Desnudo el corazón
Desnudo el corazón
“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde Mónica Sarmientos, productora, actriz, compositora y música.
Ya perdí la cuenta de cuántas veces me han dicho “debe hacer tal cosa para tal día”, “el machote debe estar hecho antes del 1 de septiembre”, “debe sacar su calcomanía antes del 31 de julio”… ¡En fin! ¿Y qué hago? Siempre dejo todo para el último momento y principalmente tratándose de algo como “escriba un ensayo”.
Siempre he dicho, y comprobado, que las cosas me salen muy bien cuando trabajo bajo presión, pero esto… ¿Me irá a salir bien? Mmmm… No es estudiar una obra de violín, o preparar una charla, o planificar una clase, o amenizar un concierto, ni nada que se le parezca a esas cosas que se me facilitan tanto a la hora de la hora.
Uuuuyyyy. ¿Un ensayo? ¡Pero si yo soy músico y actriz! No soy escritora y lo único que he escrito en mi vida es una pequeña obra de teatro que se llama Se nos va la orquesta.
Y de niña, un pequeño poema que decía:
Te quiero más que a mis ojos,
más que a mis ojos te quiero,
y si me quitan los ojos,
te miro por los agujeros.
Por cierto, creo que de repente por ahí lo escuché y lo cambié por fregar, así que ni siquiera se podría decir que lo escribí yo.
Pero bueno, heme aquí sentada frente a un monitor y un teclado, teniendo que escribir un ensayo que se titula ”Mi habitación propia”. ¿Que escriba sobre mí? Bueno, tarea fácil, supongo. Podría iniciarlo con algo así como:
Nombre: MONICA SARMIENTOS ROLDAN (Me siento ridícula, ni que fuera un Currículum Vitae).
Edad: 47 años (En noviembre 2015 cumplo ya los 48…y de ahí ¡estoy a 2 de los 50!!!)… Cincuenta… cincuenta… 50… se escribe y se pronuncia tan fácil, pero es medio siglo vivido. ¿Medio siglo satisfactorio? Creo que sí ¡y mucho!”
Y me pregunto: “¿Qué es lo que ha hecho que mi vida sea buena?” No puedo decir perfecta, porque no creo que no haya muchos que puedan decir esto, pero, haciendo un balance, he tenido satisfacciones enormes en todos los aspectos en este ensayo llamado vida.
Músico y actriz… ¿De verdad quise ser eso? ¡Sí! Si volviera a nacer, ya que lastimosamente las artes visuales y plásticas no son mi fuerte. Siempre dije que a mí ni siquiera el dibujo de una carita feliz me queda bien... Promedio en Artes Plásticas en el colegio: 60 puntos.
Músico… ¿Por qué quise recorrer el mismo camino que recorrió mi padre, el Maestro Jorge Sarmientos? ¡Por apasionante! ¡Porque me engendraron con el talento para hacerlo! ¡Porque siempre me llenó de intensidad, de energía, de retos, de amor, de celo, de fuerza, de valor ante cualquier persona y adversidad! Por hacerme tener orgullo de lo que hago, de mí misma — no es ego, es un orgullo sano—, y lograr que lo que hiciera en el escenario, le gustara siempre y lograra hacer feliz a muchas personas.
¡Música… tanta música! Recuerdo esas tertulias en la casa de la 3ª. Avenida de la zona 2… Allí viví 30 años. Tenía tres cuartos, era larga hacia el fondo, al entrar había un salón que de día funcionaba como sala de estar y era el área de juegos de mi hermano y yo y por la noche, al correr hacia la pared los sillones, ya entraba y se guardaba el carro de mi papá.
¡Cuánta gente no recuerda esa casa! Cuánta gente no la ha visitó, cuánta gente no olvida las tocadas de piano de mi papá, las tocadas de batería y de guitarra de mis hermanos Igor y Jorge, y hasta yo con mi melódica, “improvisando” con seis notitas, haciendo sesiones de jazz a lo Sarmientos; todos sentados o parados en aquella sala-comedor-garaje. Eso sí, los que lograban lugar en los sillones a la par del piano, eran los que más disfrutaban de escuchar y ver las manos del maestro recorrer con tanto feeling ese teclado. ¿Quién no recuerda los “alipuses” a los que mi viejo invitaba después de cada concierto de la Orquesta Sinfónica? Tantas personas grandes y famosas a nivel nacional e internacional, que siempre me resultó tan natural tener en casa para conversar. Grandes músicos, intelectuales, escritores (Manuel José Arce se la pasaba mucho en esa casa, Carlos Navarrete…), políticos (de los buenos de esos tiempos como, José Antonio Móbil, Roberto Díaz Castillo, Alejandro Maldonado, Manuel Colom Argueta, Adolfo Mijangos López, Alfonso Bauer Paiz) geniales pintores y escultores, actores y actrices, bailarines, pianistas, violinistas, cellistas, directores de orquesta, poetas. Tanto arte. Tanto talento.
