Si se considera que la salud mental no es una condición individual (interna), sino resultado de las relaciones de las personas y los grupos con su contexto, las condiciones en las que se desarrollan las elecciones implican un efecto en esas relaciones. Al menos en una parte significativa: en la posibilidad de participar, opinar y ser representado en la esfera política, donde se realizan acciones y decisiones que al final nos implican y afectan. Más allá de las categorías psicopatológicas, las elecciones en estas condiciones, son un síntoma y a la vez reproducen la anomia, la pasividad, el malestar. Como se advierte, no es solo un problema individual, sino colectivo.
En lugar de ser una expresión de la voluntad popular, supone una trampa de la que más o menos somos conscientes. Hay una «institucionalización» del engaño y de la mentira, lo cual afecta las posibilidades de participación e interlocución de las personas en la política. Hay límites sistemáticos y estructurales a la participación. Lo vemos claramente con la eliminación de distintas figuras que podrían representar una alternativa: Thelma Cabrera, Jordán Rodas, Juan Francisco Solórzano Foppa. Desde 2019 se impidió la participación de Thelma Aldana, lo que reduce la posibilidad de elegir y ser electos.
Como se sabe con certeza desde CICIG, las campañas políticas están financiadas de manera ilegal e ilegítima lo que introduce otra distorsión sistemática. Las relaciones con el poder oligárquico, con el narcotráfico con otras fuentes de financiamiento, también hacen las elecciones un negocio turbio.
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Otro elemento adicional: las campañas políticas como expresión de la mentira y el mal gusto: entacuchados, ensombrerados y modelos, sin mensaje de fondo y con frases o poses sin sentido. Hay ejemplos por doquier. Uno solo de ellos como muestra: la campaña del actual alcalde de Mixco. Lo presenta en distintas poses y disfraces. Con cierta astucia, hay que reconocerlo, su campaña se adelantó a sus posibles detractores, al colocar imágenes de su pelea con Tres Quiebres y decir que «se revienta la cara por Mixco».
¿Qué dice de nosotros y de nuestra construcción relacional el aguantar, hacer como que creemos e incluso participar en este fraude sistemático? Evidentemente hay elementos de racionalidad en la creencia de la democracia. Hay esperanzas relativas a un posible cambio. Incluso, hemos interiorizado la práctica de votación y lo que conlleva. Pero estas condiciones y los resultados que vemos, niegan las posibles expectativas de un cambio.
El tema es que hay poca credibilidad frente al sistema electoral, pero se tolera. El descontento que se genera no da para una mayor organización. También se vuelve un asunto privado, de «expresión» en las redes sociales y no de otro tipo de acciones que podrían incidir en esta situación. El malestar generado es un malestar tolerado, que no llega a producir una reacción más fuerte.
Las contradicciones en torno a las elecciones confirman y reproducen nuestro malestar. Votar, no votar, votar nulo, participar o no participar. La elección, evidentemente, es personal. Pero las soluciones de fondo no. Son colectivas.
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