Tiene un cuello larguísimo con el cual se quiere representar la elaboración del pensamiento, que tiene su origen en el corazón y debe llegar hasta la cabeza. De ese modo, cuanto más largo es el cuello, más sopesados son nuestros pensamientos y, por tanto, más refinados.
En esta era de la posverdad, el Gutenmesch se parecería más a un perico. Con el cuello cuto, apenas si damos espacio a la razón. Las emociones nos dominan. Fácilmente nos dejamos llevar por el miedo, el odio o el amor antes que por cifras, datos, argumentos, e historia.
Nuestra fuente de información masiva son los medios de comunicación, que muchas veces se prestan a este juego de emociones y nos inundan de mitos y leyendas que convierten a unos en santos y a otros en demonios. La ligereza de esta información cae en tierra fértil, gente con poco nivel educativo, poco formada en el debate y con poco desarrollo del pensamiento analítico.
Cuando mi hija estuvo en el sistema educativo estadounidense, le enseñaron a preparase para debatir. El debate es algo serio y requiere elaboración. A los chicos les definían un tema controversial y los agrupaban en dos bandos, unos a favor y otros en contra. Todos tenían una o dos semanas para investigar, elaborar sus argumentos y preparar los cuestionamientos para los oponentes.
En el colegio donde ella está ahora en Guatemala también promueven debates, solo que los chicos no se preparan con anticipación. La temática se define en el mismo momento en que comienza la discusión. Como no hay tiempo para la investigación, los debates se centran en prejuicios, emociones e información imprecisa. Los debates suelen ser más de percepciones y emociones que de argumentos y razones.
Nuestro sistema educativo no nos prepara para debatir y en muchos casos nos deforma, ya que nos hace creer que quien piensa diferente es nuestro enemigo. El debate no es debate de ideas, sino de personas. Se presume que las lealtades son con las personas, y no con las ideas. Los disidentes son castigados en público para que los otros reciban la lección. Algo así como cuando los bárbaros exhibían la cabeza del adversario como advertencia de lo que iba a suceder.
En Guatemala vivimos aturdidos en este ambiente sin razón. Los medios de comunicación masivos, en vez de brindar información veraz para que el lector se forme un juicio racional, más bien contribuyen a formar criterios simplistas que apelan a las emociones. Estamos cada vez peor, amenazan los titulares, aunque no se dignen a dar un solo dato. ¿Peor que cuándo? ¿Peor que quién? ¿Peor en qué? Y todos vociferamos alarmados. «¡Auxilio! ¡El cielo se cae!», gritamos como el pollito del cuento.
Como si esto no fuera suficientemente grave, ahora las redes sociales expanden el efecto de manera exponencial. Más desinformación o información falsa, más gente emitiendo criterio, más miedo, más odio, más de todo. En el ciberespacio todos sabemos de todo y todos opinamos como si fuéramos expertos. No leemos, si leemos no comprendemos y sin leer ni comprender opinamos. Nadie se para a sopesar sus pensamientos. Como pericos insultamos, acusamos y conspiramos.
Creo en la participación ciudadana y creo que ejercer ciudadanía pasa por emitir opinión, por asumir posición. Quizá solo debemos estirar el pescuezo y dejar que nuestros pensamientos maduren un poco, que dejen de ser pura emoción y tengan más fundamento, más análisis. Dejar de ser el Gutenmesch de cuello cuto.
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