Independencia no es cantar el himno por reflejo, como un perrito que salta a la atención fiel e impensante cuando le silban. Independencia no es interrumpirlo todo para decir la jura de la bandera, dejando sin servicio a la gente que visita una institución pública, solo para observar un ritual lunes cívico.
No tiene independencia el juez injusto, el que vende su voluntad. No tienen independencia la fiscal ni la magistrada serviles, que llegaron al cargo con títulos tan falsos como las universidades que se los dieron y como las cortes que las amparan. Como cómplices, lamen juntos el yugo de la mentira.
No conocen independencia los que solo consiguieron evitar la cárcel estropeando para todos los demás la poca justicia del país ni los hipócritas que dijeron «injerencia extranjera» al destruir las reformas promovidas por la Cicig. Carecen de independencia quienes amañan el mercado porque son incapaces de inventar algo nuevo, menos aún de competir y de ganar sin hacer trampa. Petulantes y violentos, viven como hienas encerradas en una patria que ellos mismos construyeron enana por su falta de imaginación.
Nunca defendió la independencia el Ejército, que abandonó a su comandante general cuando importaba, en 1954. Es el suyo un patriotismo barato, comprable al precio de un cargamento de droga, al precio de unas municiones robadas.
No saben de independencia los diputados que obedecen al Ejecutivo en vez de pedirle cuentas. Solo sirven para refrendar las decisiones de los pocos en lugar de representar los intereses de todos.
Y carece de independencia un presidente que no entiende la diferencia entre mandatario y mandamás. Carece de independencia un mandatario que se atreve a increpar a los ciudadanos en vez de servirlos. Porque así, abusivos, se han portado siempre los dueños del país, y él no es otra cosa que su mandadero.
Mal termina, tras dos siglos, lo que mal empezó. Doscientos años que son un rosario de vergüenzas: una declaración inicial que solo fue componenda entre gente desleal, una federación conservadora que ni siquiera llegó a la mayoría de edad y una hipócrita república liberal sostenida a base de tiranos. La democracia de masas fue ahogada —apenas tras diez años— en un mar de sangre, y hoy los herederos de sus verdugos vuelven a insistir para acabar con la democracia de 1985. Y para rematar el malhadado bicentenario se apuran a celebrar una fiesta tóxica en plena pandemia.
[frasepzp1]
Este engendro, el Estado guatemalteco criollo, excluyente y corrupto, da pocas razones para celebrar. Quizá no dé ninguna más que la esperanza de su fin. Pero da muchas razones para insistir: queremos independencia.
Por eso independencia declara Martín Toc, este año presidente de los 48 cantones de Totonicapán, en nombre de su pueblo y de todos los pueblos indígenas, cuando le dice a otro presidente —uno mucho menos digno—: «Nos llevamos la silla [de Atanasio Tzul], pero no solo queremos la silla. Queremos desarrollo para todos».
E independencia declara el migrante con una libertad que, a diferencia de la criolla de 1821, es costosa. La declara el migrante ante las amenazas de la violencia y de la policía en un país que no le ofrece oportunidad. La declara ante la depredación de los coyotes, los riesgos del camino y el rechazo del Norte, afirmando que la miseria nunca definirá quién es, mucho menos dónde vive ni cómo prospera.
Independencia tiene la ciudadana que no se traga los bulos de la TV monopolizada. Reclama su libertad para pensar, criticar y también protestar cada vez que hay una muerta más. Porque esto no es normal y no es patria.
E independencia tiene la creciente multitud de funcionarios, jueces y fiscales que han preferido el exilio angustioso a la sujeción corrupta. Porque entienden que la libertad es hacer lo correcto, no lo más cómodo, y ciertamente no por dinero.
Hoy termina en oscuridad e ignominia el segundo siglo de lo que empezó con engaño y deslealtad. No celebro esa falsa independencia. No puedo celebrarla. Pero invito a mis lectores: por las ciudadanas que protestan, por los migrantes que apuntalan la economía de nuestra élite incompetente, por los indígenas que estaban aquí mucho antes de que los criollos declararan su independencia ficticia, por quienes nos recuerdan que la democracia o es para todos o no existe, por nosotros mismos, declaremos una nueva independencia. Declaremos una independencia de funcionarios dignos, de ciudadanas aguerridas, de migrantes productivos, de indígenas persistentes, de ciudadanas y ciudadanos que queremos justicia, paz, democracia y bienestar para todos.
Más de este autor