El censo lo ratifica. En 2010, entre 1.6 y 1.8 millones de guatemaltecos vivían en el extranjero, lo cual representaba el 11 % de la población. De ellos, un 98 % vivía en los Estados Unidos. En 2018, al menos 3 millones de personas habitan ese país. Solo allí hay un 20 % de nuestra población. En menos de diez años se ha duplicado el porcentaje de emigrados.
Si lo vemos desde la perspectiva de ingreso de divisas por remesas, el tema es igual de impactante. En 2010 fueron 4,126 millones de dólares. Comparado con el PIB del país de ese año, significaba el 9.8 % del producto interno bruto. Con las proyecciones a septiembre de 2019, este año ingresarán al país 10,500 millones de dólares en remesas, un 13 % del PIB esperado. En diez años el ingreso de remesas habrá crecido cerca de 6,500 millones de dólares. ¿Cómo estaría nuestra economía sin esos 65,000 millones de dólares que han ingresado al país por concepto de remesas familiares en la última década?
Hace diez años, cerca de cuatro millones de personas completaban sus ingresos con remesas. Hoy se calcula que serán siete.
Diariamente se reciben en promedio cerca de 221 millones de quetzales. En el país se ha formado todo un ecosistema alrededor de estos envíos familiares: bancos, agentes bancarios, compañías remesadoras, ferreterías, surtidoras de materiales de construcción, telefónicas, farmacias, ventas de electrodomésticos y supermercados tienen programas especiales para atender tanto a ordenantes como a beneficiarios de remesas.
Cerca de 500 millones de quetzales se ahorran anualmente con remesas, y se pagan casi 25 millones a las empresas que las envían a Guatemala. Así, la industria financiera dispone de más de 15,000 puntos de pago: agencias, agentes bancarios y cajeros automáticos. La inclusión financiera de los beneficiarios de remesas se vuelve cada vez más el objetivo primordial de las instituciones financieras.
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Las remesas familiares también han financiado cerca de 25 millones de metros cuadrados de construcción de vivienda nueva o de reparación. Se ha construido un número cercano a 120,000 viviendas nuevas desde 2010 con ese dinero. La infraestructura de remesas que se ha construido es muchas veces obsoleta y tiene características poco funcionales. Por eso ha impactado poco en la calidad de vida de quienes viven aquí. Pero eso es motivo para otro análisis.
Cerca de dos millones de niños y jóvenes pueden pagar sus estudios por el ingreso de remesas. Anualmente, más de 2,000 millones de quetzales se invierten en educación. En la última década, los migrantes han financiado incontables años de educación a quienes siguen en el país. Los cálculos también nos dicen que cerca de 10,000 millones de quetzales se han invertido en salud de guatemaltecos.
No hay forma de negar que esta es la década de la migración y de las remesas para Guatemala. La dinámica migratoria continúa. Seguramente, en el tiempo que me llevó escribir este texto partieron del país decenas de guatemaltecos con el objetivo de llegar a alguna ciudad de Norteamérica que les brinde mejores oportunidades económicas. Por eso el tema seguirá siendo sensible para la política en los Estados Unidos. Mi pronóstico es que, cerca del 2025, el ingreso de remesas alcanzará los 25,000 millones de dólares. Si seguimos con el mismo modelo económico agotado, las remesas podrían llegar a significar el 20 % del PIB nacional. En definitiva, la estrategia de abordar la crisis migratoria debe variar pronto.
Por eso resulta crucial para los tomadores de decisiones y actores políticos en el país aprovechar la coyuntura y ofrecer soluciones a dicha problemática. Deben saber que el muro más efectivo a los flujos migratorios será un plan de desarrollo integral para Guatemala y sus habitantes que haga que la próxima década sea la década del empleo, de las ciudades intermedias, de la industrialización, del desarrollo, y no otra década de la migración y las remesas.
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