Es más que evidente que, para el partido oficial, los objetivos son totalmente esos. Constituido y financiado para impedir la democratización de las instituciones, en las apenas cuatro semanas que lleva en el Parlamento ha mostrado con creces que forma parte de todo eso que las movilizaciones del año pasado cuestionaron y exigen que desaparezca. La infantil excusa de que con más diputados podrá ser tomado en cuenta en el debate parlamentario deja de lado que no es la cantidad, sino la calidad de las prácticas, lo que hace que una organización política con representación en el Congreso sea significativa. El mejor ejemplo de ello son las bancadas de Encuentro por Guatemala y Convergencia, que con siete y tres diputados respectivamente no solo han hecho oír su voz, sino también han influido en el proceso de construcción de las nuevas normas que en estas pocas semanas se han aprobado.
Lo hasta ahora actuado muestra que el referente de práctica política de los oscuros militares que dirigen FCN es el comportamiento de Líder en la anterior legislatura, al grado de que, como los de este partido, han salido a comprar diputados en el mercado de invierno. Cierto que lo que está en venta no es ni lo mejor ni lo más eficiente de la política nacional, sino los que de forma reiterada han dado muestras de irrespeto a las reglas y manifestado el menor interés por mejorar la calidad ética del Congreso. En las adquisiciones del partido oficial están tanto los que se cambian de partido en un chistar de dedos como los que de manera descarada han tratado de sobornar periodistas. No son los diputados con propuestas serias, sino los que defendieron a capa y espada a Pérez Molina o lo chantajearon con supuestas y pactadas interpelaciones.
Los objetivos de los oscuros militares son más que claros, y la manera como han querido limitar el empoderamiento del MP es solo una muestra. El partido oficial quiere, entre otras cosas, impedir que las instituciones del sector justicia puedan perseguir con agilidad y eficiencia los delitos de cuello blanco, en un intento autoritario por proteger, desde ya, a esa jauría de diputados que han aglutinado bajo sus siglas. Quieren, en una visión de corto plazo, impedir que el posible pedido de antejuicio contra el militar Édgar Ovalle, de llegar al pleno, sea aprobado. Sus nuevas adquisiciones, broza de la broza, no explican siquiera por qué dejaron el partido por el que se eligieron, mucho menos la diferencia entre este y al que ahora pertenecen. Son políticos cuya ideología es la del enriquecimiento personal cueste lo que cueste, y suponemos que la sociedad guatemalteca está demandando todo lo contrario.
Nadie puede llamarse a engaño. Con un presidente que gasta su tiempo en visitas desordenadas a escuelas, hospitales, mercados y destacamentos policiales, la gestión pública comienza a ser un caos. El control del poder está pasando rápidamente a manos del exmilitar Ovalle y del exdiputado de la GANA Javier Hernández, ambos experimentados conspiradores en tiempos de paz y democracia.
Hernández, actual jefe de la bancada oficial, fue elegido en 2008 con el apoyo de esos grupos de oscuros militares en el insulso partido CASA, pero apenas había tomado posesión cuando ya estaba en pláticas con los desechos políticos de la GANA y pasaba a formar parte así del grupo que fue identificado como los indignos. Con el apoyo de esos políticos, varios de ellos impedidos esta vez a candidatearse, presidió en esa legislatura, entre 2008 y 2011, las comisiones de Defensa, Inteligencia y Seguridad Nacional, precisamente esta última la que ahora dirige el también exmilitar Estuardo Galdámez, que en este proceso de compra de broza, para supuestamente solo hacer bulto, pasó curiosamente al control de la bancada de los militares.
Hay en marcha, pues, un claro y amplio proyecto de cooptación y destrucción de las instituciones. Los sectores más trasnochados de la política y el poder económico están interesados en impedir a toda costa que Guatemala salga de la ya larga noche de corrupción y violencia autoritaria en la que los distintos grupos de militares políticos y corruptos empresarios la han sumido.
Pero algo hay que tener claro y considerar con entusiasmo. Hasta ahora, esos diputados, aunque ahora forman ya una gran bancada, no llegan a constituir mayoría a pesar de que construyen alianzas espurias con otros grupos igual de descalificados que ellos. Es por ello que esa frágil mayoría que ahora lucha por modificar las reglas del juego y la situación política del país debe contar con el apoyo de la población. No es momento de exigir inmaculadas biografías, sino compromisos concretos y claros con la agenda actual de renovación democrática.
Las clases medias tienen la palabra: o renuncian a purismos maximalistas, alimentados por dueños de medios de comunicación supuestamente héroes solitarios, y apoyan de manera crítica pero decidida a esta frágil pero esperanzadora mayoría parlamentaria, o nos condenamos a un largo e inclemente invierno social y económico.
El rechazo de esas prácticas políticas y el apoyo decidido al fortalecimiento del Ministerio Público y a la profesionalización de todo el servicio público deberían volver a llenar la plaza.
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