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Heidy Semeya, 20, auxiliar de enfermería del área Covid19 del Hospital Nacional de Chimaltenango, en la sede de la instalación. Franco Aju

Enfermera: el trabajo más duro y menos valorado en la batalla contra el COVID19

Los auxiliares de enfermería que trabajan en las áreas COVID carecen del derecho a vacaciones o a ningún otro tipo de prestación
"Me siento triste por todas las injusticias que se cometieron con nosotros"
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Enfermera: el trabajo más duro y menos valorado en la batalla contra el COVID19

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De los 32 enfermeros que atienden pacientes con esta enfermedad en el Hospital Nacional de Chimaltenango, 20 son mujeres, casi todas kaqchikeles. Según varias entrevistas, el personal de enfermería vive las peores condiciones laborales: sus horarios son extensos, sus salarios son muy bajos y una gran parte no goza de prestaciones. A finales de septiembre un grupo de enfermeros realizó una manifestación en la plaza de la Constitución para exigir mejoras laborales, entre ellas, el cambio de plazas temporales a plazas permanentes.

De origen campesino, Heidy Semeya es una de las jóvenes enfermeras kaqchikeles que laboran en el área de COVID19 del Hospital Nacional de Chimaltenango. Aunque su salario es bajo y las condiciones laborales son precarias, se considera bendecida por realizar este trabajo.

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Con 18 años, Heidy se graduó a fines de 2019 como auxiliar de enfermería del Instituto Básico de Salud de Chimaltenango. Desde niña soñaba con estudiar enfermería, carrera muy común en su pueblo, Comalapa: “Nos conocen como epicentro de la enfermería”, dice orgullosa y comenta que una docena de buses transportan diariamente a enfermeros comalapenses hacia la capital, Antigua Guatemala y Chimaltenango.

Poco después de graduarse empezó a buscar trabajo. “Estaba emocionada, fui a varios hospitales privados de la capital, pero en ninguno me llamaron, y me desesperé”, recuerda. Como última opción aplicó a las plazas temporales abiertas por el Hospital Nacional de Chimaltenango para trabajar en el área de COVID-19. Cuando la convocaron se sintió feliz: “Fue mi primer trabajo, jamás pensé que la pandemia iba a llegar y me iba a cambiar la vida”, dice.

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Durante los primeros meses, el trabajo no era muy duro porque los pocos pacientes que recibían eran trasladados rápidamente a los “hospitales COVID” de Villa Nueva o el Parque de la Industria. Sin embargo, con el ascenso de casos, estas instituciones dejaron de recibir pacientes y el Hospital Nacional de Chimaltenango se vio obligado a crear su propia área COVID19.

 

Situación laboral en el Hospital San Juan de Dios durante 2021

Plazas laborales en el Hospital

Hombres

Mujeres

Plazas permanentes en general

641 (33.02%)

1,300 (66.98%)

Plazas temporales en general

906 (43.31%)

1,186 (56.69%)

Plazas COVID

34 (49.27%)

35 (50.73)%

Fuente: Unidad de información pública, Hospital San Juan de Dios, 4 de octubre de 2021

 

Al inicio de 2020 recibieron entre dos y tres pacientes diarios, después de la Semana Santa de 2021 ingresaron entre 15 y 20. A inicios de septiembre sobrepasaron el 100 por ciento de su capacidad que es de 37 camas. Ante esta situación, el Hospital tuvo que transferir pacientes a los hospitales de La Antigua, Escuintla o Santa Lucía Cotzumalguapa. Durante octubre tuvieron un promedio de cinco pacientes y el 8 de noviembre por primera vez no hubo ninguno.

Para Heidy, el aumento de casos está ligado al descuido de las personas y a la permisividad de las autoridades ante las aglomeraciones: “Por donde pasa la feria, vienen casos”, comenta resignada.

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“Sufrimos demasiada discriminación”

El Hospital Nacional de Chimaltenango cuenta con seis médicos, de los cuales cinco son hombres, una es mujer y todos son ladinos. Además, hay tres jefes de enfermería y diez auxiliares de enfermería; la mayoría son mujeres kaqchikeles jóvenes. En cada turno de atención al COVID están presentes un médico, una jefa de enfermería y dos auxiliares de enfermería. Las jerarquías étnicas y de género dominantes en el país, se reproducen en la estructura del personal médico del hospital.

Los auxiliares de enfermería son quienes mantienen un contacto más constante y cercano con los pacientes, realizan las tareas más tediosas y tienen las peores condiciones laborales en términos de salarios, horario y estabilidad. Durante sus turnos de doce horas les corresponde administrar medicamentos a los pacientes, nebulizarlos, cargarlos, alimentarlos, cambiarles pañales, bañarlos y en algunos casos acompañarlos en su muerte.  Además, ocasionalmente fungen como traductores de kaqchikel a español y viceversa, entre médicos y pacientes. 

