El malestar de la invisibilización
El malestar de la invisibilización
Discutir «lo culto» desde el mundo de las mujeres de color como nosotras, implica penetrar espacios de reflexión que nos han orillado por siglos a creer que así se dice, que así se piensa, que así se vive. Y que invisibilización, discriminación y prejuicio son efectos normales del idioma. La reflexión de lo culto como categoría en los manuales de lenguaje inclusivo hoy, se relaciona con dos efectos, los de la colonialidad del ser y el saber, produciendo distintos modos de borrar las marcas de género, clase, sexualidad y origen étnico.
En los últimos años aparece recurrente en los medios de comunicación una discusión en diversos tonos sobre el asunto del lenguaje inclusivo, unos para rechazarlo, otros para argumentar a favor, pero también para ponerse a dudar hasta dónde le haremos daño al tan apreciado lenguaje culto, en el que creemos pensamos, hablamos y escribimos. Queremos creer que somos cultos o cultas si usamos un lenguaje que nos han dicho es «culto».
Lo que sí es cierto es que los idiomas van cambiando con el paso del tiempo. Solemos escuchar en tono a veces hasta de burla, que estamos usando palabras que ya nadie entiende, «palabras viejas o antiguas».
A veces los muy jóvenes nos replican con cierta sorna, que así ya no se dice. Como ellos ya no lo usan porque no lo conocen, pareciera que aquello nunca existió. Pero el punto es que el lenguaje es un animal camaleónico, en continua transformación y cambios. Entonces si le añadimos modificaciones a propósito por cuestiones de política, de perspectiva de género, o porque estamos cansadas de no ser mencionadas, se arma un «tiquismiquis», con los protectores del lenguaje culto.
El punto central de la discusión es que hay un malestar permanente por el asunto de la invisibilización, el lenguaje peyorativo, y los excesos de un lenguaje, que queriendo ser muy culto, resulta bastante excluyente para distintos y variados grupos sociales, que están cansados de ser ignorados, no nombrados y de permanecer en la sombra lingüística al no tener existencia social.
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El que se continúe insistiendo en nombrarnos a todas dentro del uso del masculino, pues naturalmente, no parece hacerle daño mortal a nadie. Pero sí produce un persistente malestar social y político. Y cuando queriendo hacer gracia, porque solemos resolver el asunto que es de dignidad con la sorna, y utilizamos palabras peyorativas para nombrar o llamar a las sexualidades disidentes con palabras ofensivas, que han estado aceptadas socialmente, ¿qué pasa? A las personas de hace algunas décadas les puede haber producido mucha gracia, pero a una buena parte de la población hoy con mayor conciencia de género, le puede hasta caer mal, y obviamente se producen reacciones dentro del mismo lenguaje, para evidenciarlo.
Una de esas reacciones es utilizar hasta el hartazgo las dos formas del género: ellas/ellos, estas/estos, los/las, y así hasta el cansancio. Y hoy para el dolor de los puristas, usamos otras formas todavía más atrevidas y excéntricas para neutralizar el uso de las dos formas del masculino y femenino en una sola oración, y aparece el «todes», que a mis abuelitos (entiéndase hombres y mujeres) les levantaría las cejas si estuvieran vivos.
Discutir sobre el lenguaje inclusivo es más bien de uso frecuente hoy en los círculos académicos y educativos, pero también a nivel social en distintas dosis, dependiendo. Los debates se hicieron más visibles hacia la década del 90 del siglo XX, que es un momento histórico de las demandas de igualdad de género y de oportunidades desde el mundo de las mujeres. Allí se pelearon espacios de discusión y se hicieron las primeras conferencias para ir buscando soluciones, no sobre el lenguaje, sino en otros renglones críticos de la desigualdad donde nos encontrábamos las mujeres en el mundo.
Antes de discutir por el asunto del lenguaje, tuvimos que bregar en luchas intestinas y viscerales, por la igualdad de derechos en el trabajo, la falta de oportunidades de acceder a la educación superior, las continuas opresiones y abusos desde el espacio doméstico, etcétera.
