Cierren filas tras el electo, minimicen los cuestionamientos, defiendan hasta lo indefendible, levanten la percepción de que el seleccionado tiene los atributos para sacar al país de la crisis en la que nos metió OPM y su camarilla, digan que hay que dar tiempo al tiempo y voto de confianza, no castiguemos antes de que tome posesión y toda una ensarta de mensajes apaciguadores, consecuentes con los rasgos que las mismas elecciones arrojaron como muestra de la llamada cultura política...
Cierren filas tras el electo, minimicen los cuestionamientos, defiendan hasta lo indefendible, levanten la percepción de que el seleccionado tiene los atributos para sacar al país de la crisis en la que nos metió OPM y su camarilla, digan que hay que dar tiempo al tiempo y voto de confianza, no castiguemos antes de que tome posesión y toda una ensarta de mensajes apaciguadores, consecuentes con los rasgos que las mismas elecciones arrojaron como muestra de la llamada cultura política de los guatemaltecos.
Esos mismos actores también tienden la mano para ponerse a las órdenes como bastiones, operadores o simplemente alfombras para que Morales los tome en cuenta para servir o, mejor dicho, servirse de la administración pública en puestos clave. Llevan debajo del brazo un montón de propuestas, fórmulas para combatir la corrupción y convertir en eficientes las instituciones públicas, cargadas de lo contrario. Se ofrecen como los operadores de cabecera, como conocedores de los arreglos y nudos, por lo que quieren verse como los imprescindibles. Resulta evidente que, más que un juego de mercaderes, por detrás ya se pactó lo suficiente para que en concreto pasen a integrar sitios estratégicos. No por gusto, ahora que se anunció la desarticulación de la red de corrupción Negociantes de Salud, dirigida por Gustavo Alejos y proveedores de medicinas, esos mismos representantes de la complacencia plantean la privatización total o parcial del IGSS como opciones para el futuro de la institución. La coyuntura se presenta como el momento para la embestida deseable, para lo cual convencer al próximo huésped de la casa presidencial representa una meta intermedia, ya que los acuerdos de las ligas mayores seguramente están suficientemente aceitados.
Mientras ellos llevan a cabo su labor de servilismo, protección y lavacaras, nos enfrascamos tontamente en ver solamente la cara visible de este nuevo capítulo de profundas vergüenzas. Ver lo que haga, diga o deje de decir el nuevo mandatario es un distractor. De algo sirve, pero no de mucho. Insistir en el conocimiento de su gabinete representa, hasta cierto punto, un reflejo del amarillismo para comenzar a repasar si el ministro es merecedor de semejante nombramiento. Pero podemos confundir los personajes con la trama: los primeros son los instrumentos de lo segundo. El presidente no es lo importante. Lo relevante es ver a qué y a quiénes responde y para qué fue nombrado (ojo, que el acto de elección es una creación asistida), conocer los factores que propician la rearticulación de quienes conducirán otro episodio que apunta a fallido.
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