El chicken bus: romantizado por los mochileros como una experiencia auténtica, tolerado por la mayoría de los guatemaltecos que no tienen de otra, vilificado por los demás usuarios de la vía pública y exaltado por la misma industria como la máxima expresión del orgullo e ingenio chapín.
En las redes sociales circula un video de AJ+ sobre los chicken buses. Pero no esperes encontrar un análisis perspicaz de una industria en la que existe impunidad total para los 344 muertos y los más de 5 000 heridos (en solo los últimos ocho años) en accidentes causados por estas máquinas de matar. No. Lo que vas a ver es una representación sensacionalista, amarillista, nacionalista y hasta machista de este negocio: un homenaje al ingeniero macho y sudado empuñando su martillo o manoseando su sierra circular de una forma que apunta más a pornografía mecánica que a un video informativo sobre transporte extraurbano.
En 2008, Prensa Libre reportó que se estimaba que había por lo menos 4 600 chicken buses operando de forma ilegal en Guatemala. Este transporte pirata comprende casi el cuarto de la flota total de chicken buses, y se cree que estos son conducidos por pilotos sin licencia vigente, sin seguro, que sobrecargan los vehículos, sin mantenimiento y sin apego a las regulaciones de la industria. Dicho esto, como antiguo cliente frecuente de los chicken buses, no sabría diferenciar entre un bus pirata y uno legal, ya que, a mi juicio, todos operan de la misma forma: sin respetar ni las reglas de tránsito ni las que regulan su trabajo y sin ninguna consideración para con sus pasajeros y los demás usuarios de la vía pública. Pirata o no pirata, la regulación del sector es tan inadecuada que las leyes carecen de relevancia: de hecho, el transporte extraurbano es un sector desregulado.
El sistema que supuestamente regula el transporte es corrupto, deficiente y débil. Para los más de 22 000 chicken buses que circulan existen solamente 20 inspectores de documentos y del estado físico de los automotores. El Reglamento del Transporte Extraurbano fue modificado durante el gobierno de Otto Pérez Molina para que ahora puedan circular buses de hasta 25 años de antigüedad, y no solo de hasta 10. Asimismo, como parte de la reforma, se exoneró al sector de transportistas de pagos de multas acumuladas por exceso de velocidad por un total de 30 millones de quetzales. Casi todos los buses eructan humo negro (delito según el artículo 18 de la Ley de Tránsito) con total impunidad, y salta a la vista el mal estado mecánico debido a la falta de mantenimiento de los vehículos.
¿Quién se beneficia de esta falta de regulación? ¿O de la falta de implementación de esta? Según el argumento en contra de la regulación de los mercados, supuestamente son los consumidores quienes se benefician de los bajos precios, que permiten un sistema sin candados, sin salvaguardias y sin mecanismos para rendir cuentas. Según la Defensoría del Usuario del Procurador de los Derechos Humanos, son comunes las denuncias de cobros excesivos de tarifas y del mal estado de las unidades de transporte. El alto número de heridos y muertos en accidentes de tránsito atestigua el hecho de que no es el consumidor quien se beneficia de este sistema.
En realidad, la nula intervención del Estado en el sistema de transporte extraurbano y su total privatización han generado un ambiente en el que la ganancia económica es priorizada, incluso antes que el buen trato y la seguridad de los usuarios. ¿Por qué invertir en un seguro o en el mantenimiento de los frenos si la competencia no lo va a hacer? ¿Por qué limitar tu ganancia por un viaje si nadie te va a parar el bus por ir sobrecargado? La desregulación abre la puerta a todos aquellos que, pese las consecuencias, no están dispuestos a cumplir con lo que en realidad es poco más que un código de conducta voluntario en vez de una ley vinculante. La ley es para todas las personas o no es para nadie.
El mito de que el mercado se puede regular a sí mismo es una falacia: el mercado es el más implacable y hostil en cuanto a la protección del consumidor. El reino del mercado libre simplemente abre la puerta a la competencia injusta y a malas prácticas favorecidas por aquellos sin escrúpulos. El mercado libre no beneficia a los más ingeniosos ni a los que trabajan responsablemente: recompensa al más explotador.
Como posdata, a quienes ven esto como un reproche a los trabajadores honrados del transporte urbano, les digo que por supuesto no es culpa de ellos, que solo tratan de sobrevivir en un país que únicamente les ofrece trabajos informales. Como se dice en las redes, #EsElSistema el que nos está fallando.
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