Guatemala tiene una población que rebasa los 17 millones, con proporción equilibrada entre mujeres y hombres. Si elevamos la referencia al ámbito mundial, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 50.5 % es masculino, y el 49.5 %, femenino. Con las excepciones propias de las características de cada país, el planeta muestra paridad de sexos.
Bien sabemos que más allá de los números en cuanto a habitantes, las relaciones hombre-mujer han sido desiguales. En el presente se cosecha avances derivados de la evolución del pensamiento, aunque a lo largo del recorrido histórico las mujeres han pasado por diferentes agresiones promovidas por las visiones machistas y patriarcales.
Lograr el consentimiento del padre o el cónyuge para estudiar, sufrir la mutilación de genitales, no ocupar un cargo gubernamental o afrontar los embates del analfabetismo son, entre otras, manifestaciones que se suscitan en pleno siglo XXI. Hoy, por ejemplo, está en primer plano el deceso de la iraní Mahsa Amini, vejada por la «Policía de la moral» por «no vestir como dicta la norma».
[frasepzp1]
El derecho a la educación, al voto, al trabajo remunerado y otras conquistas de las mujeres han sido resultado de movimientos de reivindicación. En la actualidad, una de las luchas se centra en el lenguaje, el que por lo general privilegia al hombre, mientras desaparece, reduce o estigmatiza a la mujer. Peor aún, hay situaciones en que la burla se desata contra la búsqueda de inclusión.
Hablar de lenguaje es aludir una acción dinámica y cambiante. De hecho, expresiones que antes eran prohibidas o erróneas, ahora son admitidas. Hoy, la amplitud de la inclusión motiva que surjan corrientes que no comparten la clasificación binaria, postura que crece y se profundiza. Sin lugar a dudas, tomará tiempo para que se debata, asimile y consiga posicionarse.
Y es que apenas transitamos en cómo el lenguaje discrimina a la mujer y a pesar de ello, desde la Real Academia Española se afirma que no hay marginación sino economía de palabras. Al respecto, dicho órgano, y quienes comparten ese planeamiento, ven correcto que en una concentración de hombres y mujeres se diga: «bienvenidos», «los estudiantes o los docentes», «los jueces», etcétera.
Siempre es pertinente mencionar que debieron transcurrir 265 años para que la RAE recibiera en su seno a la primera académica de número, la poeta Carmen Conde Abellán, quien ingresó en 1978, y después de ella solo han obtenido boleto de admisión once mujeres, y, en contraposición, la presencia masculina suma cinco centenas.
Vale indicar que la palabra género considera tres instancias: nivel gramatical, construcción sociocultural y rasgo biológico definido como sexo. Cuando la RAE empezó a caminar se trazó «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza», y con el paso de los años se ha dedicado a «velar porque los cambios en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad en todo el ámbito hispánico».
Desde la perspectiva morfológica, el uso de la x o el símbolo @ son inconsistentes y vulneran la estructura de las palabras, en tanto que los sustantivos «niños», «todos» o el artículo «los», de ninguna manera son integradores ni incluyen a ellos y ellas; esa argumentación oculta realidades. Por eso, a quien se inicia en la transición o evolución recomiendo expresiones como «ciudadanía», «pueblo», «estudiantado», «doy la bienvenida», «niñez», entre otras que sí son incluyentes.
Más de este autor