No fue casualidad que quien llegara a jefe de Estado a través de un golpe de Estado —hoy acusado de genocida—, Efraín Ríos Montt, fuera un conocido evangélico. En este período se incrementó el número de evangélicos en el país, pues, para muchos, esta conversión era también una estrategia de supervivencia que les permitía distanciarse de la católica teología de la liberación, relacionada con la insurgencia. La conversión también sirvió para encontrar esperanza frente a la catástrofe que dejó el terremoto de 1976 y fue una forma de hallar sentido frente a las migraciones del campo a la ciudad. Todo ello, en el marco de una guerra que utilizó el terror como recurso para destruir el tejido social.
El ser evangélico les sirvió a las clases bajas para buscar consuelo y resignación frente a la difícil vida terrenal (marginación, exclusión, racismo) que sufrían. El consuelo está en saber que esta vida mundana es pasajera, pues el reino de Dios les es prometido para después. Esos son los pentecostales. Pero también existen los neopentecostales. En esta rama se ubica Harold Caballeros, quien resurgió hace unos días del bajo perfil que mantenía luego de haber renunciado como canciller durante el gobierno de Pérez Molina. En 1983, él funda la Iglesia El Shaddai en Guatemala.
Pentecostales y neopentecostales conviven en una relación dicotómica, distantes pero sincronizados. Este último grupo está dirigido a una clase media y alta con un mensaje distinto: no de resignación, sino más bien uno que invita a hacer uso de la autoridad que Dios les delega para comenzar a construir el reino en la Tierra, ahora en todos los ámbitos de la vida, no solo en la Iglesia —entiéndase política y negocios—. De esta manera justifican la búsqueda del poder político. Para algunos se trata de la búsqueda de legitimación de su posición y del orden establecido.
En dicho marco se puede entender la relación entre esta religión y la política, y en ella destacan dos personajes: Ríos Montt y el expresidente Serrano Elías, ambos figuras políticas controversiales, con antecedentes religiosos que les brindaban un halo de legitimación. En los últimos años podríamos destacar al mismo Harold Caballeros, quien dejó de ser pastor en 2007 para fundar su propio partido político, Visión con Valores (VIVA), el cual llamó la atención por ser un fenómeno político-religioso que demostró su capacidad de reclutamiento, organización y financiamiento.
Caballeros, además de contar con una Iglesia que se expande por varios países alrededor del mundo, cuenta con una red de recursos que abarca el sistema educativo —a través de colegios y de una universidad— y medios de comunicación —a través de una cadena de radios e internet—. Ahora también sabemos que tiene otras empresas con fines privados y que desde 1999 es cliente de la famosa firma de abogados del escándalo #PanamaPapers.
El expastor, político y empresario está muy molesto por el hecho de que esta información se haya hecho pública. Hasta envió un mensaje a la directora editorial de este medio en un tono amenazante. ¿Por qué el miedo a la fiscalización social, al acceso a la información y a la búsqueda de justicia? A ver: el señor es un exfuncionario, por lo que manejó fondos públicos. También acabamos de descubrir que ocultó información en la declaración de bienes que tenía obligación de hacer por ley. Es una figura pública, un líder (como cada quien lo quiera ver). Además, el tema trae a colación la exoneración de impuestos que gozan las Iglesias y los centros educativos —dada su naturaleza supuestamente no lucrativa—. Sin embargo, hay sospechas de abusos de estos privilegios. Y repito lo repetido: tener una offshore no es en sí mismo un delito, pero sí que levanta muchas sospechas, sobre todo cuando su base son paraísos fiscales.
Una mi amiga siempre dice: «No hagas cosas buenas que parezcan malas».
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