Cuando estaba en primaria, una maestra de ciencias naturales nos pidió llevar algún experimento sencillo. Alguien llevó un líquido transparente en un recipiente de vidrio. De un frasquito sacaba con un gotero otro líquido transparente que dejaba caer gota por gota en el primer recipiente. No pasaba nada. Pero varias gotas después, de repente, el líquido se volvió fucsia. No salíamos de nuestro asombro.
Ni en la primaria ni en la secundaria aprendí de qué se trataba el asunto, pero un poco de universidad bastó para aprender sobre ácidos, bases, neutralización e indicadores. Así de asombrados y embobados me imagino a los de la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Amatitlán —AMSA— mirando el agüita mágica precipitando un par de compuestos en una muestra de agua sucia que se limpiaba. ¡Oh milagro! Salvaremos el lago de Amatitlán. Un montón de niños que no tiene...
Ni en la primaria ni en la secundaria aprendí de qué se trataba el asunto, pero un poco de universidad bastó para aprender sobre ácidos, bases, neutralización e indicadores. Así de asombrados y embobados me imagino a los de la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Amatitlán —AMSA— mirando el agüita mágica precipitando un par de compuestos en una muestra de agua sucia que se limpiaba. ¡Oh milagro! Salvaremos el lago de Amatitlán. Un montón de niños que no tienen idea de lo que está pasando mientras los del negocio les toman el pelo. Excepto que se supone que estas personas ¡son expertas! ¿Qué clase de gente está trabajando allí?
Sé que el tema ya está gastado, pero no puedo dejar pasar la oportunidad de ver lo ocurrido en retrospectiva como un magnífico ejemplo de los científicos interviniendo como debe ser en consonancia con otros sectores de la sociedad civil. Ciencia, periodismo y pensamiento crítico en acción.
A mí no me queda del todo claro cómo fue que se fraguó el trato entre la AMSA y M. Tarcic Engineering. No sé qué tanto ocurrió bajo la mesa y qué tanto ocurrió en la nariz de gente que eligió mirar al otro lado. Imagino que algún día lo sabremos. Lo cierto es que hace como un mes estalló el escándalo de que la AMSA pagaría casi 138 millones de quetzales —con la recomendación de la Vicepresidencia— por un líquido que supuestamente limpiaría el lago de Amatitlán. Luego de las reacciones, varias autoridades salieron en defensa del proyecto, y en esto mostraron sus manos sucias la vicepresidenta, el embajador de Israel, la ministra de Ambiente, las autoridades de la AMSA y la compañía M. Tarcic Engineering, que llevó al científico inventor de la fórmula a dar una demostración, pero se negó a dar su nombre a la prensa. De esa cuenta, la gente comenzó a expresarse en redes sociales y medios de comunicación. Aparte de unos pocos defensores, la gran mayoría señalaron lo turbio del negocio y, lo que a mí me interesa subrayar hoy, cuestionaron el negocio, el producto, el proceso, la compañía. La gente lanzaba preguntas, incluyendo qué acciones legales se podían tomar para detener esto y perseguir a los culpables de semejante barbaridad.
La prensa, por su parte, siguió indagando y, ya con el nombre del científico, Plaza Públicareveló las pésimas credenciales del tipo y de la compañía. A partir de eso empezaron a tirarse la chibolita de la culpa entre todos. Pero la vice siguió defendiéndolo. ¿Qué autoridad técnica o científica tiene ella para avalar un producto que nadie conoce?
Los cuestionamientos básicos surgieron de todos los sectores: ¿quién es ese tipo?, ¿en qué ha trabajado?, ¿cuáles son sus logros?, ¿cuál es la patente del producto?, ¿cuál es su composición?, ¿hay historias verificables de éxito en su aplicación?, ¿cómo funciona?, ¿cuáles son los riesgos?, ¿qué le ocurrirá a la cadena ecológica luego de la aplicación?, ¿cómo se sacarán los sedimentos de los contaminantes?, ¿cuál es el récord de la compañía? y por último, pero no menos importante, ¿cómo vamos a resolver el problema real —la causa— del ingreso de contaminantes desde los ríos?
Finalmente, la Escuela de Ciencias Químicas y Farmacia, como autoridad científica, se pronunció. Evidenció que no se cumplieron los procedimientos, que se violaron normas, que no se hicieron todas las preguntas y estudios necesarios, y exigió respuestas. Se han pronunciado también el Centro de Acción Legal, Ambiental y Social de Guatemala —Calas—; la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de Guatemala; la Asociación Nacional de Organizaciones No Gubernamentales de los Recursos Naturales y el Medio Ambiente —Asorema—; y varios científicos a título personal, entre otros. La consecuencia inmediata fue detener la aplicación del producto en el lago, y ahora queda esperar el desenlace. No sabemos si se sancionará a las personas que, incumpliendo sus funciones o abusando de ellas, no siguieron los procedimientos establecidos.
En medio de todo esto me pregunto cuál es la postura de la Escuela Regional de Ingeniería Sanitaria —ERIS—, de la Comisión Técnica Intersectorial de Medio Ambiente de la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología —Senacyt—, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología —Concyt, presidido por Baldetti—, de la Asociación del Sistema Guatemalteco de Ciencias de Cambio Climático y de todas las otras organizaciones que se me escapan, pero a las cuales compete velar por estos asuntos. Ante estas ausencias es importante recalcar la valentía de quienes cumplieron su función como academia y como sociedad civil y agradecer a las que estarán dispuestas a llevar esto hasta las últimas consecuencias.
Ojalá que, cada vez que nos quieran babosear, los distintos sectores del país seamos capaces de decir que estamos en acción, alertas, listos para cuestionar lo necesario y exigir el cumplimiento de la ley y de los procedimientos establecidos. El pensamiento crítico no tiene precio y logra cosas. Mientras tanto, que a Baldetti y a todos los involucrados les sirvan mojarras del lago todos los días y les prohíban comprar agua embotellada para obligarlos a beber agua purificada con el maravilloso producto israelí y demostrar así la pureza y el desinterés de sus acciones.
* Estamos en acción, canción de la banda La Torre, del disco Presas de caza (1986).
Beatriz Cosenza
Autor
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Soy física guatemalteca especializada en geofísica. Me gasto los días entre enseñar a nivel medio y universitario y jugar con el equivalente a radiografías del subsuelo en consultorías privadas. Invierto cantidades ingentes de tiempo en intoxicarme con sonidos, imágenes y palabras, de donde me viene una concepción cambiante y retorcida de la belleza y la claridad de que, tal como dice Soda Stereo, «lo que seduce nunca suele estar donde se piensa».
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Beatriz Cosenza
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Soy física guatemalteca especializada en geofísica. Me gasto los días entre enseñar a nivel medio y universitario y jugar con el equivalente a radiografías del subsuelo en consultorías privadas. Invierto cantidades ingentes de tiempo en intoxicarme con sonidos, imágenes y palabras, de donde me viene una concepción cambiante y retorcida de la belleza y la claridad de que, tal como dice Soda Stereo, «lo que seduce nunca suele estar donde se piensa».
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