Si algo puede caracterizar las acciones del actual gobierno es su actuar mafioso, visible en escándalos desatados en materia de corrupción. Se trata de una mafia de la cual, como se ha insistido, también forma parte el ente corruptor, la otra parte que se beneficia del proceso. Un factor común a todos los grupos criminales, independientemente de su materia prima —es decir, el giro de su actividad delincuencial—, es la necesidad de mantener consenso social y de limpiar sus ganancias. La mafia regala como favor lo que el Estado incumple como derecho.
Digamos que el jefe de un grupo criminal como el capo de La Línea podría estimar en unas 30 personas el tamaño de la banda si se atiene a quienes activaban directamente en el proceso. Pero también podría pensar en 300 cuando cuenta como parte del club a quienes, a sabiendas de la existencia del grupo y de los métodos que usaba, veían para otro lado o callaban por conveniencia o temor. Pero lo sorprendente es cuando el jefe puede afirmar que en realidad cuenta con tres mil, trescientos mil o hasta tres millones cuando incluye a aquellas personas que nunca han hecho nada en contra de la actividad criminal.
Este hecho quizá inspiró a la ciudadana de Palermo que, durante el sepelio del juez Borsellino, se indignó porque planteó que ella no era parte de ni apoyaba a la mafia. Y para mostrarlo colgó una sábana blanca en el balcón de su casa. El acto de esta mujer fue replicado por otras, más otras, más otras, hasta que la mayoría de los balcones mostró un lienzo blanco en señal de no pertenencia y rechazo a la mafia, así como de saludo a quien luchaba contra esta.
Ese primer paso fue el inicio de un camino que ha significado la formación del concepto y la práctica de la antimafia social, que no es más que la decisión y la acción comunitarias de recuperar lo que nos ha sido arrebatado, aquello de lo cual nos ha despojado la mafia: nuestra ciudadanía. Y aquí cabe insistir en que, al referirnos a la mafia, no solo hablamos de la criminalidad organizada en sí misma —narcoactividad, tráfico y trata de personas, tráfico de armas, contrabando...—, sino de todo accionar que mafiosamente impone la voluntad propia sobre el bien común y destruye la tierra, la vida y el tejido social.
Entonces, rescatar la ciudadanía deviene en indispensable, ya que es una forma poderosa de construir antimafia social, una ruta que no está exenta de riesgos y que nos exige remontar el miedo para derrotar la estrategia del terror. Unidad y solidaridad son insustituibles en el camino. Organización y auditoría social son herramientas vitales.
El cambio y la transformación por los que ahora pugna la sociedad guatemalteca requieren también de pisar el acelerador e ir al fondo. La constitución de América Latina Alternativa Social (Red ALAS-Antimafia Social) es un lucero en el camino de la oscuridad representada por la acción mafiosa en el continente y en nuestro país. Bajo el cobijo de ALAS podemos levantar el vuelo para recuperar nuestra libertad, para lo cual requerimos organización, unidad, auditoría y fuerza común.
La derrota definitiva de La Línea, de sus jefes y de sus conexos y similares pasa por el sistema de justicia, pero se sostiene en el entramado social. Romper el consenso social de los criminales es la meta esencial de la antimafia social.
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