Es evidente que antes del lenguaje inclusivo la labor de las y los activistas por los derechos de las mujeres y otras minorías, estaba situado en otro tipo de discusiones que entroncan con el conflicto armado en varios países de Centroamérica. Había que resolver otros aspectos de las relaciones ocurridas entre hombres y mujeres, y esto sin tomar en cuenta las otras diversidades sexuales, que hoy ya están en las discusiones cotidianas relacionadas con el lenguaje inclusivo.
Por otro lado, en un lugar como Guatemala estaba pendiente el asunto de los pueblos originarios, que también recobran sus derechos a decir, nombrar y existir en la misma década pegados a las resoluciones a favor, que aparecerán durante la firma de la paz producida en 1996.
Los y las sujetas de pueblos originarios venían lentamente peleando sus derechos de existencia, los laborales, los identitarios, etcétera, desde décadas atrás. Precisamente entronca con el momento de emerger de los primeros escritores indígenas y sus primeros volúmenes escritos en español en la década del 60. Y tendrán más repercusiones a nivel legal después de 1996.
O sea, hoy al hablar de lenguaje inclusivo e insistir en agregarle la palabra «culto»al español como idioma oficial en un lugar como Guatemala y en otros países de Centroamérica con población indígena y afrodescendiente, produce de nuevo una exclusión más grave, al dejar afuera la alusión a los otros idiomas que se hablan en la región centroamericana, y que por siglos han sido descartados, considerados como «lenguas» o idiomas menores y en extinción.
Considero problemático ese mote de «culto» cuando hablamos de lenguaje inclusivo, que parece ser una tendencia de los famosos defensores del español. La pregunta crucial es ¿qué es un idioma culto? La respuesta que encuentro socialmente es que se refieren al qué hablan las élites, y no «el pueblo».
Se trata de un idioma que está dependiente todavía de cánones lingüísticos que vienen desde Europa.
Hoy, el espacio epistémico que nos da reglas es la Academia de la Lengua Española, que tiene sus representantes en el país. Aquí hay una Academia de la Lengua Española, que según entiendo ha ido aceptando buena cantidad de miembros académicos que seguramente consideran culto el idioma en el que escriben y desde donde hablan. Lo que esto quiere decir, es que ese «español culto» del que hablan los estudios de lenguaje inclusivo en Centroamérica, ya lo usan y lo escriben también los grupos que no proceden de las élites coloniales, sino que ha sido trasladado o transmitido hacia otras capas sociales del país. Como lo prueba la existencia de una buena cantidad de intelectuales de capas medias ascendentes en los anales de las academias de la lengua en diversos países de Centroamérica.
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¿Cómo leemos o entendemos a esa nueva clase académica, que promueve un español al que denomina culto? ¿El concepto de lo culto en el español que se escribe ha cambiado o se ha modificado al ser trasladado a capas sociales ascendentes que desde olvidados espacios regionales y marginales, ahora trabajan la pureza del español? No sé si es un error o no, pero supongo que cuando el «español culto», con sus reglas y toda su aparato retórico, se ha entronizado en capas sociales medias y de origen regional, hay un mayor rechazo hacia aquellas personas que no lo piensan, no lo hablan y no lo escriben, que será la mayoría de la población y no digamos la población considerada vulnerable económica y socialmente, sin tanto acceso a la educación formal.
Sabemos ya que los manuales de lenguaje inclusivo aluden no solo al género de las palabras, también están indagando sobre las formas peyorativas en que se ha tratado a los grupos populares, marginales y subalternos. Lo cual es un acierto. Ya que el uso de ese lenguaje peyorativo sobre las minorías del pasado, mujeres, nuevas sexualidades, personas en pobreza extrema, sujetos/as orillados al escarnio, personas que se dedican a labores que son consideradas denigrantes, como los recogedores de basura de los camiones, los/las trabajadoras de comida emergente apostados en las calles, los y las trabajadoras domésticas, etcétera, van de alguna forma siendo nombrados/as por un lenguaje que tiene estrecha vinculación y se cruza con asuntos de género, sociales, de origen, de edad y otros que aparecen en las carpetas del lenguaje inclusivo en la actualidad.
