No se puede construir una civilización con personas desnutridas, viviendo en áreas rurales montañosas poco pobladas y de la agricultura. La civilización maya no lo hizo. La civilización maya necesitó industria, una economía cada vez más sofisticada y ciudades en tierras planas. La civilización maya prosperó en tierras bajas porque allí es más fácil transportar agua, alimentos y bienes. La civilización maya invirtió recursos en construir canales de agua y sistemas de producción de alimentos, incluyendo producción industrial de carne, como proponen los descubrimientos de Richard Hansen en El Mirador, porque eso permite reducir los costos de producción de alimentos para una población cada vez mayor. A ello se une la producción cerámica y de adornos lujosos, la cual es más fácil de transportar si los caminos son en tierra plana y no tienen que atravesarse altas montañas. En las Américas, con la tecnología disponible, esas eran de las industrias más avanzadas. Esto apoyó la concentración de la población porque eso facilita el transporte de alimentos y permite la especialización: más gente cercana puede dedicarse a actividades cada vez más sofisticadas. Una economía más sofisticada permitió generar los recursos para ciudades más complejas y, por lo tanto, una civilización.
Hoy nuestra ignorancia del pasado nos lleva a vanagloriar una aberración histórica: la elevada ruralidad y la dependencia del empleo agrícola, que impactan de manera directa en la desnutrición de la población. La elevada ruralidad y la alta dependencia del empleo agrícola provienen de cuatro eventos. Primero, del deterioro ambiental que sufrieron los mayas, que generó luchas internas entre las ciudades. Segundo, esto nos debilitó y fuimos presa más fácil de invasiones mexicanas durante la época precolombina. Tercero, la invasión española, con las enfermedades del Viejo Mundo y la implementación de sistemas económicos semiesclavistas. Cuarto, la revolución liberal de 1871 y su impulso de sistemas semiesclavistas para la producción de café. Los cuatro eventos anteriores ayudaron a diezmar a la población indígena, a que migrase a las montañas, donde es más difícil de encontrar, y a destruir la sofisticación de su economía. Es más difícil mantener una red de canales entre montañas. Es más difícil mantener un sistema de alimentación de animales y de peces. Es más difícil mantener una población elevada. Es más difícil mantener un sistema comercial de productos de lujo a lo largo de Mesoamérica.
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Hay un problema adicional. Seguramente la migración de las tierras bajas a las altas cambió la dieta de los mayas e incrementó la dependencia de ellos al maíz. Esto puede ocasionar problemas si el maíz no se nixtamaliza, lo cual provoca pelagra. Si es difícil tener acceso a muchas fuentes de proteínas, sufrir de diarrea por la pelagra solo acelera la desnutrición.
Todo esto me recuerda el caso de China. En uno de sus libros, Joel Mokyr, profesor de la Universidad del Noroeste, explora brevemente por qué China, que tenía un largo historial de innovación tecnológica y que era igual de próspera que Inglaterra, no dio el siguiente paso e inició la Revolución Industrial.
Una de las explicaciones que ofrece es el problema de la desnutrición. Las invasiones del norte llevan a China a que su centro demográfico se mueva al sur, con lo cual cambió su dieta de trigo a arroz. Este cambio conllevó problemas de desnutrición y parasitismo. Este es un factor importante de por qué se detuvo el desarrollo tecnológico chino.
Vanagloriar la ruralidad y el empleo agrícola es una aberración. Impulsar programas que insisten en mantenerlos como si así se lograra alcanzar una utopía milenial es una completa estupidez.
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