Me gustaba eso que se sentía al escuchar los aplausos a llenos completos. Me fascinaba ver a mi viejo saludar desde el pódium. Algunos de sus viajes de giras como director —que eran muchos durante el año—, los compartió con nosotros: París, Alemania, Viena, Venezuela.
Do, re, mi, fa, sol, la, si… escalas, pentagramas, claves de Sol, Fa y Do, eran una tarea ya diaria para aprender desde los cinco años, más o menos. Ir a recibir al Conservatorio mis primeras clases de solfeo con una maestra cantante, con tonadas para niños, cantar desde los dos años (muy afinadamente, según mi padre) fue la introducción al mundo de la música, se convirtió lo que luego se tornaría ya en una profesión, en lo que me encantaba hacer, me divertía y me hacía sentir bien.
Y, también, desde muy pequeña hice mis “tanes” artísticos en párvulos, en el colegio ”El castillo encantado”. Recuerdo en especial mis papeles de torito y de honguito.
¿El primer instrumento para un niño? ¡Claro, el piano! Y en efecto, empecé con mis clases en casa a las seis de la tarde, los martes. Todo hubiera ido bien, pero Robelio Méndez, el profesor, llegaba esa la hora de “El Zorro”.
Lo hacía esperar siempre. Media hora después de que tendría que haber empezado la clase, me aparecía yo en la sala, de mala gana a hacer mis ejercicios del Método Thompson para niños ¿Aburrido para mí? ¡Sí! Y amo los conciertos para piano; escucharlos en manos de grandes del instrumento, no tiene precio, pero yo… ¿Estudiar piano? ¡Por supuesto que no! Jamás me gustó, aunque llegué a tocar a los cinco o seis años algunos Preludios de Bach y pequeñas piezas para niños.
Lo alegre y emocionante llegó a los nueve, cuando mi papá me entregó un violín y me preguntó: “Mija, ¿te gustaría estudiar violín?” Henry Raudales acababa de hacer su debut como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala, con el Concierto de Tchaikovsky, apenas tenía 13 años, fue algo inaudito y le dije: “¿Como Henry?” Entonces muy segura le respondí: “¡Sí papa, quiero!”.
Y justamente el papá de Henry, el maestro Enrique Raudales fue mi primer maestro de violín. Llegaba a mi casa los sábados por la mañana (menos mal que ese día y a esa hora no daban “El Zorro”). Y las clases seguían en el conservatorio y conforme pasaban los años, yo empezaba cursos nuevos como Práctica Orquestal, Solfeo, Música de Cámara, etcétera. Había empezado, sin darme cuenta, la carrera de Bachiller en Arte Especializado en Violín, la cual lleva ocho o nueve años sacarla (claro, depende también de que si uno puede sacar los demás cursos, porque no solo el instrumento principal se estudia, puede llevarse hasta 15 años y hasta hubo amigos que envejecieron en el conservatorio y ¡jamás se graduaron!). Gracias a Dios no envejecí tanto tanto tanto en el “conser” y me gradué a los 20 años.
Era muy difícil porque estando en un colegio como el Monte María, un colegio que en ese entonces era el mejor de la época, donde la burguesía y la derecha recalcitrante reinaban; a pesar de que las monjas maryknoll eran tildadas de marxistas-comunistas y pintarrajeaban con ese tipo de consignas las paredes del colegio. Yo era de las más pobres, era hija de músico y de maestra de educación primaria, no de grandes millonarios con mujeres que iban todo el día al salón y se dedicaban a sus tés y reuniones con amigas de su élite, con nombres y apellidos raros, con casa en La Cañada. Yo venía de un hogar izquierdista absoluto, donde viví de cerca: secuestros, torturas, estar cada cierto tiempo en funerarias por muertes políticas de familiares y amigos queridos, exilio de mi propio padre y hermano.
En el Monte María, en la década de los 80, tuve que aguantar y escuchar, no solo burlas por mi físico, sino también tremendas tonteras de niñitas burguesitas que decían, por ejemplo: “¡La San Carlos es para gente burgués!”. Dios mío aquellas mentes idiotizadas, ultra derechistas que ni sabían de qué hablaban.