De estereotipos y genealogías
He notado por otro lado y por alusión, que existe a nivel educativo una fuerte incidencia del lenguaje que denigra a los y las profesoras, dependiendo de su nivel educativo, pero también de su clase social y de su origen étnico, que se encuentra en uso actualmente, dependiendo de los avances del lenguaje inclusivo en el país.
Asimismo, en los distintos ambientes de trabajo donde he laborado, la forma en que se expresan de los/las docentes me hace reflexionar acerca de lo culto. Porque aún se encuentra afincado en el imaginario social y colectivo, la idea de que en un pasado que ha quedado bastante lejos, los profesores empíricos regularmente eran mujeres, por un lado, y por el otro eran parte ideológicamente de un linaje que venía amarrado a las tutorías de niños y niñas de las élites, que se realizaban en sus propias casas.
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Llevando a estas tutoras a hacer el papel de la enseñanza del idioma nacional y oficial, pero también podían ser obligadas a la enseñanza de otros menesteres, como lo muestra un libro de 1927 en Brasil de Mário de Andrade, titulado: Amar, verbo intransitivo, donde las tutoras eran europeas, porque las enseñanzas de tipo sexual, para los hijos de los señores de la casa grande, tenían que proceder de personas cultas que hablaran idiomas extranjeros, que por supuesto también se les enseñaba a los herederos.
Estas exigencias se cruzaban con asuntos de origen étnico, clase social y de género. No es el único vestigio que se encuentra a través de la literatura y el arte respecto a este asunto de las tutoras durante el siglo XIX en Latinoamérica. Es evidente que se realizaron prácticas similares en otros lugares del mundo, donde las familias coloniales desplegaron su poder, y abarcaron el asunto del idioma culto del que he comentado en este espacio.
Sin embargo, esto de las tutoras sexuales, cultas y estudiadas para los hijos de las élites latinoamericanas, también ha tenido secuelas, en el trato peyorativo sobre los docentes en la actualidad, porque como la colonialidad solo ha asumido nuevos rostros, las ideologías con las cuales se percibe a quienes enseñan a los hijos de personas con altos recursos económicos durante el siglo XXI, se replican en el uso del lenguaje, ya no en las prácticas sobre los cuerpos, pero sí en una forma de comprender desde las ideologías colonialistas a estos sujetos/as dedicados a la enseñanza en la actualidad.
Me parece que una de las discusiones álgidas del momento es esto del lenguaje culto. Hacer manuales de uso para lenguaje inclusivo en un lugar como Guatemala, debe de tomar en cuenta otros factores que todavía no veo contemplados en los manuales revisados.
En el caso de Guatemala donde los idiomas de pueblos originarios han marcado el idioma español que hablamos todos, dependiendo del lugar donde lo hayamos aprendido, requiere revisar los estudios que han hecho los lingüistas mayas para poder definir o redefinir el término de «culto» y desplazar este concepto hacia otro lugar epistémico. Es a todas luces evidente, que no podemos seguir considerando el idioma con todo y las normas, enviado desde Europa, para construir manuales de uso inclusivo.
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Hace falta revisar otros renglones. Por ejemplo, las variantes del español hablado y escrito, dependiendo de la región. Esto significa que nos hacen falta estudios sobre el tema desde la lingüística y la filología, esto a nivel de lo que vamos a entender como el idioma marcadamente estándar que estamos usando en Guatemala para escribir dentro de la academia o creativamente.
Respecto a los otros factores que abarca el lenguaje inclusivo, como el de fuertes términos peyorativos encontrados en libros de historia, de literatura, de filosofía, de arte y otros, sí tendríamos que ir proponiendo cambios, porque estos términos están cruzados por clase social, por diversidad de género, por fuertes invisibilizaciones, en que se ha incurrido al obviar lingüísticamente a partes de la población, cuyas exclusiones están dependiendo de factores que no están relacionados con las categorías de las nuevas identidades, sino manejadas por una ideología lingüística que se esconde en lo del lenguaje culto, para no abrir el espectro de inclusión que se propone desde lo social, político y cultural en el siglo XXI.
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