Hay, tal vez, una línea muy tenue entre ser parte de un grupo etario con la característica primordial de tener a disposición los años propios de una juventud fresca y lozana y ser parte de este otro grupo que se coloca las gafas del adultocentrismo para estudiar milimétricamente las actitudes juveniles pensando que es parte y juez cuando eso ya es un engaño. Una escenificación de este tipo pasa cuando, con las gafas puestas, se invade el mundo TikTok.
TikTok es una aplicación pensada para jóvenes (adolescentes y adolescentes tardíos) que cobró una especial vigencia durante este año con el fenómeno del covid-19. Pero, a ver, popular ya era. Sin embargo, con la incertidumbre que trajo consigo la pandemia y, por consiguiente, el efecto FOMO (fear of missing out), las redes sociales fueron exprimidas en su totalidad, lo suficiente para que el mundo (en relativas cuentas geográficas) volteara a ver TikTok. Y el primer efecto ante ese nuevo descubrimiento fue uno de cringe, término que coloquialmente podría ser traducido como ñáñaras.
La aplicación es una convulsión, cierto: el contenido surge y surge sin que parezca tener algún final. Al mismo tiempo, el algoritmo está poniendo a prueba los gustos del usuario. Eso explica que, para cualquier excursionista principiante de esta red social, TikTok sea confuso, impredecible, hasta desbordante. No obstante, cuando deviene la adaptación, es una oportunidad para corroborar sospechas sobre la tecnología y la socialización, si es que alguien las tenía.
Con el uso de las tecnologías, la globalización y el acceso a la información en Internet, parte de la apropiación del mundo por generaciones más jóvenes e inmediatas de alguna manera termina considerándose extraña y alienante. Sin embargo, el proceso es el mismo: reunir conocimientos necesarios para estar y ser en el mundo, aunque las formas de hacerlo para una y otra generación han cambiado radicalmente en poco tiempo, es decir, nunca son las mismas. El ejemplo para este punto es ese meme, popular en Internet hace un par de años, sobre millennials descubriendo cosas. Con TikTok esto también sucede: las nuevas generaciones, en efecto, descubren cosas.
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Poniéndolo en argumentación teórica, Hannah Arendt explicaría este descubrir cosas como la ruptura de la tradición. En términos simplificados, la ruptura de la tradición sería la discontinuidad de asignar una autoridad del saber. En parte, conduciría a no saber quién sabe y a no saber quién sabe qué. Con la nueva era, la autoridad del saber es relativa. La relatividad es el concepto favorito de la posmodernidad, se sabe. Pero, desde mi idealismo más profundo, la ruptura de la tradición es necesaria porque hace del conocimiento una construcción colectiva, cíclica, en algunos casos crítica y en otros innovadora, aunque haga del mundo un lugar confuso, impredecible, hasta desbordante.
La plataforma de TikTok es, al final y con todo, una plataforma de divulgación de conocimiento que hace referencia al mundo actual. Se puede cuestionar su veracidad, pero la información se muestra en un formato sintético, didáctico, que hace uso del humor y convierte el conocimiento en contenido digerible. Y es que en la aplicación se muestra desde cómo realizar una tarea escolar hasta cómo interponer cuestionamientos políticos desde todas las posturas. Claramente hay aristas que cuestionar (por ejemplo, cómo se legitima internamente el conocimiento en la aplicación). Y generalmente esa legitimización se relaciona con el efecto halo, que hace posible la expansión del conocimiento por características específicas de quién comunica. Podría colocarse entre paréntesis que existe una hegemonía de la apariencia. Aun así, los comunicadores nucleares de la plataforma suelen ser representativos.
En fin, cada generación nos muestra una nueva forma de apropiarse del mundo. Ya desde la tecnología, ya desde plataformas como YouTube, Twitter y ahora TikTok, presenciamos esa apropiación, incluso la cuestionamos, en vivo y en directo.
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