Fui una niña duramente “bulleada” antes de que existiera el término, por mi sobrepeso, por envidias de tener un padre famoso y por muchas cosas más. La exigencia era dura y grande, así que desde sexto grado de primaria, cuando no dejaba retrasadas en el colegio, perdía el año de violín y viceversa… O sea, llevar las dos cosas, fue de decidir en 1983 ¿qué iba a hacer? ¿por qué me iba a decidir? Lo bueno fue que el “bullyng” no siguió después, en ningún aspecto, cuando ya me dediqué sólo a mi instrumento, pero jamás olvidé lo mucho que me odiaron, cuánto me molestaron y lo mal que me hicieron sentir. Lo chistoso es que años después, cuando ya aparecía mi imagen en televisión, en el periódico y la fama surgió, las que se habían burlado de mí, las que me maltrataban, me escondían el suéter o la lonchera, las que sólo me dirigían la palabra cuando se requería sacar algo musical en la clase o actuar, se habían convertido en mis fans y siempre habían sido mis grandes amigas en esos años de colegio, sin “recordar para nada” lo que cada una me había hecho o dicho.
Tercero básico marcó un antes y un después en mi vida de profesional, porque al dejar mate y conta, avanzaba más en violín y entonces la decisión fue: “Dejemos el colegio unos años, hasta que nos graduemos de violinistas”, y así lo hice. Me gradué de Bachiller en Ciencias y Letras, hasta en 1989 del Colegio Jeffersson (colegio de renombrada reputación en donde algunos hasta pagaban a “Miss Perla”, la directora, para obtener sus diplomas de bachilleres -yo de verdad no tuve que hacer nada de eso, ya que mi base de enseñanza habiendo salido del Monte Mría era formidable, y fui presidenta de clase y hasta de seminario). Estaba ubicado en la 8ª avenida, entre 4ª y 5ª calle zona 1, cuando entré ahí.
Entonces me dediqué de lleno al violín, llegaron entonces varios viajes para recibir cursos de técnica violinística en Costa Rica, Puerto Rico, Colombia (viví seis meses ahí, donde cumplí mis 20 años y trabajé en la Orquesta Filarmónica de Bogotá).
¡Viajar! Placer más grande para mí! Mi primer aventurado viaje, aun siendo menor de edad, fue irme a San Antonio Suchitepéquez en el carro de mi tata. Tenía 16 años, pero ya tenía licencia. Nada de celulares, ni CDs, ni USBs… Sólo me acompañó mi grabadora con baterías Ray O Vac, en el asiento del copiloto de aquel Datsun 160J color blanco, mi ropa en un maletín, mis ganas de tomar carretera sola manejando, mis sueños, mi música de los 80 en inglés y algo de jazz, funk y rock en cassettes, mis nervios de recorrer 150 kilómetros por mí misma, y mis ganas de retar siempre a todo y a todos. El primer obstáculo lo había ganado: Convencer a mis padres de que me dejaran hacer el viaje. Después de horas de súplica, la confianza de haberme enseñado bien a manejar, se apoderó de la mente de mi viejo y me dijo “Ándate pues, pero ¡me llamás en cuanto llegués!”. Fueron casi las tres horas más geniales de esa faceta de mi vida. La sensación de adultez y de poder del saber conducir. Es en ese momento en que uno descubre que los sueños ya no son solo eso, sino que se pueden vivir realmente y en donde uno empieza a tener conciencia de que su responsabilidad comienza con su propia vida, aunque se piense solamente en el amor perfecto, el príncipe azul, la comodidad de no trabajar o pensar que todo es tan fácil en la vida y que nada le cuesta, por el simple hecho de ser ya “grande”, “formal”, “madura”.
Llegué a mi destino sin novedad, claro, llamé al llegar, me disfruté cada pueblito que pasaba, cada puente de ríos, cada tiendita, gasolinera y mi pequeña grabadora con el volumen al tope, me acompañaba incesante, hasta que se le acabaron las pilas y tuve que parar en una tienda de alguno de esos pueblos a comprar otras y por supuesto, seguí manejando durante ese fin de semana, yéndome al río Nahualate, o al Mocá, o al San Francisco, que quedan cerca y en ese entonces (no sé si aún), tenían pozas bellas y parajes a los cuales descender fácilmente a pie y nadar.
