Veíamos en imágenes las múltiples expresiones de solidaridad y de voluntarismo que aparentemente solo suceden ante hechos críticos e inesperados. Pero también lo apreciamos durante las pasadas manifestaciones contra la corrupción en Guatemala, donde las personas se transforman de simple espectadoras a ciudadanas activas.
Vimos así las fotos de niños repartiendo bocadillos y agua a los agentes de seguridad que resguardaban el Congreso de la República, el Palacio Nacional y otros edificios en la provincia. A la vez, voluntarios que también brindaban botellas de agua a los campesinos e indígenas que venían dentro del grupo del Codeca el día del paro nacional. Desde México se compartían, por medio de las redes sociales, escenas de decenas de imágenes de voluntarios con los puños enarbolados en signo de silencio a fin de rescatar más víctimas, pero que en su conjunto parecían más bien un pronunciamiento contra la arbitrariedad y la crueldad de la naturaleza. Y circula también la foto de una persona en silla de ruedas ayudando a remover infatigablemente los escombros de uno de los tantos edificios que colapsaron como naipes.
Las imágenes de solidaridad y las voces del terror no se hacen esperar más en esta era de la tecnología, que nos transmite instantáneamente, minutos después, la dimensión apoteósica de los acontecimientos. Lo que antes la prensa escrita —e incluso la televisión— tardaba días, si no semanas, en recabar, hoy las redes sociales lo diseminan inmediatamente, sin que medien reporteros gráficos especializados.
La coincidencia de los terremotos en México el martes pasado, el mismo día del trigésimo segundo aniversario del ocurrido en 1985, me recordó el libro Nada, nadie. Las voces del temblor, de la periodista y escritora Elena Poniatowska. Después de ese otro fatídico 19 de septiembre, la reconocida escritora mexicana se dio a la tarea casi catártica de recabar cientos de historias desgarradoras de los capitalinos que sufrieron el embate del terremoto.
En su obra, Poniatowska también utiliza los testimonios para ilustrar las desigualdades que subyacen en la sociedad mexicana y criticar la corrupción del Estado y de sus benefactores (autoridades gubernamentales, ricos empresarios y constructores) cuya ineficiencia —que se vuelve a palpar hoy en esta nueva tragedia y que también es inherente al caso guatemalteco— deja en mayor desprotección y vulnerabilidad a las personas de escasos recursos: «los damnificados de siempre», como ella relata.
Pero el libro rescata no solo el dolor, la impotencia y la rabia, sino también los actos de solidaridad, de rescate y de heroísmo que transforman la tragedia en un sentimiento y accionar colectivo. Ante estos actos de proeza, humanidad y lealtad hacia la ciudad y sus habitantes, Poniatowska anhela que los sacrificios y esfuerzos espontáneos se traduzcan en el surgimiento de una sociedad civil.
Pide la escritora «que el afán de las señoras [...] no se pierda; que junto a las despensas y a las bolsas de ropa permanezca la voluntad de conocernos, la de conformar esa sociedad civil fuerte que se enfrente al Gobierno inepto y corrupto, una sociedad que diga junto a Carlos Monsiváis: “Democracia puede ser también la importancia súbita de cada persona”».
Cual desastre natural, la corrupción y la impunidad han tenido similares efectos en Guatemala. En una sociedad tan dividida y desigual, la devastadora inmoralidad de sus gobernantes ha servido como punto de encuentro y de unidad en torno a un proyecto nuevo de transparencia y de decencia, así como un acicate para que varios grupos no tradicionales se piensen como sociedad civil más incluyente. Pese a que todavía hay muchas fisuras, estas se están visibilizando. Y de la espontaneidad del 2015 se ha pasado a una mejor organización, que requiere de una participación responsable y que debe sistematizar el esfuerzo, como diría Poniatowska.
La construcción del nuevo edificio democrático, uno sólido, con un andamiaje partidario-electoral a prueba de rufianes políticos y corporativos, requerirá, cual ladrillos y cemento, de una multiplicidad de pequeños grandes detalles voluntarios y participativos por medio de una continua acción cívico-política.
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