Que los manifestantes se lo merecían por interrumpir la sagrada libertad de locomoción, no es argumento. Aun si de ponderar derechos se tratara, no habría manera de justificar la prevalencia de la libertad de locomoción por encima de la vida de ocho seres humanos y la integridad física de otros 40. Pero el asunto va más allá.
Se trata de descarnar el argumento de los derechos hasta su médula, pues es muy fácil aprenderse el discursito y hablar en clave democrática de los dientes para afuera. Es fácil abrir la boca sin abrir los ojos; abrir la boca sin abrir el coco: ¿que es ilícita la protesta, que viola el derecho a la circulación de otros? Vaya, como si no fuera obvia la respuesta que podría dar cualquiera de los manifestantes de la Cumbre de Alaska: “respetar la libre locomoción de otros… ajá… ¿y es que acaso creen que solo los que circulan tienen derechos? Si el respeto al derecho ajeno es el sagrado límite que su democracia me impone, ¿ha respetado acaso usted mis derechos más elementales, mi vida, mis derechos económicos y sociales? ¿Han sido mis derechos límite alguno para usted, para alguien, de la misma manera que usted pretende que su libertad de locomoción limite mi protesta? Es más, en su cabeza, ¿soy yo un sujeto de derechos? ¿Somos iguales usted y yo? ¿Vale mi vida lo mismo que la suya? No, ¿verdad? Ajá… ¿Es lícito entonces que se me exija a mí respetar su circulación? ¿Qué respeto le debo yo a usted, que usted no me deba a mí? Y así las cosas, ¿no sería razonable que estuviera yo hasta las narices de su hipocresía y que su circulación me valiera madre? ¿O es que ni a indignarme tengo derecho? Respóndame pues, ¿hay solvencia moral para que se me exija reciprocidad alguna en el respeto de derechos que nunca he disfrutado? Y en todo caso, explíqueme, a ver, ¿a qué juego está jugando usted conmigo? ¿Cree que además de salvaje y terrorista, soy idiota?”
Y el cuento no acaba ahí, porque hablamos de que entre todas las opciones habidas para reprimir la protesta y violar el derecho a la manifestación, las fuerzas de seguridad estatales optaron por la que causó el mayor daño a la población civil desarmada. Pero ahí están el CACIF y su séquito de loros en las redes sociales, pidiendo penalizar a los manifestantes en lugar de a los asesinos. ¿Hasta cuándo van a entender que la vida, la manifestación y la protesta son derechos, al igual que la libre locomoción? ¿Hasta cuándo van a entender que, a mayor la desigualdad entre las personas mayor la colisión entre los derechos, y que es a base de esos choques que se construye una democracia? Si prefieren quedarse con lo que hay, deberían entonces dejarse de pajas y hablar de lo que quieren hablar: de privilegios, y no de derechos. De utilidades, y no de vidas humanas. Aceptar que su hipócrita discurso de igualdad ante la ley y libertad para todos se desmorone en pedacitos de una buena vez.
No me canso de defender que el derecho a la protesta es el primero de todos, porque no hay democracia sin protesta, sin disenso, sin resistencia; que protestar no siempre implica subvertir el orden constitucional; que protestar es también una decidida apuesta por su afirmación, un reclamo para su vigencia. Eso es lo que hacían Rafael, Santos Nicolás, Jesús Baltazar, Francisco, José Eusebio, Arturo y Domingo, cuando fueron asesinados hace una semana.
Ni el perdón ni el luto nacional hacen justicia por ellos. Queremos ver al Gobierno tomando medidas ante las demandas sociales, que no solo son de Toto, sino de San Rafael Las Flores, del Valle del Polochic, de Santa Cruz Barillas, de Santa Cruz del Quiché y de tantas otras comunidades a lo largo y ancho del país... ¿Qué pasará ahora con las causas que dieron origen a la manifestación? ¿Piensa seguir permitiendo el Gobierno las arbitrarias alzas a la energía eléctrica? ¿Piensa mantener esa reforma constitucional que no solo no somete a discusión este modelo de desarrollo, ni incorpora a las comunidades indígenas y campesinas como sujetos políticos, sino fortalece las funciones del ejército en las tareas de seguridad (para dar fuerza legal a esta misma violencia)?
Porque la solución no se trata solo de morderse la lengua después de tanto torpe tartamudeo gubernamental ante las cámaras, y de ofrecer evitar los excesos en el futuro. Se trata de asumir que no hay diferencia entre esta consideración actual, despreciativa de la humanidad indígena y campesina, y la que hubo ayer durante el conflicto armado, o unos siglos antes, durante las “guerras justas” que los expropiaron de sus tierras. Se trata de justicia penal y de justicia social. Se trata de transformar el rol de los avatares de las historias injustas en Guatemala. Se trata de tomar medidas y dejarse de pajas, señores.
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