Hasta la fecha, soy extremadamente feliz cuando agarro carretera y suelo muchas, pero muchas veces, hacerlo sola, si el tiempo y mis actuales ocupaciones y mi salud me lo permite. Ahora con la tecnología, con los Cds, las USB, mi música como el Chill Out, el Trip Hop, la de los 70´s a los 90´s, el Groove, la New Age, la Clásica, el Jazz y otras, me siguen acompañando en esos viajes y muero si no tengo mi música en el camino, a donde me vaya. Mi música duerme a muchos que no la entienden, aburre a otros que tampoco, pero a mí me relaja, me encanta, la escucho, la entiendo, la veo… La siento en las fibras y me libera absolutamente.
“El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, dice una canción de Pablo Milanés. No tardé en empezar a enfrentar las vicisitudes cotidianas de convertirse en adulto: tener que trabajar, enfrentarme con problemas familiares (abusos verbales, miedos, victimizaciones, codependencia, inseguridades, adicciones), con las exigencias enormes de mi papá, con los enamoramientos (que estaban a la orden del día, en vista de que mis órdenes mentales fueron siempre “nadie te va a querer por ser gorda y nunca vas a tener novio”), recordando mi niñez de nadadora, de darle al ejercicio odiándolo.
¿Novios formales? Creo que tres… Ninguno realmente con la convicción de formalizar, o eran infieles y tal vez el único con quien posiblemente hubiera logrado una increíble relación, de quien me enamoré y sé que también se enamoró, y me dio tanto mi lugar, se llamaba Gilberto. Gilberto murió a los meses de nuestro noviazgo. Ese siguiente año me dediqué a destruirme: comiendo en exceso, fumando y parrandeando a morir.
A los hombres en este país les da tanto miedo toparse con una mujer autosuficiente, independiente y por qué no decirlo como es: CABRONA, con pantalones puestos, con inteligencia… con todo bien puesto. Y claro, es por eso que la mayoría considera perfecta a la nena de concurso de belleza, dientes perfectos, pelo de lino y medidas “perfectas”, y hasta cierto punto idiota, para asegurar que ellos las mantendrán, que las tendrán seguras, que no necesitarán independizarse, sino quedarse esclavizadas de sus hijos hasta que ellos se casen y las esclavicen con sus nietos. Lo correcto para muchos hombres en esta sociedad es: “bella, pero bruta o inútil”.
La exitosa, la independiente, la que gana bien, la inteligente, la intelectual, la open minded, la que se maneja sola… y peor si es gorda o con algún tipo de defecto físico en cuanto a su “belleza exterior”, a ese tipo de mujer hay que huirle porque no es bonita, ni agradable, es feminista, es castrante y mil idioteces más… Es impresionante que aún hoy en día y, muchos hombres, más de los que uno pueda imaginar, siguen con la misma mente y educaciones tan vagas, vacías, retrógradas, machistas, codependientes. Y, peor aún, mujeres que aceptan la agresividad, el maltarto, el abuso de cualquier índole, la humillación, lo que sea con tal de tener a semejantes parásitos malignos creyéndolos príncipes azules.
Pero regresando a mi carrera y a en lo que me iba convirtiendo: mi gusto y fuerza, después de ganar mi plaza por oposición en la Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala en 1990 y graduarme (con calificación máxima y mención honorífica) por fin, del Conservatorio en 1991, lograron darme excesivo ánimo en querer irme de aquí a seguir afuera haciendo mi carrera musical y casi lo logro; ya que me habían contratado para formar parte de una orquesta juvenil (con salario y todas las de ley) en Argentina, para mediados de 1991. Digo casi, pues cuando las cosas parecen ir encarriladas y uno se siente cómodo y seguro con ciertas decisiones, las vibras del Universo conspiran para atravesar ante nuestro camino, circunstancias que dan vuelta y hay un giro de 360 grados. Exactamente eso fue lo que me pasó en 1991, llegando casi al mes de empezar el viaje, empezó: “La epopeya”. Se lanzó como un montaje muy profesional, y abrió una nueva brecha en el teatro guatemalteco y ante la cual, mi espacio y éxito como actriz también se abriría de par en par con “un debut verdaderamente impresionante a mis 22 años de edad”, como dijo en un artículo enorme en Siglo 21, Luís Felipe Valenzuela.
