemos a construir tejido social.
Esto nos ha demandado saber canalizar las demandas y generar consensos, evidenciar que el modelo de país caducó y señalar abiertamente a los que quieren mantener el statu quo. Es también la conciencia de que las potencias apoyarán lo que mantenga su hegemonía y que eso no significa acatarlas, sino marcarles el límite, hacer prevalecer nuestra dignidad poniendo las cosas sobre la mesa y trabajando desde la transparencia y el cumplimiento de acuerdos.
Tal vez algo de cierto hay en lo del rosa y el lila a los que apela Mario Roberto. Tal vez la polarización ya no es la respuesta para construir país. Tal vez necesitamos sanar. Y para eso necesitamos hablar, acercarnos y generar puentes entre los diferentes sectores de la sociedad. Como juventud es la apuesta que tenemos frente a un pasado que reprimía a los que pensaban diferente. Esto no significa que todavía no suceda. Mujeres, pueblos indígenas y defensores de la madre tierra han sido fuertemente criminalizados y perseguidos. Hemos acuerpado sus luchas y mantenemos las alianzas históricas con estos sectores.
Mario Roberto llamó en su momento a superar al Gran Moyas. Ahora nosotros llamamos a superar las diferencias ideológicas sin olvidar la radicalidad de nuestras luchas, que no es sino apostar siempre por los cambios estructurales. Luchamos por la transformación profunda de la injusticia en Guatemala a través de la recuperación de las instituciones del Estado, de modo que estas puedan responder de forma eficiente y pertinente a las demandas de los diferentes sectores de la sociedad. Queremos un país más justo y lo hacemos construyendo desde la diversidad.
Por ello, y en aras de visualizar el camino transitado, llamo a toda esa juventud que se organizó a partir de la plaza a que contemos nuestra historia, a hacer recuento de las gestas y de nuestras apuestas políticas. Para lograrlo tenemos el poder de la palabra, divulgada por tantos canales y medios posibles (algo que aprendimos de la valentía y la fuerza de las mujeres ixiles y de Sepur Zarco), y tenemos la capacidad de construir desde la diversidad. Porque nos atrevemos a soñar en construir un mundo donde quepan todos los mundos. Hay pedazos de historia que es urgente contar. Tenemos el privilegio. Usémoslo. Ya el tiempo nos juzgará. Ahora somos la juventud que está escribiendo historia.
#SomosPueblo.
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*Tomado del poema Invencibles, de Otto René Castillo.
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