Durante muchos años esperaba con ansias las vacaciones o cualquier feriado largo para visitar a mis abuelos. Ir al pueblo era encantador. Era tener esa sensación de libertad, de gozar de realizar actividades que no se pueden hacer en una ciudad. Ayudar a cuidar ganado, tomar leche “al pie de la vaca”, probar comida distinta, pero sobre todo, pasear por todo el pueblo. Recorrer sus calles y platicar con conocidos y familiares. En ese entonces acostarse un poco tarde era toda una proeza, era un disfrute, un gozo. Ir de caza, acompañar la tapisca, la recogida del trigo, dejar la leche en Xelac y comer tunas sin espinarse era parte de lo que se hacía todos los días.
Recordaré de manera muy sentida el afecto de las personas, de los familiares a los que se veía unas dos o tres veces por año. Las fiestas de Semana Santa, las fiestas de la Santa Cruz, la grandes fiestas de agosto para celebrar al patrón del pueblo (San Luis Rey de Francia), el día de los santos, el día del diablo… en fin, cualquier momento era propicio para regresar a los orígenes. Pero también recordaré algo que me quedó muy marcado para siempre: saludar a todas las personas que se cruzaban por mi camino: “Buenas noches” o “buenos días”, era parte de la dinámica cotidiana de cualquier salcajeño. Todo mundo se conoce, todo mundo sabe quién es quién, aún cuando seas fuereño eres reconocido, especialmente si tus raíces son de ahí, como era mi caso, ya que mis padres son de Salcajá.
Conocí a mucha gente y con el tiempo olvidé a muchos. Llegados los años de juventud los destinos vacacionales cambiaron, o simplemente ya no había vacaciones. Una situación familiar me hizo retardar más las visitas al pueblo. Ya no tenían sentido ir. No obstante, siempre he guardado muy buenos recuerdos de esa localidad, pero sobre todo siempre he guardado admiración por las cosas que se suceden ahí. Es un pueblo en donde todos tienen apodo, ya sea personal o parte de un apodo familiar. Muchos tienen historias que forman parte de su vida. De hecho basta recordar una historia para recordar a su protagonista.
La situación económica obligó a muchos a dejar su tierra y buscar el sueño americano. Hoy no existe alguien en el pueblo que no tenga parientes en los Estados Unidos. Los Ángeles, Chicago, Trenton y Maryland se han convertido en unos de los principales destinos en donde existen grandes contingentes de salcajeños, quienes han dejado el cuerpo y el alma en sus trabajos para enviar dinero a sus parientes. Eso se nota, Salcajá es uno de los pueblos que se reconfiguró gracias a las remesas. Su arquitectura es indescriptible, es rara, hay de todo. Muchos quisieron llenar las necesidades básicas de una vivienda, otros han querido demostrar opulencia. Al final, todos a su manera son felices con lo que tienen.
Otro de los rasgos culturales del pueblo es la defensa a ultranza de sus costumbres y de ellos mismos. Desde hace muchos años instauraron un sistema de vigilancia nocturna debido a problemas de violencia que fueron enfrentando. La organización de estas juntas voluntarias ha ido mejorando incluso en recursos tecnológicos. En un pueblo en donde la mitad está en los Estados Unidos, conseguir medios de comunicación con tecnología de punta ha sido muy fácil. La lucha ha sido de todos, todos se han preocupado porque todo esté tranquilo y los jóvenes y los niños puedan crecer en un ambiente sano, al menos mientras están dentro de los límites de la localidad. No obstante, no contaban con que tendrían que enfrentar una situación que se vive en todo el país: el narcotráfico y el crimen organizado. La matanza de los agentes policiacos en sus propias narices los puso a pensar. Es más, los puso a temblar.
La tranquilidad se resquebrajó. A pesar de que ahora atiborren de policías o militares, las calles no volverán a ser las mismas especialmente cuando hay evidencia de que tanto ellos, como las fuerzas de seguridad son insuficientes para enfrentar este enemigo. Al frío, la amabilidad, la calidez y la exquisitez del caldo de frutas, ahora se suma el sobresalto en Salcajá. Ojalá que algunos hayan tomado agua de cenizas para el susto.
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