Nacido en el país, el posible futuro embajador es visto por unos como el continuador de las prácticas y acciones de quien le entregará el cargo, mientras que para otros será más moderado en los gestos, menos impertinente y, sobre todo, menos necio en cuanto a la aplicación de la justicia a los perpetradores de crímenes contra la humanidad y a los defraudadores de los bienes públicos.
Quienes han hecho de Robinson su principal enemigo y dolor de cabeza celebran su partida con cohetillos y bombas, al punto de que la asumen como un éxito de sus acciones, cuando estaba más que anunciada, pues su nombramiento era de solo tres años. Para estos supuestos defensores de la soberanía nacional, lo inaceptable del embajador es su abierto apoyo a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) en su lucha contra los criminales que, dentro y fuera del poder público, han hecho del erario su fuente ilegal y deshonesta de enriquecimiento.
Su falso nacionalismo es, en realidad, la expresión de su frustración, pues durante décadas fueron obedientemente serviles a los intereses de las élites estadounidenses más conservadoras. Pero quienes ahora sustituyen a estas, al saberlos manchados de sangre y con los bolsillos repletos de dinero mal habido, los quieren ver tras las rejas, razón por la cual aquellos les huyen como a apestados.
Anclados en un pasado que les redituó beneficios económicos y políticos, son incapaces de entender que, felizmente, el mundo ha ido cambiando y que sus antiguos amos del norte ya no son los que allá dan todas las cartas y las fichas. En Estados Unidos, luego de la derrota en Vietnam, la sociedad civil cobró nuevos bríos, y sus luchas por la equidad y la justicia han avanzado y dado valiosos frutos. El surgimiento y la fuerza de Bernie Sanders en las primarias demócratas pasadas son un ejemplo evidente de ello.
En Estados Unidos, aunque aún prevalecen visiones y posiciones imperialistas, estas han tenido que ser moderadas a causa de la presión internacional. Las sangrientas masacres y la insultante corrupción de los militares y de los políticos chapines han hecho que aun los más reaccionarios republicanos los vean con horror y náusea, por lo que gritar al mundo entero que mataron y robaron para salvarlos del comunismo no les sirve de nada.
Los pseudodefensores de la soberanía nacional vieron en el embajador Robinson el representante de esa nueva sociedad estadounidense, pero, creyendo que acá ellos son aún los poderosos, persisten en imaginar que el mundo, o al menos Guatemala, no ha cambiado. Sin embargo, el león ya no es como ellos lo pintan. Y para su desdicha, la cuestión de los derechos humanos y, en particular, los crímenes de guerra, así como la probidad en el manejo de los fondos públicos, son cuestiones básicas en la agenda internacional, que, aunque el señor Trump las quiera obviar, en el aún traspatio de su nación tienen que ser consideradas, pues un país colmado de corruptos y de asesinos solo les estará enviando más inmigrantes cada día y fortaleciendo las redes de narcotraficantes que ellos tratan de hacer más controlables y menos internacionales.
Según ellos, la firma de la paz debería ser borrón y cuenta nueva, como consiguieron hacerlo cuando condicionaron la toma de posesión de Méndez Montenegro. Pregoneros únicos de sus supuestas victorias militares, no logran indicar con seriedad y objetividad cuáles fueron sus grandes batallas, mucho menos listar con detalle las víctimas militares de las que de manera confusa y genérica acusan a distintos militantes de izquierda.
En ese enredo conceptual y discursivo en el que quieren que caigan las nuevas generaciones, la soberanía es un concepto de raíces bodinianas en el que al rey absoluto lo sustituyen ellos: los bravucones que hacen de la maña, el engaño y los falsos discursos su fuente de poder, que acusan de comunista o de filocomunista a todo aquel que se les oponga o los critique y de mancillador de esa soberanía que solo ellos representan y poseen a quien lo apoya desde afuera.
Incapaces de construir un discurso coherente, esconden en su gritería nacionalista toda la influencia rusoniana que la soberanía, en su moderna acepción, ha incorporado.
Si el soberano es el pueblo y a través de sus legítimos representantes este aceptó el accionar y actuar de la Cicig, el que esta apoye al Ministerio Público (MP) en toda la persecución criminal no afecta un ápice al soberano guatemalteco. Si en su mandato está apoyar la consolidación del sector justicia y en ello se incluyen las reformas a la Constitución, se puede estar de acuerdo o no con ello, pero esto no tiene nada que ver con la soberanía.
Robinson, en sus tres años de servicio en el país, se lanzó con todo a apoyar a la Cicig. Lo hizo en cumplimiento de su mandato, así como hasta el último minuto trató de sostener a Pérez Molina en el cargo, comportamiento que, por cierto, estos señores, supuestamente ultranacionalistas, nunca criticaron. Usó y abusó de su cargo para cumplir con su misión, pero el único encargado de llamarlo al orden mantuvo siempre un cobarde temblor de piernas y, en lugar de declararlo no grato, prefirió todos los oscuros vericuetos de la conspiración para tratar de que se lo quitaran sin aparecer como contrincante, comportamiento que puede acarrearle otro pedido de antejuicio, pues usó como testaferro a su embajador ad hoc para asuntos migratorios.
Ni el comisionado Velázquez ni el embajador Robinson han afectado la soberanía, aunque el segundo se haya comportado de forma poco elegante y desmesurada para lograr sus objetivos. Apoyar la detención de los corruptos y de los asesinos haciendo uso de todo el andamiaje legal guatemalteco no afecta al soberano (el pueblo), sino más bien lo fortalece. Si alguien es perseguido injustamente, tiene todos los elementos legales para defenderse y demostrar su inocencia. Y las detenciones prolongadas son consecuencia de las deficiencias del sistema de justicia que se quiere mejorar, y no producto de la acción de estos agentes externos, como mañosamente se ha querido hacer ver.
Al nuevo embajador estadounidense le esperan jornadas complejas y delicadas. Podrá tener otro estilo y otras formas de comportarse, pero muy difícilmente será un aliado de la Fundación contra el Terrorismo y de todos los que con ella claman por impunidad. Y, de hacerlo, el MP y la Cicig seguramente podrían llevar adelante su agenda aun contra las solicitudes del embajador.
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