Se podría realizar un ejercicio histórico, imaginarse a Kuleshov estudiando las películas de la burguesía yanqui orquestadas por D. W. Griffith con la intención de aprender técnicas de montaje. Puede vérsele abstraído en la proyección fílmica, intentando comprender los cortes. Pero, más que adquirir los dotes del ensamblaje cinematográfico a través del análisis del cortar, pegar, editar y mostrar, Kuleshov estaría intentando compenetrarse con la esencia narrativa de la cinta, con eso que le permitiría hacerse de la historia, vivirla. Junto con Vsévolod Pudovkin y Serguéi Eisenstein, entraría en el proceso activo del estudio de las emociones porque serían ubicadas como clave para el anclaje del espectador en el desarrollo de las secuencias visuales.
El efecto Kuleshov fue entonces acuñado luego de presentarse como resultado de un experimento cinematográfico: tres escenas que enmarcaban la presentación de una sopa, un ataúd y una niña, cada una seguida por la idéntica reacción neutral de un actor. Ocurría que, al exhibir el montaje a una audiencia, cada plano del rostro era interpretado de manera distinta, es decir, era alguien que mostraba necesidad, tristeza, felicidad. Era el mismo, pero el contexto y la expectativa de la respuesta emocional lo hacían distinto. Y eureka.
El proceso de predisposición permite lidiar con el caos y la incertidumbre. Es construir la representación de una respuesta a partir de la experiencia para conseguir ahorro cognitivo. A la postre, la elaboración de esa representatividad depende de cuánto puede decir el contexto sobre lo que es normal y sobre aquello que está naturalizado. Es posible ubicar ejemplos triviales pero sumamente llamativos por cómo la influencia del contexto interfiere. Luego, concebir como conducta censurable exaltar el atractivo físico de un presunto ladrón de autos porque la mayoría de sus exaltadoras son mujeres mientras esta misma conducta es manifestada por hombres ante acusadas de corrupción nos dice mucho sobre el contexto de una organización social con dominación patriarcal. De forma similar, la predisposición ejerce su papel al considerar un alimento rojo como apetitivo y uno verde como amargo, pero esto es otro tema.
Más allá de lo que puede parecer llano, los medios de comunicación, desde su defensa ideológica, proponen indicios sobre lo que se espera de la expectativa de reacción, es decir, utilizan paradigmas del entendimiento de la realidad que permiten predecir una respuesta programada a partir de concepciones que el contexto normaliza. No es tanto más que los medios indiquen qué pensar sobre cómo pensarlo.
Al fin, el supuesto básico es que es imposible no reaccionar a un mensaje. Sin embargo, una de las consideraciones es saber cómo están condicionadas esas reacciones a partir de la experiencia y el entorno.
En el proceso de interpretación de acontecimientos sociales existe otro mecanismo que generalmente es invisibilizado. Los efectos de la predisposición no se adscriben únicamente a las circunstancias de una situación, sino también a las emociones que han sido movilizadas a partir de ella. Una emoción permite hilar los condicionantes del contexto. Como en el experimento de Kuleshov, el espectador se encarga de brindar estructura narrativa a fragmentos constatables de la realidad. Aun así, estos segmentos deben tener un vínculo, la característica de ser editables.
Precisamente, interpretar la realidad conlleva asimilar significados que el entorno proporciona para generar estructura. Cada persona experimenta las emociones de forma particular, sí, así que se esperaría que la manera de interpretar también fuese distinta. El debate se ubicaría sobre cuánto podemos acceder a nuestros estados internos para comprender cómo el entorno programa nuestras respuestas emocionales y cómo estas emociones vertebran narrativamente la realidad. Las consideraciones, al hacerlo, deberían permitir evaluar la respuesta emocional generada más allá de las valoraciones del nada, del bien o de la indignación.
El siguiente nivel de abstracción no es verificar qué emociones surgen ante qué, sino por qué. Y, más allá de la pretensión de racionalidad, el principio rigente de una vida dada a la intelectualidad es darle el lugar correspondiente al sistema límbico.
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