Empezó entonces mi camino de éxito tras éxito, premios, reconocimientos, fama, muchísimo trabajo (teatro, shows privados, conducciones, conciertos, anuncios y programas de radio y televisión) y mucha prosperidad. Pero como bien dicen, no hay nunca dos glorias juntas. Mi falta de aceptación como mujer autosuficiente y exitosa ante el sexo masculino (ya que únicamente era admirada por la fama), me hacía sufrir y estar a veces descontrolada a nivel afectivo, teniendo que defenderme muchas veces de ataques mal intencionados, de habladurías a mis espaldas, de chismes y de maldad hasta de mis mismos colegas, tratando de ponerme en mal en cuanto a mi reputación y tratando de ponerme en enemistad con personas con las que nada tenía ni siquiera que ver y con quienes después, terminamos de grandes amigas.
Bien dicen que “quien te lastima te hace fuerte, quien te critica te hace importante y quien te envidia te hace grande” y eso en mi caso, fue una batalla dura y constante. Darme cuenta de que mi luz propia incomodaba a muchos que estaban en la oscuridad, aun siendo mis “amigos”, fue muy decepcionante, muy frustrante y en exceso triste. Nunca he sido persona de 100 mil amigos (compañeros o cuates sí, y véase las palabras aludiendo a ambos sexos), y lastimosamente veo con mi corazón hoy en día que esto de poder “brillar en tu propio país”, sigue siendo algo que provoca desagrado a muchos y no es problema de machismo, no es de feminismo, ni de nivel económico o social, sino simplemente de envidia, de egoísmo de cangrejismo. Sí, principalmente de “cangrejismo”, mucha gente en Guatemala no se alegra del éxito ajeno, de que alguien empiece a escalar en algún aspecto y la imagen es clara y nos la han explicado: La olla donde los cangrejos que están abajo jalan con sus tenazas a los que van llegando a la superficie, a base de esfuerzo propio. Da tristeza… Y le estoy dando a muchos un gancho al hígado, ¿verdad?
Pasaba entonces varias horas componiendo —toco guitarra desde muy pequeña y soy cantante también; en este 2015 empecé a darme a conocer como tal— canciones de todo tipo y diferentes melodías… Algunas dedicadas, otras solo por sacar y otras solo porque se me ocurrían.
Algo que recuerdo de cuando iniciaba en ese mundo, fue una vez que mi papá me despertó un día muy temprano y me dijo: “Mija, fíjate que anoche fuimos con tu mamá a la Embajada de… y una señora al escuchar el Sarmientos, me dijo: ¿Usted es el papá de Mónica? Y no sabés lo orgulloso que me sentí de vos, porque al que siempre reconocen es a mí, pero vos te estás haciendo ya tu nombre y tu lugar propio”. Me quedé “ilesa” (como decía un señor de Huité) de que mi viejo me hubiera dicho eso, ya que a pesar de ser mi papá, era también una persona que había crecido en un ambiente muy machista, muy duro, y por ende, su ego era grande y su papel de padre, esposo, e hijo se regían ante esa educación y vida recibidas.
Sin embargo, dentro de todos los errores, supo junto con mi mamá (La Matty), enseñarme siempre a no dejarme de nadie, a defender a mi familia y a quienes amo, a ayudar y apoyar cuando me lo piden, a defender lo mío, a superar con creces cualquier adversidad, a darme mi lugar y a siempre mantener firmeza y honestidad ante todo y ante todos.
Así es que casi 50 años, no ha sido fácil vivirlos. ¡Vivirlos bien! ¡Cómo se debe! Con buenas y malas, con amores y desamores, con aceptaciones y sin ellas, con pisto y sin pisto, con admiración, o indiferencia u odios, recibiendo mentiras e infidelidades, malos tratos e injusticias ¿Y por qué no decirlo y aceptarlo? Teniendo a veces que tener que hacer lo mismo, no por maldad ni justificación, sino porque todo ser humano es imperfecto, por necesidad de defenderme, porque soy mujer sola, arrecha, miedosa, valiente, por necesidad de hacerme escuchar, de hacerme valer… De darme a mí misma la aceptación, el amor y lo lindo que toda mujer se merece.
¿Que a quién me debo? A mí misma.
Y, ¿en cuanto a mis profesiones? Me debo a mi público.
Porque como me dijo una vez el maestro Sarmientos (ya para terminar de mencionarlo): "Sin su público, ningún artista puede trascender".
Bueno, como cosa rara ya me agarró la tarde... a ver entonces…
Edad: 47 años (En noviembre 2015 cumplo ya los 48… y de ahí estoy a dos de los 50)… ¡Jué! ¡Ya lo había escrito!
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