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Cada enfermera debería atender entre dos y tres pacientes, pero tiene entre seis y siete.

En 2020 Heidy hacía turnos de 24 horas, la mayor parte sola y como no tenía experiencia, se sentía muy insegura y temerosa de los regaños de sus superiores. También discriminada: “Los jefes no querían entrar al área COVID. Nadie quería entrar. Cuando necesitábamos un medicamento teníamos que ir a pedirlo y nos decían que traíamos el bicho. Lo mismo pasaba en la ambulancia que nos transportaba de Comalapa a Chimaltenango. Eso lo desmoralizaba a uno. Lloraba y me enfermé”, recuerda.

Esta situación cambió con el paso de los meses, ya que el personal médico de mayor rango perdió miedo al COVID19. Sin embargo, de acuerdo con Heidy la desvalorización de los auxiliares de enfermería es un problema latente justificado por sus pocos años de formación.

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Contratos temporales eternos 

Los auxiliares de enfermería que trabajan en las áreas COVID están contratados por el Ministerio de Salud y Asistencia Social (Mspas) bajo el renglón 182, que no otorga derecho a vacaciones ni a ningún otro tipo de prestación. Aunado a esto, reciben su pago con dos meses de retraso y la duración de su contrato es de tres meses con posibilidad de ser renovado.

Heidy ha estado trabajando bajo ese esquema desde mayo de 2020 y ya perdió la esperanza de obtener una plaza permanente: “No me veo en un 011 o en un 031”.  Tiene como espejo a colegas que llevan 18 años con contratos temporales. Tampoco imagina una mejora salarial: empezó ganando seis mil quetzales y ahora gana la mitad.

Varios de sus colegas han renunciado para moverse o intentar moverse a los “hospitales COVID” en los que el trabajo puede resultar más pesado, pero el salario es mucho más elevado. La diferencia es abismal. Este es el caso de la anterior jefa de enfermería, compalapense como Nancy. Ella renunció porque obtuvo un contrato en el Hospital del Parque de la Industria, donde gana 12,000 quetzales, mientras que en el Hospital Nacional de Chimaltenango recibía 4,000.

Sobre estos problemas, la directora del Hospital Nacional de Chimaltenango Claudia Betancourt, cuenta que pasó 16 años con un contrato temporal. Ella considera que por razones de “humanidad o por mérito” los contratos deberían formalizarse y tener una duración de al menos un año. Sin embargo, dicho cambio sólo puede realizarse desde el Mspas. Por otra parte, explica que las diferencias salariales entre hospitales se deben a las disposiciones de emergencia. Dentro del hospital que dirige, los salarios fueron reducidos porque se implementó una política de rotación que borró la distinción entre quienes trabajan en el área COVID y las demás áreas.

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“Ahora estoy tranquila, me siento bendecida en esta área”

En septiembre de 2020, el Hospital Nacional de Chimaltenango obtuvo una ampliación de 6 millones de quetzales destinados a la lucha contra el COVID19. Gracias a esto, se obtuvo equipo especializado (ventiladores y escafandras) y se contrató a más personal (enfermeras, terapistas respiratorios y un médico internista) aunque ha resultado casi imposible contratar médicos especialistas, pues tienden a despreciar el trabajo asociado al aérea COVID. Además, pese a estos logros, siguen escaseando medicamentos, equipo y personal, por lo que la directora está gestionando una nueva ampliación.

Por otra parte, se estableció un espacio de atención psicológica para los pacientes diagnosticados con COVID19 y se les permite hacer videollamadas con sus familiares. Además, los médicos cuentan con la opción de atenderse en el área de salud mental del hospital. Así lo dispuso la directora del Hospital, que es psiquiatra.

Heidy tiene la opción de pedir su traslado a un “área no COVID”, pero no piensa hacerlo porque ha ganado experiencia y considera que presta un servicio fundamental a la población: “Ahorita que estoy recordando todo, me siento triste por todas las injusticias que se cometieron con nosotros, pero me siento satisfecha porque estoy dando lo mejor de mí y aprendiendo. Seguimos en la lucha hasta que todo se normalice o que podamos respirar, ahora estoy tranquila, me siento bendecida en esta área. Cada vez que damos egresos es una satisfacción. Un dios te bendiga es mucho para mí”.

Por ahora, espera con ansias su día libre, cuando puede acudir a la iglesia, tejer, salir a caminar, ver una película, revisar sus redes sociales o simplemente convivir con sus padres.

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