La penúltima semana de 2021 trajo para el mundo hispanohablante la ingrata, desagradable y lamentable noticia de que la Real Academia de la Lengua Española (RAE) aceptaba el uso de “aperturar”. Con esta acción, siguió bajando los niveles de exigencia en las reglas del idioma, pero se cuidó de anunciar la “mala nueva” el 22 de diciembre, pues de haberlo hecho el 28, se hubiera pensado en una broma con motivo del Día de los Inocentes.
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Como acostumbra, el ente rector quita tildes, amplía el vocabulario y modifica disposiciones basándose en un criterio ambivalente, ya que argumenta responder a tendencias populares; sin embargo, su práctica es inconsistente. “Aperturar” y el lenguaje inclusivo son ejemplos. Al primero, hasta hace poco lo consideraba un “neologismo innecesario” y recomendaba evitar su utilización. Rechaza al segundo “porque altera la economía del idioma”.
“Aperturar” irrumpió por iniciativa de los bancos, en cuyo seno algún/a “genio” tuvo la ocurrencia de reemplazar a abrir. Es muy probable que alguien le haya visto un poder seductor o encanto mercadológico. De hecho, al incorporarlo en el diccionario, la RAE dejó anotado: “Aperturar: verbo transitivo, abrir algo, especialmente una cuenta bancaria”.
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Sin duda, el límite será ignorado por funcionarios, como los de salud pública que insistirán con “se han aperturado más centros de vacunación”.
En el Congreso “aperturarán la sesión”, en actos oficiales “aperturarán la ceremonia”, más de uno/a dirá: “apertura la ventana” y, en fin, reinará el sonido y la escritura de un bodrio, expresión que en su cuarta acepción alude a: “cosa mal hecha, desordenada o de mal gusto”.
Vale señalar que las y los poetas, y quienes cuidan el idioma en forma y fondo, no caerán en la moda y respetarán al antañón pero efectivo “abrir”. Gracias a ello, por ejemplo, cantaremos: “…Sé/ que las ventanas se pueden abrir/ Cambiar el aire depende de ti/…”; “…pero me queda tanto por decir/ tanta puerta por cerrar/ tanta puerta por abrir…”; “…Vas a poder abrir tu corazón/ Mirarlo todo/ Quedarte con vos/ Vas a poder abrir tu corazón…”. Es obvio que las interpretaciones de Diego Torres, Antonio Carmona y Louta, no cautivarían si en sus letras llevaran “aperturar”.
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Por cierto, el escritor venezolano Luis Barrera Linares, de la Academia de su país y de la RAE, manifestó: “Con plomo en el ala ingresa aperturar en el Diccionario de la Lengua Española”, comentario que patentiza desaprobación al ajuste.
También es oportuno resaltar que la institución no cambia su visión machista ni la inclinación a tender alfombra roja a incorrecciones con la justificación de que solo abraza la popularidad de una palabra. En esa línea, no tardará en aplaudir los “más sin embargo”, “iniciar a”, “preveen” …; tolerará los vicios de dicción, de construcción y los semánticos.
Es importante mencionar que los idiomas son cambiantes, evolucionan y, por supuesto, corresponden a patrones sociales, fortalezas que han propiciado su desarrollo. Como en toda actividad humana, las reglas, entendidas como aquello que ha de cumplirse por estar convenido en una colectividad, son esenciales.
En el caso del español, son muchas y a veces confusas; sin embargo, coadyuvan a cumplir una comunicación clara, precisa y efectiva. En ese marco, en lugar de variantes antojadizas, la RAE debería motivar deliberaciones y reflexiones profundas, como las que merece el lenguaje inclusivo.
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Y es que después de “aperturar”, la RAE no está lejos de avalar neologismos como los que fluyen en las dominantes y arbitrarias redes sociales. Permitirá “Lol” en vez de “reír a carcajadas”; igual, “OMG”, para sustituir ¡Oh, Dios mío!, aunque quienes lo hagan no sabrán si “reír” lleva tilde o no, ni conocerán el uso adecuado de los signos del español; y, tal vez, del primer acrónimo, que surge de Laughing out loud.
Como a la Real Academia le interesa la economía del lenguaje, respaldará: TKM o “Te kiero mil” y “olis”, entre otras deformaciones de actualidad que restan identidad a nuestro idioma.
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